La abraza una dualidad de océanos que recorren paralelos sus perfiles, extendida en un misterio de latitudes tan distantes. Roza sus vértebras una cordillera de punzantes cosquilleos para recostarse en las llanuras y los valles, bajo las profundidades de algún río, en el ocaso de los lagos o deshielos inscriptos en blancos australes, pacífica con puertos, atlántica sin mares. Te irrigas del torrente de razas y culturas albergadas en tu vientre, azul de incertidumbres y nostalgias, rojo furioso de contrastes, verde longitudinal etérea, frontal, avasallante, azotada por el tiempo de los vientos, templada, cálida, infinita. La noche vela tu silencio perpendicular al mundo, la libertad en defensa de ideales, esa riqueza de tu piel aguardando presa en las entrañas, tejiendo un conjuro de sueños futuros, gestando la nobleza amasada entre tus manos de panes y de trigos. Tu cuerpo se entrelaza en un canto de cigarras, mueres y resucitas en cada atardecer para volver a la vida de los campos, a esas mañanas de frutos cobijados por la tierra, al sol fundiendo su amarillo en la pulpa de tu carne, bajo un cielo de azules y de blancos.
Ana Cecilia.
|