Esta es la historia real de Don Eusebio, un señor de mi pueblo y resalto que es real, porque en ocasiones se mal interpretan mis palabras, como cuando le dije a Doña Rosalbina que a su hija le habían robado la cosa más preciada en un vallado y ¡la muy bruta! De Doña Rosalbina colocó un denuncio a la Policía por el robo del reloj de su hija (Por otro lado, es posible que no le hubieran robado nada en el vallado sencillamente porque no tenía nada que robarle –Pero hoy no voy a hablar de la hija de Doña Rosalbina, sino de Don Eusebio-).
Pues Don Eusebio madrugaba como todos los campesinos de mi pueblo a las cuatro de la mañana cuando sale el sol (Entre Otras cosas no se para que putas sale el sol a las cuatro de la mañana cuando todo el mundo duerme).
Como le contaba, se levanta a las cuatro de la madrugada a trabajar en las labores del campo, que se extiende a los pies de la montaña como si quisiera asomarse furtivo bajo su falda, o como si enamorado de ella (El Campo) se postrara besando sus pies en busca de cariño y ella amorosa le regalara una caricia cuando deja que su río se deslice como un beso por el valle.
A las cuatro y cinco minutos, ya estaba trayendo leña para avivar la llama del fogón donde su esposa preparaba un café oloroso para despejar el sueño, pero el brasero solo daba candela hasta las 4:45 a.m., realmente era difícil levantar flama, bien porque la leña permanecía húmeda por el rocío de la montaña, bien porque el piso húmedo de la casa consumía el esfuerzo de crear llamarada o porque a las cuatro de la mañana los únicos que están despiertos son los campesinos de mi pueblo y ni el fuego le da la gana de acompañarlos.
Sin embargo, la terquedad del campesino, su perseverancia y su afán hacía que todos los días se levantaran apostando a que este día sería mejor que el anterior -Una estupidez romántica que yo comparto-.
Pero este día,... este día era especial, lleno de regocijo porque se celebraba en mi pueblo: EL DIA DEL CAMPESINO, un día que se inventaron para recordar que en el campo de entre los surcos brotan los verdaderos dueños de esta patria, abandonados como la misma tierra y con la esperanza que algún día su gobierno se acuerde que allí existen personas que no saben de la Organización Mundial del Comercio, ni del Fondo Monetario Internacional, ni de la comunidad Europea, en realidad no saben ¡Ni mierda! De Globalización y afortunadamente ¡No le importa!
Este día por tanto, entre el silencio que compartía con su esposa, don Eusebio silbaba una tonada sonriente mientras esperaba el momento de “Bajar al Pueblo”, entonces de entre la naftalina sacó su mejor vestido que tenía solo tres posturas: La de su abuelo, la de su padre y la de él.
Un vestido de paño grueso que llamaban: “Grano de Pólvora”, tal vez por la textura, pero que en el caso de Don Eusebio en realidad olía a cañón, se colocaba sus alpargatas que permiten caminar sintiéndola tierra entre sus dedos, esta es la razón por la que los campesinos de mi pueblo no olvidan la “Mama Tierra” –Nunca la han enterrado bajo el pavimento- y se acuerdan que les suministra como buena madre: comida, cobijo y leche de sus tetas, por eso, nunca dejan de mamar de ella y tal vez por eso, como amorosa mamá, ella es la única que se acuerda de los campesinos de mi pueblo.
Entonces, luego de ir a la parcela, remudar las vacas, alimentar los marranos y soltar a Sultán (El perro propiedad de Don Eusebio), comenzó a caminar con su ruana cardada terciada al cuello, ladera abajo, buscando entre la montaña el camino labrado por sus pies como un hilo de oro sobre su cuello, por supuesto no es necesario aclarar que su esposa caminaba tras de él unos dos metros, porque los campesinos de mi pueblo cuando se casan hacen un pacto con sus esposas como si aclararan las reglas de juego (Son muy inteligentes).
REGLAS DEL MATRIMONIO
1. La mujer no debe contradecir a su esposo en público, así este sea una bestia y todo lo que diga sean mentiras, adicionalmente cada vez que hable ella debe mirarlo con respeto y asentir con la cabeza. En compensación, por este trato el marido se compromete a dejarse gritar y humillar frente a sus hijos en la casa, donde su esposa es autócrata (Justo o no, eso permite que den buen uso de sus roles). Adicionalmente, parte de la sana base que cuando un hombre habla quiere presumir sobre sus propios miedos, mientras que cuando una mujer habla no quiere dialogar, ni compartir, solamente quiere hablar.
2. Solo los jueves (Sin comentarios)
3. Al caminar al pueblo la mujer debe seguir al hombre como recorriendo sus pasos, como testimonio de que el hombre en mi pueblo anda pero su esposa camina y su huella es el camino de su familia perdida en el campo de mi patria.
4. La palabra es para con el mundo, pero para amarse los campesinos de mi pueblo han aprendido a usar con sabiduría: El Silencio.
Como les decía, Don Eusebio bajaba con su esposa al pueblo donde se celebraban las festividades del DIA DEL CAMPESINO y al llegar la bulla de la música, las risas y los cantos se confundían en una maraña de sonidos enlazados en el aire que cobijaba la plaza principal enmarcada por: Una Iglesia con la esperanza que Dios alguna vez se acuerde de ellos y los haga libres; frente a ella la oficina del Banco, otro monumento al capital que nos hace esclavos; en la otra acera, la Alcaldía donde despacha... nadie y en la última cuadra de esta plaza de cuatro caras, un teléfono que por supuesto: nunca funciona.
Desde un camión, un hombre gritaba que se acercaran los campesinos para regalarles un premio de parte de ese gobierno sin rostro y sin palabras. Después de una fila de dos horas a Don Eusebio, le tocó: Un Hacha.
Para su gusto, el mejor hacha que hubiera visto (La verdad sea dicha, no había visto muchas), así que para acortar el cuento, después de fiesta, borrachera y pelea, regresó con su mujer tras sus pasos camino a la montaña, donde lo esperaba su rancho y su parcela.
El día siguiente, madrugó como todos los días a las cuatro de la mañana, tomó su hacha nueva y se dispuso a cortar la leña del fogón, pero al verla brillante, bella, nueva y tan hermosamente frágil, cambió de parecer, tomó la vieja y con esfuerzo rajó la leña, su esposa reclamó sobre su terquedad, pero no pudo hacer nada ante el mayor de los argumentos entregados por Don Eusebio: “Déjeme mujer, yo se lo que hago”.
El segundo día, no fue mejor que el primero aunque finalmente todos los días son iguales solo que cambian de nombre, pero Don Eusebio no quiso estrenar el hacha, el tercer día se unió con el cuarto y así pasó un mes, su esposa tratando de persuadirlo le pidió que se la prestara para ella utilizarla, pero su esfuerzo fue vano, al segundo mes Don Eusebio temeroso de que pudiera ocurrir “algo” decidió levantar una tapia para alzar el hacha fuera de los peligros y la envolvió en un viejo periódico amarillento, con noticias de un mundo que no conocían y que se encuentra mas allá del antiguo camino labrado por ellos mismos en su montaña.
La terquedad de Don Eusebio, solamente era superada por la perseverancia de su esposa que luchaba para que le prestara el hacha que facilitaría su trabajo, este cuento llega a un punto de no terminar, como la vida misma de los campesinos de mi pueblo que con la misma esperanza que se levantan todos lis días aguardan que un gobierno sin rostro que queda más allá de su camino, no siga siendo sordo a sus pedidos pues como Don Eusebio: NI RAJA, NI PRESTA EL HACHA.
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