Unidos por un anillo
Cuando era más pequeña, tenía una caja que escondí del tiempo en mi jardín. Con mis dedos de niña escarbé la tierra, hice un hoyo para meter mi cofre.
Recuerdo que en esta caja había una pequeña pelota de goma de varios colores, una flor marchita, un dibujo de mi familia y un anillo que me regaló mi padre antes de marchar. Las cosas que estaban guardadas ahí no tienen mucho sentido, pero en su momento fueron bastante importantes (o si no, no las hubiera guardado). Pero les quiero hablar del anillo...
Este anillo es muy bonito, es de oro, y tiene unas piedras azules que le dan un toque elegante. En el centro tiene una “M”, de Marcela, que es mi nombre. Mi padre me lo regaló una mañana de primavera, recuerdo que yo estaba un poco dormida, el me despertó y me dijo: “Hija, tengo que partir, espero volver pronto. Te dejo este anillo para que me recuerdes, yo guardaré uno idéntico con la inicial de mi nombre. Te amo, cuida a tu madre.” Y nunca más volvió... Bueno pero las cosas son así.
Creo que todavía no les digo porqué les hablo de esta caja. Hace dos días más o menos, iba hacia mi trabajo y vi a un hombre que me pareció conocido, me lo quedé mirando unos minutos y el me saludó, quedé un poco impactada y seguí caminando. No pude sacar a ese hombre de mis pensamientos, era alguien que yo conocía, lo presentía.
Dos días después me lo volví a cruzar y el me volvió a saludar. Y yo, que ya no aguantaba más la curiosidad, le pregunté su nombre. El me dio la mano y me dijo con una voz grave: “Me llamo Rodrigo, ¿y usted?. Un gusto Marcela”. Y se fue.
Cuando estaba en medio de una reunión, me vino a la cabeza ese hombre. Recordé todo, y me di cuenta de que en su mano había un anillo, pero no era un anillo de matrimonio, porque no estaba en su dedo anular, estaba en su dedo índice, y era muy similar al que yo tenía. Por un momento me sorprendí por lo que había recordado, pero luego me di cuenta que no podía ser él. No podía ser mi padre, porque él se llama Felipe, y este hombre me dijo que se llamaba Rodrigo. Cuando desperté de mis recuerdos, acordé conmigo misma, que debía hablar con este hombre.
Me sentía un poco preocupada, porque no sabía si ese anillo se parecía realmente al mío. En una de esas, yo estaba fantaseando y este hombre es completamente desconocido para mi.
A las 11:00 de la noche salí al patio, y busqué la piedra que marcaba donde estaba escondida la caja. La quité, y empecé a escarbar hasta que la saqué. La limpié y la llevé a mi pieza, cerré la puerta con llave y la abrí, estaba todo tal cual. Al parecer, el tiempo no vio mi cajita. Luego de revisar las cosas, encontré el anillo. Traté de ponérmelo, pero como mis manos crecieron conmigo, no me entraba en ningún dedo, así que lo colgué a mi cadena. Lo miré, y una lágrima corrió por mi mejilla. El optimismo que en ese momento me dominaba la transformo en una sonrisa. Guardé mi caja bajo mi cama y me quedé dormida.
A la mañana siguiente salí de mi casa, con la esperanza de encontrarme a Rodrigo. Cuando me bajé del taxi y empecé a caminar, mis manos se apretaron, y mi corazón palpitó más fuerte. Luego de caminar un buen trecho del camino, mis esperanzas cayeron, Rodrigo no pasó por donde yo iba caminando. Pero aun así, pensé: “No importa, mañana podré verlo, lo presiento”.
Llegué al edificio y me senté en mi oficina, miré mi anillo y me dispuse a trabajar. Cuando abro mi cajón, me doy cuenta que hay un sobre con mi nombre. Lo abro y leo:
“Marcela:
Te quería pedir que fueras al Café las Rosas, para que pudiéramos conversar. Siento que tienes algo que decirme. Espero que vallas, estaré allá a las 3:30 para la hora de tu colación. Te estaré esperando.
Cariños y besos.... Rodrigo.”
Me alegré tanto al terminar de leer la carta. No podía estar más feliz. Estaba tan ansiosa a que llegara la hora que no me pude concentrar.
Cuando fueron las 3:20 salí del edificio, y empecé a caminar hacia el lugar acordado. Sin dejar de sonreír caminaba entre toda la gente.
Entré al café y vi a Rodrigo sentado tomándose un café. Lo saludé y me senté al frente de él. Me preguntó que como estaba, que había hecho y otras cosas sin importancia.
Luego de unos minutos, le dije:
-Rodrigo, yo quiero hablar de algo contigo.
-Muy bien, te escucho.
