Aquel río es un lugar mágico para algunos. Muy pocos han tenido la suerte de probar sus aguas, sólo uno de bañarse en él.
Transparencia en sus ojos refleja el verde de los árboles que lo rodean. A veces su torrentoso camino es incierto, ya que no es cosa del destino ni de cuánto lo conozcas, sino que tienes que recorrerlo entero para saber de qué se trata.
De pronto la esperanza que reflejaba el río por sus cristalinas aguas, se tiñeron de rojo gracias al pétalo de una rosa. Éste, siguió la corriente del río por algún tiempo. Durante ese periodo las aguas sufrieron distintos cambios. Eran tiempos radicales. Había días donde abundaba la sequía, y otros donde el caudal rebalsaba las orillas, haciendo de los tiempos secos sólo un recuerdo. Pero el pétalo siempre estuvo ahí. Con o sin agua. Presente y recogido. Vivo y el olvidado. Intacto como siempre.

Una cascada en su destino. El pétalo se pierde entre las piedras y el llanto. Fuerza y vértigo. Las aguas se separan en mil gotas distintas, confundidas y agobiadas. Se suspenden en el aire y se dan cuenta que es imposible volver atrás, ya lo único que queda es caer.

El río carga con muchas piedras que están hechas para que el camino no sea tan fácil.

La cascada deja de llorar derramando la última lágrima en el nuevo camino. En un lugar donde la esperanza de los árboles comienzan a contagiar el río que está mas bello que nunca.
Una sombra se refleja en el fondo. Estaba perdido y apareció. Es el pétalo que se tiñe de verde, que espera cambiar a su color original.
No va a ser fácil. El río está preparado. Sabe que el pétalo puede desaparecer y cambiar su color. Sabe que en cualquier momento puede aparecer una cascada sin previo aviso. Pero no quiere saber que existe alguien cerca de él que puede ayudarlo a ver el rojo en su pétalo, bañándose en sus mágicas aguas otra vez.