Hace mucho tiempo que he muerto y una sola cosa he tenido desde ese día en la cabeza: la de volver con vosotros los vivos y contaos como es este lado. La empresa sabía que no iba ser cosa de un día, pero el tiempo aquí, ya sabéis, funciona de otra manera. Por una parte estaban las dificultades técnicas que la inmaterialidad provoca para la comunicación ,y por otra, el persistente desánimo que tantos compañeros, que habían fracasado en dicho intento, no dudaban en regalarme. Por aquel entonces ni siquiera sospechaba cual iba a ser el mayor obstáculo de mi empresa.
Mis primeros logros fueron humildes y consistieron, por ejemplo, en dibujar un garabato en el espejo empañado del baño, o en esculpir las manchas de moho de la vieja pared del patio en forma de bisonte. El trabajo constante dio su fruto y hoy puedo presumir de que estas líneas, que ahora leéis, son producto de dicho esfuerzo.
Resuelto el problema de la materialidad y legibilidad de mi caligrafía y, cegado por mis ganas de desvelar los insondables secretos de la otra vida, escribí mi primera novela –la cual hoy no puedo leer sin abochornarme- y la mandé a las más importantes editoriales. De todas recibí cartas muy agradables que, entre ánimos para que siguiera escribiendo, escondían una franca negativa. Comprendí entonces que estar muerto no me eximía de cumplir ciertos requisitos sintácticos y literarios. Como la obra escrita por muertos es relativamente escasa no tuve más remedio que aprender de los clásicos. Y con ellos fui puliendo mi discurso y, lo que comprendí era mucho más importante, buscando mi propio estilo.
Rescribí mi novela con una corrección aceptable e insistí en volver a llamar a la puerta de las editoriales. Recibí unas cartas idénticas de todas salvo de una pequeña empresa de ciencia ficción que se mostró interesada en el texto. Fue entonces cuando comprendí que no tomaban mi texto como el fruto de una mente fantasiosa y no como el testimonio veraz de un muerto. Las cartas feroces fueron inútiles. No pude demostrar con éxito que fallecí y mi novela se publicó en una colección fantástica de libros de bolsillo. Resignado a paracer vivo, como tantos otros muertos, trabajo en mi novela definitiva que puede que se titule: Los muertos no volvemos porque los vivos no nos dejan.
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