Nos conocimos el año 95, en una bodega buscando lagartijas. Ella tenía dos meses de merma frente a mí, por lo tanto me sentí como Michael Douglas protegiendo a la mujer en dos cretinos tras la esmeralda del nilo, inmediatamente (la película estaba de moda).
Ella era espigada, de mí mismo tamaño, tez blanca, facciones delicadas y simples, llevaba unos jeans gastados y una polera cualquiera color amarillo, teníamos 10 años.
Ese día recorrimos el lote baldío que estaba cerca de la casa de pies a cabeza y conversábamos de muchas cosas, llevábamos entre los dos, tres lagartijas de pequeño tamaño que guardábamos en el mismo frasco, dos de ellas ya sin cola. El sistema de caza, era simple, consistía en un fierro hueco (o vara, yo prefería fierro) con un hoyo pequeño en el extremo por el cual se introducía el cabo suelto del nudo bozal hecho en una línea de pesca invisible, lo más delgada que se pueda. El cabo suelto, que recorría el interior hueco del fierro, se atenazaba entre los dedos índice y pulgar con firmeza pero sin descuidar el tacto, el fierro pendía de la mano izquierda.
El juego comenzaba cuando se divisaba al reptil, teniendo que acercarse sigilosamente por la espalda de este, lentamente, situar el lazo por sobre el cuello del animal y cuando sea preciso ¡suac! tirar rápidamente. Suena cruel el modus operandi, pero bueno, muchas veces se los capturaba de las patas o de su abdomen o pecho cuando intentaban huir a ultimo momento, personalmente me provocaba un mar de risas, por el puro pataleo estéril o quizás los nervios del momento o eso de sentirse en control. Ella solo observaba a pesar de tener el mismo dispositivo no capturó nada, yo no daba mas de orgullo.
Cuando ya la jornada terminaba porque el sol mermaba su labor y las lagartijas se enterraban en busca de calor, caminamos en busca de un lugar donde sentarnos.
Ella tenía pecas, me llamaban mucho la atención.
-oye.- dijo.
-que pasa.-
-quiero que quememos viva una lagartija.- dijo.
-¿Cómo los caníbales? ¿Cómo Sandocan?.-
-como los mártires, como los mártires de los católicos, este bicho de ahí (apuntó al reptil más grande), será un mártir.- dijo.
-¿y como lo hacemos?.-
-pues lo amarramos a un palo con pita y lo dejamos enterrado en un lugar para sacrificios, colocamos papel y luego prendemos fuego.- dijo.
-pero de donde sacamos fósforos.-
-a pues en mi casa hay.- dijo con seguridad.
-en mi casa también.-
-ya vamos.- dijo.
-vamos.-
Al correr a su casa, iba muy nervioso, miraba de reojo al elegido para calmar la ira de los dioses de ella y sentí un poco de lástima, pero todo se cubría con la cosquilla que daba ser parte de un destino, cruel, pero destino, ser un adulto quizás o ser un maldadoso, si eso se acercaba más, ser un maldadoso, sentir orgullo por la maldad, sorna, convicción por no enfilar rumbo común, hacer daño impunemente.
Llegamos a su amplia casa, que para sorpresa mía estaba separada de la mía por un cerco en la parte posterior del patio, pensé que no era posible que no nos hayamos visto antes, yo jugaba con frecuencia en ese sector, o sacaba ciruelas y ella manzanas, me sonreí.
Partió diligente en busca de fósforos y papel, mientras yo preparaba a Baltasar (así lo había bautizado) amarrándolo con un cordel de nylon azul a su poste de ejecución. Luego de amarrarlo y constatar que aún vivía, enterré el poste de forma vertical, como un tótem macabro y esperé.
Llegó al poco rato, sus ojos ya no eran los sagaces de hace un rato, como que la duda los carcomía, ante eso yo la arengaba indirectamente recurriendo a conocimientos comunes e historias escuchadas por ahí.
Nos hincamos frente a Baltasar que en vano trataba de zafarse de mi amarre que abarcaba todo su cuerpo, y lo rodeamos de papel de diario.
