Ínfimo, expectante… se acerca a la alegría de ver, al sí de las inconciencias. Su primogénita. Atosiga con los pasos, intenciones pusilánimes… duda, pero avanza. Ella dormita, abraza palabras entre dientes como pidiendo perdón, o quizá exigiendo el abandono del cuerpo, la nitidez del ocaso… su “no vida”. Ella lo ama, él lo sabe. No importa. Es su vida a quien mata… el fruto de algo, no precisamente tormentoso o agonizante.
La almohada como arma, como cosa de ser. De rodillas en el suelo, brazos sobre la cama, incluso llora al teléfono, amargado por el negro despertar de unos interminables libros añejos. Él se ve desde el exterior, ahora ya no divisa su propia cara, ni la de ella. Con los dientes apretados, espera los momentos…
Ella se va, comparte los regresos… Él ya no aprieta los dientes. Lo encomendado por lo incontestable se vuelve irresoluto… cae en desventaja… Ahora el padre ya no mira, vaga por escondites que sólo para él son descifrables. Espía soledades y se asquea de los rosarios. Se le antoja suicidarse, porque ya no quedan palabras… Se convertirá en un héroe.
|