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Cúmulos en el cielo

Chocaban contra las paredes decrépitas llenas de pintura descascarillada. Se besaban y tocaban y acariciaban y quitaban la ropa al mismo tiempo. Subieron la estrecha escalera dándose golpes el uno contra el otro y los dos contra la barandilla. Llegaron a una puerta de madera vieja y de barniz corroído con una oxidada placa donde podía leerse *****. ****, ****, ****, no dejaba de retumbar este nombre en la cabeza de ella. Entraron en un apartamento todavía más lúgubre que su amo y tras dejar una estela de ropa a su paso, llegaron a la cama. La cama era un colchón en el suelo, cubierto por un edredón de estampado imposible y tan abigarrado como el del papel medio caído de la pared. No había paredes, tan sólo la cama y una barra americana llena de botellas de güisqui barato, cartones de tabaco esparcidos por el suelo y lienzos empezados y acabados, a medio empezar y a medio acabar, amontonados encima de un suelo lleno de pegotes de pintura. Los cuadros eran enormes y guardaban un gran parecido con el manchado y polvoriento suelo. Pintura rebasada a borbotones, con furia, sobre una tela en la que ya no quedaba blanco.

Follaron toda la noche. Polvos sin alma y sin aliento. Tan solo sexo y atracción. La de ella por los cuadro de él y la de él por los pechos de ella, poco más. Follaban mientras sonaba un viejo vinilo de los Sonic Youth. Sonó hasta que se quedó enganchado. Era como cuando en un concurso de la tele el presentador hace una pregunta de la que tú conoces la respuesta. El concursante se queda callado intentando acertar algo de lo que no tiene ni puta idea. Pero tú lo sabes, como ellos sabían el trozo que venía de la canción. No importaba, ellos seguían follando.

A la mañana siguiente ella se despertó de golpe. Se encontró en un colchón casi tan revuelto como su pelirrojo pelo. Se preguntó que coño hacía allí si le parecían más bellas las motas de polvo que bailaban en el aire que su compañero de cama. Vio los cuadros, ya lo recordaba. Pinturas entendidas como soporte para desnudar escabrosos y retorcidos pensamientos de pintor desalmado o personaje maldito. Un personaje tan maldito como todas sus relaciones pasadas. Hay quién colecciona arte y quién, como ella, colecciona hombres del mundo del arte. Pero no sirve cualquiera, sólo se interesa por los más obsesivos. Colecciona pasión por el sexo y por las obras de artistas locos. Se levantó y fue a beberse el último sorbo de una de las botellas. Se vio reflejada en la etiqueta metálica, estaba guapa. Despeinada, pero guapa. Sin duda el sexo le sentaba bien. Se recogió los rizos con los propios rizos. Seguía estando guapa. Él ya estaba despierto y la observaba refregándose los ojos. Refregar, eso era lo que había hecho la noche anterior. Refregar. Dijo que la invitaba a desayunar y le prestó una camiseta. La gasa de su delicada blusa no había aguantado la pasión de anoche. Otra vez los Sonic Youth, esta vez desteñidos y en una camiseta. En la espalda, la gira de 1992. Bajaron las escaleras y en la calle ella se colgó el bolso en el hombro. Pesaba más que las ganas que tenía de irse a desayunar con él. Incluso callado podía escucharse su ego. Miró al cielo, estaba lleno de cúmulos que parecían un ombligo gigante. Parecían el ombligo del mundo o el de su acompañante. Ya se sabe, todo acto de creación nace de la vanidad.

Texto agregado el 30-12-2004, y leído por 152 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-01-2006 Muy bueno! cromos
30-12-2004 Bien.....me gusto. morse
30-12-2004 Sorprendido. vladeemer
 
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