¿Cuánto necesitas? El pelo de los animales no es distinto a la lana de los hombres, esto es, si nos despertamos por la mañana y lo único que tenemos por hacer es llenar nuestro estómago con un desayuno, ciertamente que los animales son más que nosotros, porque con vías naturales y sin cafetera pueden proveerse del mismo sustento. Chopin lo sabia, un día mientras fumaba un habano me lo confesó, entre humaredas congeladas por las nubes grisáceas me contó de sus experiencias con Walter, el pianista de la iglesia de los benedictinos. Él, como tantos otros, sospechaba que los perros o los gatos poseían ese toque de humanidad que a nosotros nos faltaba. Así, me dijo, compuso su primera obra.
Tantas cosas pueden parecerse a tocar un piano. ¿Teclear en un computador?, eso no. Mirar a través de las nebulosas del espacio, eso si que si. No queda nada más que decir que eso mismo, o quizás sentarse a escuchar hablar monosílabos al hombre que vende de los diarios. Me he dado cuenta que sabe mucho pero que lo oculta todo por un afán que es social desde todos los puntos de vista. Cuando lo observo vendiendo papelitos sin información le leo el rostro y veo que tiene historias que lo marcaron, algún amor quizás que lo sumió en ese estado de resignación llena de suspiros. ¿Cómo lo sé?, yo amé alguna vez a una mujer, no recuerdo ya como se llamaba pero creo que su nombre empezaba con A, quizás lo piense porque el abecedario empieza con la misma letra o los aviones. Por estos tiempos es tan fácil confundir las cosas que uno se ha visto en a obligación de no poner las manos al fuego por nada, y por nadie. Pero yo aun me resisto. Cuando la recuerdo pienso que le daría mi confianza otra vez, aunque fuese quebrada de nuevo. Sé que es más por un afán propio, como cuando se da limosna y se siente la satisfacción en el pecho de haber hecho lo correcto cuando en el rinconcito racional de la mente se sabe que no se ha contribuido en nada muy especial y lo recurrente sea que el menesteroso ocupe las monedas para comprarse otra cerveza en el místico lugar donde tocan las rancheras. Supongo que hablar es una de las cosas mas inútiles que nos puede pasar... por hablar nos separamos. Nunca di mi brazo a torcer ni ella el suyo. Por hablar pensamos haber destruido todos esos momentos que naturalmente no dependen de lo que se diga para estar ahí. Yo siempre recuerdo esas cosas, como el día en que nos topamos con un coipo en la casa de campo, la rancherita esa que tenían sus padres. Acariciar al coipo era como tocar piano, por eso no puedo olvidarlo. A ella tampoco, aunque no recuerde su nombre.
|