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Amarró el buzo de juguete con delicadeza, de tal forma que quedó pendiendo hacia arriba, con el brazo hacia el cielo y los pies agitándose como si quisiera volar, como si no estuviera hecho para el agua. Lo hizo en la punta del manzano, el proyecto de manzano, la rama de dos metros que tímidamente se asomaba larguirucha y hojísticamente hacia arriba. El suelo, el pasto, se mece o se aplasta por el fin de una tarde escrita de antes, de siempre. La pita con que lo ató es blanca y verde, es que estaba cortada y unida por un nudo que alguien más hizo a su debido tiempo. Él sólo la encontró en la cocina, debajo de un cuchillo que también sacó, pues era necesario para ajustar detalles en el proyecto. Con paciencia de penitente paso el hilo por el brazo de plástico, el tanque para el aire y las piernas azules que simulaban natación para luego amarrarlo a la última bifurcación de ramas del manzano-rama. Se sentó a sus pies contemplando con satisfacción como el juguete se mecía intentando lograr el alcance inmediato de las nubes sin forma, culpa de un viento veranil que correteaba con suavidad. La tierra estaba seca, motivo de que hace días no lloviese, quizás ya había llegado el verano dentro de un año tan inestable como ese, tan mojado y helado y ventoso. Su idea era sencilla : revisitar el árbol-rama cuando fuese un árbol-árbol, treparlo con agilidad de mono y comprobar con un gusto indescriptible que el buzo de juguete siguiera colgando de la última rama, cada día más cerca del cielo, más lejos de la tierra, más inalcanzable, perdido entre hojas simulacro de la eternidad.

Antes ya había hecho experiencias similares, contaba el caso del cuchillo que pasó tres años clavado en la punta del albaricoque, oxidándose por inviernos y vientos y sacudidas del tiempo del sur, insolente, indomable en todos sus aspectos. Un día dejó una bolsa de agua pendiendo de una rama en su vieja casa. Con orgullo la señalaba cada vez que pasaba de nuevo por allí, diciendo, "mira, esa bolsa la dejé yo hace cuatro años atrás... ¿la ves?, la que cae de la rama de más allá…". El orgullo, la dicha, el momento siempre era perfecto, sin alusión a lugares perdidos, con pertenencia total y pleno descargo de vida en el juego. El día de la mudanza trepó ceremoniosamente el viejo albaricoque, sacando con parsimonia y seriedad el cuchillo, o lo que quedaba de él, una punta oxidada sin filo alguno, una cacha de plástico gitano. Se lo llevó, le importaba demasiado. Dejarlo habría sido como partir sin saber a donde, una ida sin retorno carente de toda posibilidad de recuerdo a esa felicidad constante, cálida, suya. Dejó la bolsa como testimonio, pendiendo con un agua cada día más estancada, con su plástico blanco indecoroso, señal de una andanza secreta, hermética, significados solo para él mismo.

Las nubes se estaban juntando, quizás llovería de nuevo. Con afecto contempló una vez más el juguete y se marchó con una sonrisa cómplice. Se fue directo a su pieza para anotar algo más en sus paredes ralladas con lápices de tinta y plumones. Con la respiración agitada de emoción anotó en caligrafía perfecta "lunes 06 de diciembre de 2004, mono de plástico colgando de la última rama, atado a siete manos desde el suelo”.

Atado a siete manos de su cielo.

Texto agregado el 01-01-2005, y leído por 242 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-02-2005 no sé qué decirte! nada que criticar. Lo encuentro redondito!. Abrazos! carolala
 
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