LA MANO SINIESTRA

Si se le ofreciese la oportunidad de volver a nacer, sospecho que, antes que cualquier otra cosa, escogería ser diestra.

Cuando se marcharon a vivir a la ciudad, sus padres decidieron matricularla en un colegio religioso. Elsa, sin darse cuenta siquiera, se había manejado desde siempre con la izquierda. Las monjas sí que lo advirtieron enseguida, y se apresuraron a adoptar con ella, sin dilación, las medidas de rigor. La madre superiora la encerró en su despacho y se empeñó en hacerle comprender, con el semblante grave, que podía estar agradecida a la orden, pues si ella también ponía de su parte, todavía estarían a tiempo de impedir que esa mano (que como era sabido la guiaba siempre el diablo) se pusiese a escribir por su cuenta cosas malas y hasta pecaminosas. De modo que, en cada ocasión que durante la clase precisaba utilizar el lapicero, le ataban la mano buena a la pata de la silla, y no le quedaba más remedio que apañarse con la derecha.

Transcurrieron las semanas y apenas si avanzaba en corregir su insana inclinación. Decidieron entonces someterla a ejercicios intensivos de refuerzo, consistentes en copiar cien veces por lo menos, con buena caligrafía y con la mano mala, durante el horario de recreo, frases tales como “escribiré bien con la derecha” o “ignoraré mi mano siniestra”.

Hace unos días estábamos en una cafetería y me explicaba por enésima vez, como si fuese nueva, esa vieja historia, mientras con su mano izquierda esbozaba distraída sobre una servilleta de papel, uno de esos dibujos suyos que tanto me gustan y que he ido coleccionando durante años sin que ella se entere.


micro

Si volviera a nacer

Estando de pie, aquí frente al espejo, me da lo mismo tener los ojos abiertos o cerrados. Me da lo mismo ver o no ver la imagen. Es así porque sé que no me voy a reconocer, es lo mismo todos los días, o todas las noches. Sé bien que los recuerdos del que fui ayer van a estar ahí, así como están los del que fui hace una semana y del que fui hace un mes...
¡Si volviera a nacer! Pensé un día. Seguramente cometería los mismos errores, volvería a nacer pobre, a crecer pobre, a vivir sin una oportunidad. Volvería a tener el mismo insaciable deseo de tenerlo todo, volvería a tomar la misma pistola, volvería a apretar de nuevo el gatillo y terminaría aquí, condenado a muerte por secuestro y asesinato, esperando morir lo antes posible y así nacer de nuevo, matar de nuevo y volver a morir.