En el paraje negro, de cielo naranja, nubes largas y blancas resurge mi poder, mi poder de incautaros a todos con mis preciosos cabellos.
No prestéis atención a mi postura, sólo sé que estoy sobre una tarima de madera mojada. No estoy solo, eso sí os puedo decir, hay cientos de personas que están allí porque esperan ver algo.
Ellos son de color negro, o eso parece, pues la luz tenue que les sumerge en el incógnito no me permite verles.
Es entonces cuando comienza la suave melodía, triste y punzante que se instalará en nuestras cabezas.
Yo he sido la mayor historia jamás contada.
Oh Dios... siento calor, dulce calor. Algo en el tétrico ambiente me hace predecir que esta será mi última canción.
No hay pistola, o espada que me haga presagiar una muerte que besaría con mis labios, porque tan sólo la belleza de la tristeza que me acompaña me es suficiente para entender que éste es le último día en la tierra.
Mi madre, que tiene una larga y cabellera negra, permanece sentada mirando al vacío sin expresión alguna de tristeza, entonces comienza la explosión interna, y digo comienza porque ésta va a ser la explosión más lenta del mundo
Los fracasos y tristes recuerdos de la infancia jamás habían tenido tal protagonismo, e hicieron de mí el hombre más bello de la historia.
Cuanta gente me ganó y venció, hoy existen más que nunca.
La canción de desespero ha comenzado, la he escrito yo, cuando fui niño, y el sol del atardecer me baña por completo, me baña. Me baño en la calurosa luz del atardecer...
Las pastillas nos obsesionaron, todas las drogas de este mundo nos hicieron niños, tan vulnerables como ellos.
El niño que conozco comienza a cantar. Su voz es áspera, grave, fuerte, desgarradora.
Los hombres oscuros se levantan y caminan hacia la explosión, sostienen sus cruces de madera y yo les grito con toda mi fuerza.
Grito y caigo de rodillas, lloro exageradamente al cielo como un niño, mientras todos comprenden lentamente que la fuerza interna de las personas es infinita. Quisiera que me mirarais a los ojos cuando digo esto, que la pasión interna de los hombres es infinita.
En medio de la canción, que llega a su fin, los músicos que me acompañan dejan sus instrumentos. El batería deposita con suavidad las baquetas sobre la caja. El bajo, de cabellos largos, descuelga de sus hombros la cinta que va atada a su instrumento. Y el resto hace lo propio... pero la canción sigue sonando, y no sólo para mí, sino para todos.
La tarima de madera ya no existe, el final, como predije, sería romántico e infinito...
Final. Es ésta sin duda, la palabra más dulce.
Sólo el amor que siento por mi final puede hacerme llorar como un niño.
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