Una batalla en el puerto
Es una fría tarde, mas fría que de costumbre, incluso para un invierno porteño. Pero no importa, me preocupé de salir bien abrigado de la pensión. Hoy es una tarde de revelación. De redención tal vez. Los sigo hace varias cuadras. Caminamos por la avenida Pedro Montt, camino a la plaza de la victoria. La Ale va caminando junto al Esteban. Pobre imbécil. No es capaz ni siquiera de darle la mano. Se muere por ella, pero camina a dos metros de distancia. Pobre imbécil. Algo le dice. La Ale lo mira y ríe. Pero es esa risa que ella tiene, no te mira, sino que mira al infinito, como si en realidad se hubiese acordado de algo gracioso en el mismo momento en que tu terminas de contarle el chiste más fome que haya oído. Así es la Ale.
-No te entiendo- me dijo una mañana, en la cual yo acariciaba su espalda desnuda
-no hay nada que entender, es claro como el agua-
-...-
-El cinismo, es poder. Imagina ser inmune a cualquier tipo de sensación humana, pero sin que nadie se de cuenta. Poder reproducir exactamente lo que la persona quiere que sientas. El problema es que si no sabes manejarlo bien, terminas cagándote la cabeza. Llegas a un punto en el que ni tu mismo sabes como te sientes-
Me miró con odio, sabía que no la amaba y me odiaba por eso. No podía manipularme como lo hacía con todos y eso la mataba.
-Porque me dices esto ahora??-
-No se, porque es verdad, además el cinismo es algo que manejas muy bien- mis manos se detuvieron sobre su cuello
Se levanto apurada, se vistió enojada. Yo me reí
-Vuelve- le dije
-que??-
-Vuelve-
-No seas imbécil, Cristóbal-
Y se fue. Comenzó a evitarme. Yo tampoco trate de acercarme a ella.
Sabía lo que estaba haciendo, elaboraba un plan de batalla, como la hace un general que ha perdido una batalla pero no quiere perder la guerra.
Ahora estamos en la feria del libro, esa que queda frente al cine, en la plaza Italia. Digo estamos por mi parte, porque ellos no saben que yo estoy aquí. Estoy lejos y no puedo escuchar exactamente lo que hablan, pero puedo imaginármelo. Probablemente el Esteban esta tratando de impresionarla con lo mucho que sabe de libros, y ella aparenta estar interesada en las estupideces que el le dice. Como lo hacía cuando estábamos en la playa y yo me ponía a filosofar, y ella me miraba con condescendencia y reía. En esa época, esas cosas me descolocaban, no sabía bien el jueguito que ella tenía conmigo. Hipocresía y cinismo. Pero con el tiempo lo aprendí. En realidad, llegue a dominarlo bastante.
Pobre y triste imbécil. No sabes en lo que te estás metiendo Esteban. Esta es una guerra entre la Ale y yo, no tienen que haber mas heridos. Lo sabes, lo sabes bien, ella no es para ti. Le compra un libro, me imagino que Coelho, el favorito de Esteban. Lamentablemente la Ale odia a Coelho. Y la mira, como lo hojea, pasándose películas con ella, de cómo vivirán felices para siempre. Felices. Que ser mas vulnerable. No podrías haber elegido mejor Ale.
El Esteban entró en el cuadro en la misma época en que la Ale decidió replantearse nuestra relación. Miento. El Esteban estuvo siempre en el cuadro. Los dos conocimos a la Ale en la misma fiesta. Pero fue el Esteban el que se emborracho y se puso pesado. Me acuerdo haberle dicho a la Ale, “oye si te molesta mucho me avisas y te rescato”. La mire toda la noche hasta que con un muy sutil gesto me dio a entender de que era hora del rescate. El Esteban nunca me lo perdono. Tampoco entendía la relación que tenía con ella. Siempre trató de entrometerse entre nosotros, pero era muy obvio. La Ale sabía que el andaba detrás de ella. Era muy fácil, y ella era una persona que le gustaban las cosas difíciles. Y al parecer yo soy todo un desafió.
Por un momento se me pierden, me distraje un poco con unos libros, libros que se que eran los que la Ale realmente estaba viendo, mientras el Esteban la lateaba con su charla seudo-intelectual seductora. Los diviso entrando al cine. Que predecible. Esteban está perdido si piensa que con una cita como está va a lograr algo. Ni siquiera la conoce bien. Nadie la conoce del todo. Probablemente yo sea el único. Le pregunto a la joven de la boleteria si me puede decir que película iba a ver la pareja “patéticamente perfectita” que acababa de entrar y me miro con un aire mezcla de lastima y desprecio. No entiende, debe pensar que soy un ex novio obsesionado o algo así. Nadie entiende, es nuestro pequeño juego, ella necesita probar sus fuerzas, ver si puede ganar el control de la situación. Pero no voy a dejar que lo haga. Y eso es algo que ella sabe y disfruta.
