Desde mi terraza se ve la luna.
Me gusta cuando es redonda y brillante, sobre todo porque alumbra y no necesito encender la luz. También porque alegra la “porquería” de terraza que tenemos, bueno, menos el del quinto que puede ver hasta las estrellas. Os preguntaréis cómo es ¿no?. Pues bien, para que os hagáis una idea, tiene cuatro paredes inmensísimas y un suelo, y ya está. Por eso, sólo se visiona la luna durante unos minutos, claro. La situación te obliga a salir al balcón y a joderte con el escándalo que hace la gente por la noche, más aún los sábados, con la peste del camión de la basura que pasa tres o cuatro veces para ver si les echas una moneda o algo.
Cuando es de día volvemos a las mismas, porque el sol te ciega al abrir la puerta y otra vez al balcón. Empiezo a pensar que todo esto es un complot contra los vecinos; que los comerciantes han sobornado a los arquitectos para diseñar terrazas tacañas. A lo que iba, entonces sales al balcón, y te encuentras con que el camión del butano se para debajo de tu casa, te acuerdas de que no tienes ni para hacerte un huevo frito y pides: “oye chico, una al tercero c”. Poco a poco acabas gastándote dinero tontamente y llega un momento en que no sabes que es peor, ver la televisión con un teléfono en la mano o estar en el balcón un día de diario.
No, no sólo donas dinero a los transeúntes, porque llega un momento en el que te sientes mal ahí y piensas “ya que voy a pasar tanto tiempo aquí podía dedicarme a decorar todo esto”. Y compras primero unos maceteros alargados, tierra, unos geranios bonitos y una botella de ocho litros para regar. Pero como nunca es suficiente y después de dos meses cuidando esa maldita planta, decides robar al bar de enfrente una silla y una mesa con la ayuda de uno de sus camareros. Ahora que te sientes orgullosa de tener el balcón más maravilloso de la comunidad, invitas a los amigos a tu casa. Luego resulta que no hay espacio para ellos y que les tienes que encerrar dentro, o si acaso, sacarlos de dos en dos. Como lo que más ilusión te hace en el mundo mundial es montar una superfiesta en tu balcón, le alquilas al vecino el suyo y quitas el tabique como en la serie 7 Vidas; y todavía necesitas espacio, tiras las macetas, la silla y la mesa (¡que se sienten en el suelo!).
Así que , al final, te quedas como al principio y decides seguir viendo la luna desde la terraza tacaña.
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