Ella inició el fuego.
A mí me impresionaron los ojos, los ojos se salieron y se transformaron en una masa blanca... fue como cocinar supongo, mientras se desarrollaba la ejecución, sacamos a las dos lagartijas para que escarmentaran y vieran lo que causaba el pecado dijo ella, yo la acerque a propósito y se quemó el hocico, ella me dijo que muy bien porque de esta manera tendría una llaga recordatoria del pecado, ahí me asusté, fue como un escalofrío certero desde el cuello hasta el culo, pero no por lo que dijo, o bueno en parte, sino que fue porque oímos la voz de su madre que llamaba a tomar la once, sacudimos todo rápido, el fuego se lo había devorado por completo, a los demás paganos los soltamos rápidamente y pisamos las llamas diligentemente, salimos corriendo como liebres y volvimos al sitio baldío de cerca de la casa.
Mientras corríamos noté que lloraba, pero no hice nada hasta que llegamos.
-¿que te pasa?- dije intruso.
-nada, solo me da a veces, lloro porque si, creo que no puedo hacer lo mismo con otras personas, con otros seres, soy igual que el cerdo.-
Yo tímidamente la abracé, dudando mucho, no entendiendo nada, pensando si era lo correcto y al apoyar mi brazo en su espalda sentí una línea de piel muy áspera y marcada, como una costra mas dura y mas gruesa de lo normal. Me sorprendí e hice un movimiento muy exagerado.
-¡¿que tienes ahí?!- casi le grité.
Ella sin dudarlo se levantó la polera hasta los ojos y el espectáculo fue macabro, fue una horrible sensación de pentagrama funesto en la espalda de ese ser inocente, marcado con rabia, con sadismo, con uniformidad y hábito, líneas que no solo estaban en esa espalda, sino que en una psiquis, en una cara inocente...
-¡¿quién te hace eso?!- pregunté indignado.
-mi padre.- juré muchas cosas.
Ya han pasado 10 años del suceso don Alfonso, 10 años donde nunca me he separado de su hija por usted, porque usted es un monstruo y no merece vivir, pero tampoco merece morir así como así, ya sabe cuando se inició todo, ya sabe los motivos...
María golpeó toda la noche a su padre amordazado, con la misma varilla con púas que usaba para castigarla a ella, durante toda una noche, sin derramar una sola lágrima, con la férrea convicción de que estaba bien, de que era el espacio de ella, de que las llagas de su espalda y el martirio de vivir con ellas en el alma justificaba todo, el cerdo tenía que sufrir y tenía que llorar, tenía que sufrir y tenía que llorar.
-esta listo.- me dijo, el cerdo esta listo.
-¿y lloró?.- pregunté.
-si, es una marica, llorar no es bueno en seres como él, no merece lagrimas.-dijo con los ojos borrados en odio, en pasado que como diapositivas se revelaba en ella precisamente ahora, cuando todo acababa.
-bueno lo mataré, no queda mas que hacer.- dije sin oír respuesta, pero no valía la pena esperarla, porque todo estaba conversado y decidido, el cerdo tenía que morir.
Cuando lo vi, era una masa sanguinolenta sobre su cama. Le busqué pulso y era débil.
-Mírame cerdo.-dije.
No respondió.
Saqué mi navaja, la misma que usaba en los scouts y se la clave en el corazón. Lo que quedaba de su sangre saltó en un chorro violento manchándome las muñecas. Todo estaba hecho, cerdo pagano sacrificado por los dos, 10 años después, esta vez sin cargo de conciencia, púdrete en el infierno.
Cuando terminé de lavarme por completo y cambiarme de ropa, María ya había empapado todo con bencina, la abracé, la besé y le dije que la vida empezaría de nuevo, que no ardería como un mártir sino que como una cucaracha, como el cerdo que era, tenía que pagar, te amo.
Miramos las llamas desde fuera de la ciudad, en el cerro que frecuentábamos de niños y de adolescentes.
-ya está.- dijo.
-ya está.-dije.
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