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Abro los ojos… despierto… la sensación que anoche invadió mi pecho aún no me abandona… Son las 5.30… Cierro los ojos… aprieto los dientes… doy un bostezo largo, doloroso, casi como un quejido escondido entre la reconfortante sensación de liberar un poco de ese sueño… Me relajo… me libero por un momento de este mundo y mi cabeza comienza a buscar razones… Veo el desierto que significa volver a la rutina diaria, a ese constante dolor, al deambular por las calles pensando, buscando esperanzas. Camino y miro al gentío pasar. Encuentro a veces sus miradas, indolentes, reticentes, a veces frugales y otras constantes. Algunos bajan el rectilíneo ángulo de visión y continúan como si nada hubieran visto. Otras pareciera que necesitaran una mirada curiosa, observadora, quizás para llamar un poco la atención, para evitar la soledad de sentirse uno y ninguno en este planeta, de vivir por un momento la atención.

Ya es tarde, no puedo esperar más, debo salir a buscar la razón por la cual abrí los ojos. Observo estas cuatro paredes y la sensación de encierro es peor que el hedor que emana de mis sabanas… El olor a alma muerta, al cuarto blanco que por la tarde se convierte en velatorio, por la noche en morgue y en la mañana… Dios sabe que es esto en la mañana… Yo aún no lo sé… la plataforma de lanzamiento de un nuevo día quizás? O como una iglesia… Recuerdo aún la sensación que embestía en mi al término de la liturgia, cuando se vaciaba la iglesia y todo quedaba en nada. El sagrado templo volvía a aquella soledad espiritual, esa austeridad monacal, ese silencio que entraba por mis oídos, que me hacia reflexionar por un momento si era mejor venir antes de las ocho o después de las nueve, cuando no hay gente. Por la mañana es así, pues no sabría decir que idea me parece más atractiva, la de seguir observando esas cuatro paredes contenedoras o ir a buscar la luz del día.

Ya son casi las 7.30, debo apresurarme pues en mi pared hay un pergamino. Sí, una rara escritura proveniente del espacio, creada por un ser superior. Que rige mis días…Dice a las 8.15 comienza un momento llamado curiosamente “Física”. Mi pelo mojado por aquel reconfortante baño, largo y rebelde moja mis hombros, pero no me importa, pues es solamente agua. Me detengo un par de minutos y sentir el aroma del shampoo. Tiene olor a frutas, un exquisito aroma, además de la textura que deja en mi cabello, suave y tersa, casi perfecto. Me recuerda claramente como con un par de químicos y pócimas baratas, además de un poco de materialismo y superficialidad un ser puede llegar a ser bello a los ojos y narices humanas. Ojalá hubiese shampoo para el alma y mi corazón tuviese nariz.

La sensación en el pecho creo que me abandonó. Estoy pensando en otras cosas y acabo de olvidar por que me dolía tanto, por que hace un momento tenía un nudo en la garganta. Sí, quedó un poco de nostalgia, un poco más de soledad. Recuerdo que este viaje de media hora me quita el letargo y por fin puedo despertar. Justo en este momento puedo ver el mar… Por la mañana un manto de neblina cubre la superficie cutánea de aquel líquido infinito, también un poco de la ciudad. A veces es como mi vida… Unos días es plano, perpetuo, sin movimiento. Un par de olas adornan la orilla y provocan cierta espuma que la arena recibe con cierto escozor. Otros, es salvaje, las olas golpean la orilla sin piedad y esta con burbujas parece estar en constate agonía, como gritando, pidiendo auxilio. La sensación en el pecho vuelve, me siento identificado con la agonía de este espectáculo, definitivamente me conmueve y progresivamente mi garganta hace nudos que solo puedo apagar con cínicos tosidos y miradas sin atención como si algo estuviese buscando con mucho interés.

