No hay cosa tan disimulada como el pecado.
Era un pájaro con alma de diablo. Sufría trastornos, su cuerpo se rompía a pedazos; se moría. Pasó su vida viajando a lugares ocultos, misteriosos. Utilizaba su mirada para hablar, para advertir, para felicitar, para ...
Sus gestos eran del gusto de todos, bueno casi. Le sorprendía atrozmente el trato de la gente; siempre,
siempre, cuando conocía alguna persona, ésta se mostraba amable, simpática ..., es, como se suele decir, la primera impresión; pero más tarde, y por motivos que desconocía, lo que era una bonita amistad cambiaba a una bonita enemistad. Al contrario de lo que pudiera parecer, utilizaba estos sucesos como lecciones principales de la vida.
Le gustaba escuchar a los demás, sobre todo a las personas que apreciaba, con los ojos. Sí, esos ojos
endemoniados inquietaban a cualquiera. Normalmente los emisores apenas aguantaban tres segundos su mirada, y si lo hacían le preguntaban qué quería. A veces era como un saltamontes asustado: no paraba, y otras parecía que no existía. Tenía cambios repentinos de personalidad. De pasar un momento agradable con él a un infierno, sólo con un gesto, por inocente que fuera, podías conseguirlo. Por suerte estaba aprendiendo a controlarse.
Pero se moría. El virus que le roía: las personas. No estaba preparado para ellas, nuca lo estuvo. Quizás esto le hacía odiarse a sí mismo, a no aceptarse tal y como era, o quizás por no poder terminar la misión encomendada.
|