De pronto apareciste en la cocina, haciéndo muecas y burlándote de mis huevos fritos, pero lancé un grito. Te asustó tanto que terminaste yéndote lejos. Luego, te vi en la tina, ¡maldita sea! ¿acaso nunca te irás?. Me enojé, tomé la escoba y comencé a golpearte, e intenté ahuyentar tu insolente presencia, nuevamente. Más tarde, fui a ver a mis amigas y pasé por la casa de tu tío y de nuevo... qué horror, me tomaste de la mano, sin pedir permiso si quiera, y me acompañaste hasta la casa de Patricia, donde nos juntaríamos las cuatro de siempre. Yo pensaba que te habías ido al fin, sin embargo, estabas entre nosotras. Te insulté, pero no me tomaste en cuenta, y te empezaste a burlar de mí, otra vez. En esta ocasión fue mi risa... empezaste a imitarla y después te convertiste en la Paulina, menos mal que me di cuenta antes, porque o si no me hubiera molestado, y eso habría sido muy injusto de mi parte, porque ella no tiene la culpa de que haya decidido sacarte de mi vida ni tampoco de que te hayas olvidado tan rápido de mí, ni siquiera de que te aparezcas en todos los lugares a los que voy.
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