Las cartas se despegan del maso con esa gracia tan particular que tus manos le dan. Cada una de las mías da una vuelta entera sobre su eje, antes de caer justo enfrente de mí, una sobre la otra. Las tuyas, en cambio, caen desde el maso como impulsadas por un deseo irrefrenable de suicidio; la primera se estrella sobre el paño verde oscuro, y las demás sobre ella, formando una pila de cadáveres. Como en todas las manos de tu mundo, dejás el maso a tu izquierda, y tomás el vaso, a tu derecha. Siempre es igual: dejás el maso, y tomás el vaso. Sólo para humedecerte los labios, pero sabiendo que ese simple gesto me aleja de toda racionalidad. Con parsimonia dejás el vaso y levantás tus cartas. Trato de adivinar todo lo que tus ojos ven, pero sólo me veo a mí mirándote. Miro mis cartas: cuatro ases y un nueve de trébol. Ninguno cambia cartas, y ambos apostamos todo lo que tenemos: nuestro amor. Bajás sólo tres cartas: tres jotas. Pero te guardás las otras dos para el final. La apuesta es grande, por fin. Con aire triunfante arrojo a la mesa tres de mis ases (el de trébol, el de corazón y el de diamante), que caen en desordenada estampida sobre tus cartas, sobre el maso, y golpeando tu vaso. Y en medio de mi cautelosa algarabía veo cómo de tu manga sacás una carta, suponiendo que yo estoy distraído. La trampa se ve en tus ojos con aires de culpa, y te oigo pensar "por favor, dejáme". Suponiendo que yo no tengo ojos apoyás, lentamente, una jota más sobre la mesa, mientras guardás bajo tu pierna una carta, seguramente sin valor. Recuerdo tu pensamiento (que tan sólo es mi imaginación), tomo el maso (con mi mano derecha), y guardo mi As de pique, con el que te podría haber ganado. Sobre la mesa arrojo el nueve de trébol, y tus dientes dibujan una leve sonrisa. Pues bien, tenés el tesoro en tus manos, y nadie sabrá jamás de tu carta en la manga. En tus ojos hay lágrimas aún no derramadas, y de tus labios cae una palabra que se derrama sobre la mesa, en donde yacen todas las cartas menos dos (la que está bajo tus piernas, y la que está en el maso). La palabra es gracias, y un póker le gana a una pierna. |