Era el inicio de un viaje hipnótico
el primer paso hacia la más cruda inmensidad
-disfrazada escénicamente de realidad–
que abría impertérrita sus ojos,
pupilas negras sedientas de muerte.
Delirio.

Condena marcada por el fin de los amaneceres vivos,
un cuarto oscuro atisbando la penumbra de tu sonrisa,
manchas imperceptibles que se pegan a tu piel,
un canto sin voz que nace de la melancolía.

Continuaba el baile en la sombra de tus nubes,
el cobijo de la tormenta, el hogar del desarraigo,
la sinopsis de la lucha eterna matizada por sus besos y
los gritos de espanto sumergidos en la espera.

Vuelto a perder frente al hastío el amor,
enfundadas las justificaciones, desgajada la esperanza,
el último ruego tragado por tus entrañas…
Y el llanto del cielo para atenuar tu soledad.

Aflora el recuerdo en la lucha contra el infinito,
renegar aunque duela del pasado.
Y llorar en el vacío que se esmera en ahogar tu último grito.