Entre mis pensamientos, puedo visualizar esos momentos. Recuerdo perfectamente aquel día en el avión. Estaba tan nervioso, tenía tantas ansias de llegar que ignoré todo cuanto paso entre mi salida y mi llegada. Recuerdo que estaba sentado próximo la ventana. La iluminación estaba a medio brillar y a mi costado había una mujer que para doblegar el peso del viaje, cerró sus ojos y se sumió al mundo de los sueños conscientes. Yo por mi parte, esperaba impaciente ver las luces de la ciudad de Lima. Mientras escuchaba el concierto número dos de Rachmanninof, el avistamiento fue monumental. Pareciera que la orquesta estuviese preparada para alcanzar el climax justo en ese momento. Divisé la costa verde y una sonrisa en mi cara de preocupación se dibujó al instante. Me sentí un poco más tranquilo, ya que el viaje estuvo lleno de contratiempos.
En ese momento, otra interrogante entro en mi cabeza y no sólo era la sensación del aterrizaje que solo podía llegar a imaginar, ya que nunca había viajado en avión; sino que haría en el momento del encuentro. Si sería un ritual conspicuo, preparado y calculado o más bien un momento espontáneo. Ambas me preocupaban mucho, ya que la ansiedad que llevaba en mi pecho, aumentaba el margen de error en cualquier circunstancia, así que simplemente dejé que todo ocurriese solo. Graciosa fue la aeromoza cuando me dirigí a la salida y tierna me preguntó - ¿Son para su novia? Sí, le respondí.- No sabía donde guardar aquella rosa que se estaba arruinando con el equipaje que llevaba en mano, creo que me veía muy gracioso haciendo maromas con la flor en una mano y dos paquetes en otra. Y aún faltaba la parte más difícil, no por el equipaje que todavía no retiraba del giratorio, sino que faltaban alrededor de 10 metros para cruzar esa puerta y encontrarme con el primer final de mi lucha…

Ya las clases habían terminado, según recordaba de aquel pergamino espacial que había pegado en una pared de mi cuarto. Estaba en la biblioteca ya que mis intentos por llegar puntual fueron en vano y no pude asistir. Ahora solo me quedaba volver a mi techo, a mi refugio. El cansancio y el letargo me embargaban, esta vez producto de una noche sin dormir, de una fatídica tortura. Ahora puedo recordar la sensación, puedo recordar mi brazo dormido y mi pecho en arritmia, mi mente castigándome con recuerdos y pensamientos y mis ojos como una represa imposible de romper conteniendo cuanto fuese posible. Mi garganta me asfixiaba por el nudo que había en ella, el músculo en mi pecho izquierdo nunca había latido tan fuerte, nunca había sentido aquel dolor, nunca había sentido tanto pánico y pena a la vez, no pude conciliar el sueño en aquella lucha, el fragor de la batalla alojaba sus heridas en mis órganos y lentamente sentía que abandonaban funciones, creo que quise morir por un momento, creo que quise cerrar los ojos y no despertar hasta que pasara la tormenta, pero fue inútil escapar, fue inútil… Sumido en la oscura neblina de las circunstancias, me quedo esperar ansioso, como aquel día, el amanecer, buscando razones, lamentando la muerte de aquella hermosa etapa de mi vida, esperando por el rey sol para salir con mis ojos y semblante vestidos de luto, de una sonrisa hipócrita disimulando esconder aquello que emanaba hasta por mis poros.

Exclusivo y único es el descanso de arribar a casa nuevamente. A ese departamento que en alturas de lunes, ya más parecía campo de batalla. El olor resultaba penetrante, inhóspito, sin ningún origen; solo emanaba. Ya no había tiempo para nada, ni siquiera para cocinar. Son esos momentos a solas conmigo mismo. Son esos momentos donde el diálogo interno existe libre, sin ninguna interrupción, tranquilidad que solo se logra en el seno de una soledad más bien elaborada y hasta un poco trivial. Reflexionar una y cada vez más las cosas, para extraer hasta la última gota. Es más difícil si, cuando se cuenta con una eficaz memoria emotiva. Esa que cuando a veces estamos tristes, trae los recuerdos más escondidos y dolorosos, a veces miserables, otros negros, otros que te llenan de alegría y hasta son capaces de humedecer tus parpados por dentro y hacer brillar tus ojos. Unos que buscan siempre ser recordados, y otros que no debieran serlo, algunos que la memoria guarda sin tener conciencia de lo que provoquen. Así me hallo, buscando ese espacio para guardar recuerdos que queman como el fuego, que después de recorrer mi mente, caen como ácido hasta mi corazón y mi pecho quemando mi garganta, a veces amarrándola y exigiéndole versos y sollozos. A veces en las tardes, de la nada se pasa a pensar en todo, basta solo gatillar este mecanismo de auto satisfacción-castigo donde el matiz de recuerdos que alivian el alma y queman el corazón se equilibran para tranquilizar, con una inyección de nostalgia y sentimientos encontrados, la ola apoteósica, multitudinaria, voraz, de la mente ociosa. El alma herida que sangra hasta por los poros y los segundos; el silencio, que eficaz y certero, la trae de vuelta una y otra vez sin parar.