Entro a la sala camuflado, detrás de una pareja de abuelos. Que irónico. Por un momento pienso que me habían visto, porque Esteban hacia señas en mi dirección, pero no, probablemente estaba saludando a otra persona. Me siento en la penúltima fila, de manera que observo sus cabezas en la penumbra. Con la Ale siempre elegíamos las peores películas y nos sentábamos atrás. Para tirar cabritas a la gente y a hacer comentarios sordidos de la pelicula a toda boca. O a atracar. Pero ellos estaban sentados al medio. El asiento probablemente lo había elegido el Esteban, de manera de poder disfrutar al máximo de todos los efectos especiales sonoros y visuales que la película tenia para ofrecer. Te vas a aburrir Ale, te lo aseguro. Esteban no va a intentar tomarte la mano siquiera, eso lo podría apostar. No piense que te va besar el cuello o la oreja, como yo lo hacía. El no es así. Probablemente se debes estar cagando de nervios, el muy tarado.
La película termina y este pobre imbécil no fue capaz de rozarle el brazo. Los veo hablando, comentando la película seguramente. Espero que lleguen al final de la escala para levantarme. Ella le toma el brazo al salir. El ríe y la mira nervioso. Hasta yo, que estoy a mil metros de distancia, me doy cuenta de su patético nerviosismo. Eres mala Ale. Veo el espectáculo como si alguien hubiese alimentado a una boa con un pequeño ratón blanco, esta parece ignorar al ratón pero en cualquier momento lo devora. Pero conmigo la Ale encontró una mangosta. Como la que tenia Neruda cuando fue cónsul en la india, esa mangosta que le pedían prestada para matar serpientes. Durante mucho tiempo traté de conquistar a la Ale. Pero cada vez que creía que era mía, ella salía con alguna sorpresa. Terminaba conmigo. Me decía que era un idiota. Maricón. “Los hombres como tu no llegan a ninguna parte”, me dijo un DIA que se me ocurrió pedirle pololeo, “eres inseguro, llevamos durmiendo juntos un mes y se te ocurre pedirme pololeo??!!!, agallas, eso necesitas”. Pero aprendí. Comencé a hablar su lenguaje, a entrar en el juego. Y eso me permitió conquistarla. Renací por ella y el hombre que apareció ya no la quería. No me lo iba a perdonar nunca.
Se compraron un café y se fueron caminando a la plaza de la victoria. Faltaba poco. En cualquier momento el Esteban entendería porque nunca podría interesarle a la Ale, porque ella era mía, porque tenemos la relación que tenemos. Se sentirá herido. Descolocado. Pequeño. Y la Ale me va a ir a buscar a la pensión. Pero no voy a estar. No hoy dia por lo menos.
Los veo una bancas mas allá. Hablan y ríen. Callan y se miran. Esteban le entrega unos papeles. Seguramente alguno de sus estúpidos cuentos. Está perdido. Ella lo lee. Luego le dice algo. Esteban la mira de manera extraña. Bingo. Adiós Esteban, te lo advertí pero eres muy iluso para creerme, te dije que te haría daño. Tu me dijiste que no me la merecía. Ese es el problema. Uno no se merece a la Ale. Uno se la gana. Y yo ya me la gané.
La Ale termina de hablar, y el Esteban comienza articular algunas palabras, pero antes de que pueda decirle nada, la Ale se acerca y le da un beso. Y el la toma en sus brazo y la abraza. No lo puedo creer. No lo entiendo. Haz llevado la crueldad a otro nivel Ale. El Esteban no va a soportar tu rechazo después de esto. Se separan y el acaricia su rostro. Ella el de él. Espero algo, algo, cualquier cosa, Ale, de esas que sabes hacer tan bien. Pero algo anda mal. Se besan nuevamente. Desde donde estoy solo veo el rostro de Esteban. Lo veo feliz. No puede ser. Me cambio de banca. Necesito ver la cara de la Ale. Necesito confirmar algo. Ahora solo se miran. Veo el rostro de la Ale claramente. Y también la veo feliz. Podría estar actuando, después de todo es una cínica. Se besan nuevamente y el mundo cae a mi alrededor. Lo está besando con los ojos cerrados. Nunca me beso así, era lo que mas odiaba de ella. A lo más los entrecerraba. Pero siempre que yo abría los ojos ella estaba mirándome. Recordándome que ella era la que mandaba. Y ahora besaba al Esteban con los ojos cerrados. Con amor. Vuelvo a sentir frío. Me doy cuenta de mucha cosas. La perdí. En mis estúpidas intrigas. En mi obsesión, la perdí. Nunca hubo una lucha. Me doy cuenta de que no trataba de manipularme, de que a lo mejor llego a quererme, de que solo tenía que darme el tiempo de conocerla, de comprenderla, en vez de juzgarla, de odiarla. Me doy cuenta de que el cinismo es estúpido, y la hipocresía no es un arma ni una herramienta. Tal vez tenia miedo, tal vez confundí todo esa frialdad con miedo. Tal vez se reía de mi cuando filosofaba porque se sentía como yo y se alegraba, se identificaba. Tal vez ella y yo fuimos el uno para el otro. Fui injusto con ella. Y ahora ella esta con el Esteban. Me siento mal de repente. Quiero ir a mi casa y no salir más. Me levanto de la banca y comienzo a caminar, mientras el y ella siguen besándose y riendo y hablando. Camino un par de pasos y me doy vuelta para verla por ultima vez. Y ella me esta mirando, fijamente. Esteban le besa el cuello y ella me mira. Y ríe.
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