UN GATO, UN ARBOL Y UN CIGARRILLO
Me partí en tres pedazos, en tres versos, en tres momentos. En el primero, era un gato, libre, nocturno, filoso, caminaba por los techos buscando sin saber que buscaba, un gato que esperaba comer el plato envenenado que alguna vecina mezquina habría de poner como carnada para ahuyentar mi molesto y punzante caminar de insomnio. En el segundo verso, fui un árbol cansado, viejo, experto en el arte de esperar la luna, experto en el arte de sentir sus latidos, experto en el arte de escuchar el grito de libertad de el viento en las tardes tristes de agosto. En el tercer momento, me transforme en un cigarrillo barato, ansioso, necesitado de unos labios que absorbieran mi rutina, que absorbieran mis días, que me necesitaran como yo los necesitaba a ellos. En el tercer verso, yo era un cigarro encendido entre sus dedos, absorbido por sus labios, perdía la cabeza cada momento un poco mas por su fuego, hasta quedar en mis cenizas, hasta quedar esparcido por la hierva, por el asfalto, hasta quedar impregnado en el olor de sus manos, de su cabello, de su ropa, de su piel, hasta convertirme en el vicio de sus noches, hasta sentir que me quedaba sin aliento e irremediablemente iba a terminar siendo apagado en cualquier cenicero, o tal vez iba a ser arrojado con el ultimo cachito de fuego encendido sobre el piso sucio de un bar, sin perder la inocente esperanza de que a pesar de todo ese no fuera el fin.
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