Casi paralelamente, los eventos me eran totalmente indiferentes. Mi nueva trivialidad, mi nueva vida, todo tenía sabor a mierda y a nada esos días. Me hallaba solo, sin sentido, sin razón. Perdido, como un niño en un supermercado que sólo llora; y entre miradas y gemidos busca a su madre. Nada más le importa, todo lo demás le es indiferente. En aquél silencio de la tarde yo la buscaba, consciente e inconscientemente, corría por un campo con los ojos cerrados, escuchando el silencio de su voz en mi vida, buscando ciego una imagen, que sería como el agua en un desierto, la carne fresca, la carnada de una bestia hambrienta, lastimosa, cual alma vaga y pusilánime haya poseído aquél inocente elemento de la naturaleza. Intenté aliviar, callar y reflexionar con música, pero cada nota, me traía algo suyo, algo nuestro, algo pasado y bello, elementos de lo que había sido mi vida ese tiempo. Elementos que ahora son solo recuerdos, polvo de estrellas, universos escondidos de magia y pasión, como diría Alberto Plaza, quien se convirtió en el emisario, el mercenario esos días. Su voz y las notas de la guitarra eras precisas. Tocaban y aún tocan; el punto, el sentimiento.

Después de contemplar el ambiente atónito, las calles en el camino, esta ciudad desconocida para mi, tratando de convencerme a mi mismo que no estaba soñando, las cosas se hicieron automáticas. Nuevamente me di cuenta que hasta ese momento no había perdido mi capacidad de asombro. Todo me parecía familiar, todo tenía algo suyo, todo quería tener algo mío. Bastaron cinco segundos para naturalizarme y hacer ese ambiente mío, grabarlo dentro de mi, todo como una película, todo como imágenes que pasarían fugaces en otro momento de mi vida, cuando ya lejos de ella podría recordarla desde afuera hacia dentro. Me enseñó el cuarto donde yacería esos diez días, según planes. Era un poco pequeño, era perfecto. Lo único que deseaba, era abrir esa maleta y dejar que mi mundo atara cabos en esas cuatro paredes. Deseaba sentarme a su lado y dejar que las cosas pasaran a destajo, con vida y voluntad propia.
Cerré los ojos, respiré un momento y concilié la calma. Estaba totalmente eufórico, rebosante de felicidad y ganas de abrazarla, besarla, tenerla entre mis brazos, decirle cuanto la amaba y no soltarla jamás. Las cosas en exceso no son sanas, pero ella realmente fué mi mayor y mejor vicio.

Luego de dar un vistazo al hogar, sus padres, cansados por la hora, viajaron al mundo de los sueños eternos, creo que indirectamente nos invitaron, pero los planes esa noche eran otros. Luego de un par de sonrisas y miradas atónitas, entrecruzar palabras erráticas, busqué en mi maleta la llave, o más bien el sello de lo que sería aquel momento. A tempranas horas en el aeropuerto de Tacna, mis versos hicieron el más importante de los poemas de mi vida. Casi como un pentagrama, como un virtuoso compositor, una a una fluyeron las ideas, los sentimientos, las pasiones, todo en uno. Sería mi pasaje al nuevo mundo, la fotografía de mi mismo, el autorretrato de mis sensaciones expuestas por doquier por la lengua castellana. Nervioso y errático le dije sin conciliar la calma que era un poema para ella. La sonrisa iluminó más aún ese angelical rostro, esa mirada profunda, llena de besos y te amo, llena de sentimientos jamaz sentidos y lagrimas que aun no encontrarían los fiordos del alma hasta sus pupilas. Todo pasaría en aquella noche, todo el tiempo de ayer, la lucha, se convertirían en el hoy. Extremadamente nervioso, incondicional, insconcsientemente y sin querer serlo, fui el galan perfecto por cuatro estribillos. Fui el portavoz de mi corazón, un fidedigno interprete, el mejor recurso que hasta el momento mi alma habría podido tener. Aquel poema, que culminó “estas dispuesta?” corono las mil y una noches de espera. No habría podido soñar con algo mejor. Su respuesta estuvo llena de gozo y de tiempo, tiempo que se me hizo eterno, tiempo que contaba días entre cada latido de mi pecho. Aquellos momentos no los olvidaré jamaz, pués abrieron la puerta a una nueva etapa de mi vida, por más corta que fuese, fueron mi adicción y mi razon para llenar los pulmones, preferentemente, con el aire que exhalaba entre cada aliento, entre cada letra de un “te amo mi vida”. Aquella noche me entrege a las circunstancias, pues jamaz sentí labios tan morbidos, tan electricos al tacto, tan llenos de pasion y sentimientos. Creo que el primer beso fue el más sutil, el más tierno, el más genial de todos los besos que han fabricado los seres de este y otros mundos. Su sabor quedó en mi para siempre, con un principio y en un amargo final, que aún ahora paseando entre mis recuerdos, tiene sabor a miel.

Texto agregado el 03-01-2005, y leído por 253 visitantes. (0 votos)


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