-Lo que pasa, es que yo noté que tú tenías un anillo que se parece mucho al mío. Bueno y quería que me lo mostraras para poder ver si era el mismo o no.
-Sí, adelante míralo.
-¿Ves?, este es mi anillo y es completamente igual al tuyo.
-Y...
-Lo que pasa es que este anillo me lo dio mi padre cuando se fue, y el me dijo que iba a guardar uno igual. Y no sé...
-¿Crees que yo tengo el anillo de tu papá? ¿Eso me quieres decir? ¿Estás insinuando que yo se lo robé?
-No, no es eso. Por favor relájate. Solo quería saber si tu conoces a mi papá o algo. Es que encuentro que es mucha coincidencia. Además que mi anillo tiene mi inicial y el tuyo... ¿Ves? Tiene una “F”. A lo mejor tu conoces a mi papá, él se llama Felipe Madrid.
-Tu papá es... ¡¿Tú papá es Felipe Madrid?!... ¡Marcela! Dios mío no puedo creerlo.
-Que... que pasa
-Tu padre, que en paz descanse, me salvó la vida. Nosotros nos conocíamos hace poco, él me había contado que se había ido de su hogar hace mucho tiempo y que tenía deseos de volver. Nos hicimos bastante amigos. Una noche, lo había invitado a cenar con mi familia, estaba todo muy bien, hasta que se empezó a quemar la cocina. Nadie se dio cuenta por lo que seguimos conversando sin preocupación. Hasta que ya era muy tarde. Tu padre nos ayudó a salir de ese infierno, pero cuando sacó a mi mujer, él ya no podía salir. Y yo... no me quedé ahí. ¡Fui un cobarde!.
-Yo... yo no tenía idea. Dios mío. Que terrible lo que me cuenta. No puedo creer que mi padre esté muerto. Después de tanto tiempo sin verlo y ahora me entero que está muerto. No puede ser.
-Pero Marcela, no llores, sé que te debe doler mucho. Pero las cosas pasan. Por favor no llores que me siento culpable.
-Discúlpame. Pero... usted por qué tiene el anillo de mi padre.
-Porque cuando sacaron el cuerpo, encontré este anillo. Y como yo sabía la historia de ese anillo lo guardé por si algún día me encontrara con algún miembro de su familia. ¿Ves? Está chamuscado por todas partes. Pero igual sobrevivió. Y yo ahora quiero entregárselo. Porque usted es la que debe guardarlo.
-Yo.. yo no sé que decir. Pero gracias, me alegro que usted haya cuidado este anillo. Creo que fue un gesto muy digno. Mi padre está en un cementerio ¿verdad? Me puede decir en cual...
-Está en el cementerio “Valle azul”, si quiere yo la puedo llevar para que vea la tumba y le deje una flores... si usted quiere, claro.
-Muchas gracias. ¿Me podría llevar ahora?
-Por supuesto, vamos en mi camioneta.
Luego de esta intensa charla, yo estaba completamente ida. Solo pensaba en todo lo que le había pasado a mi padre. Creo que lloré todo el camino hacia el cementerio. No sabía que más hacer. Apretaba el anillo con fuerza. Como si fuera a perderlo. Ese día todo se había vuelto gris. Sinceramente era un día terrible.
Al llegar al cementerio, Rodrigo me mostró la tumba. Le pedí que me dejara sola.
-Padre, cuantas cosas han pasado. Aun no entiendo por qué te fuiste. éramos tan felices juntos... y ahora, que tenía la esperanza de volver a verte, me entero de que ya no estás caminando junto a la vida. Lamento no haberte ido a buscar, pero sabes, yo guardé tu anillo hasta el último momento. Y quisiera entregarte el tuyo. Ja, discúlpame por llorar, me acuerdo que me decías que cuando corrían lágrimas por mi cara era como si todas las cosas se entristecieran conmigo. Pero no puedo evitarlo padre, no puedo evitar extrañarte, no puedo evitar decirte todo lo que yo quería hacer contigo. Pero ahora, quisiera entregarte este anillo. Tú y yo, unidos por un anillo. Que espero que te lleves a donde estés. Espero que estés a gusto y que no te hagan sufrir. Y te digo como última cosa... mientras tengamos este anillo, estaremos unidos. ¡Siempre! Te lo prometo.
Hice un hoyo al lado de la tumba, y enterré el anillo con la inicial de mi padre. Una helada brisa empezó a correr y movió mis cabellos. El sonido que emitía el viento me recordó la voz de mi padre. Supongo que él estaba ahí, y que sabía que yo le había devuelto su anillo.
Cada tarde, paso por el cementerio y le cuento a mi padre lo que hago y como me va, me despido de él, y siento como la misma brisa acaricia mis cabellos.
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