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Ya sé que es el siglo de la reivindicación del espíritu y de sus cosas; ya sé que todo es nada y que vale, y que lo esencial es invisible; y que el karma, y que el yoga y que los platonianos están en su mejor nube de polvos, y que los franciscanos andan en ojotas ecológicas, y que el niño Jesús por sobre el viejo Noel, y que la santa paciencia, y que la mar en coche... pero... yo odio que al desodorante en crema, por ejemplo, que siempre ha venido en pomos flexibles y con grandes bocas de salida o en envases con tapa, ahora lo hagan en un pomo lo suficiente duro como para que, a la mitad del contenido, ya no puedas sacarlo de ahí porque el agujerito es una porquería y el contenedor es inflexible. Ni hablar del precio inflacionario que han ganado los desodorantes en el mercado. Todo para qué? para que cuando necesites usarlo tengas que cortarlo por la mitad y te enchastres los dedos. Creo que volveré al bicarbonato en las axilas, como a principios de siglo pasado.
Yo comparto lo del espiritualismo y lo de la musicoterapia pero... me parece, y convengan, que este espiritualismo está siendo demasiado sensorial para ser tal. Ya en mi botiquín de baño me han llenado el cajón de jabones aroma a lavanda (para la serenidad), aroma jazmín (para la energía), aroma a café (mejor no les digo para qué), y todo esto por la módica suma de veinte pesos.
A quién quieren engañar, hermanos? Estamos comprando la esencia? es eso? Según mi humilde juicio, creo que hay una pequeña confusión de conceptos. Y no es que diga que no sirva de nada la aroma, la cromo y la musicoterapia, ni que los libros d Bucay sean una porquería, o que me cueste creer en el poder curativo de Osho (cuando cada tomo sólo sale treinta pesos), ni que me muestre escéptico al hecho de que comprarse cosas de vez en cuando para uno haga bien al ánimo y renueve el magnetismo de la persona...
Sin embargo ¿saben qué? la zooterapia deparó que el siamés recién llegado tuviera paladar tan fino que se embutiera al pez africano, también recién llegado de oriente, y me matara así ochenta pesos nuevitos, recién llegados también del aguinaldo. Ni hablar de que, acto seguido, el animal fue desterrado por ingrato, y ahí nomás se quedaron, sin reembolso ni nada, noventa y tres pesos.
No quiero ser pesismista pero, los intentos de terapia terminaron en el terapeuta gracias al impacto que hizo en la mente de uno de los más chicos tal demostración alimenticia del ecosistema.
Las espigas raticidas para desplagar la casa de tales roedores que emigraban de un gran galpón vecino, donde sabe Dios qué guardan, resultaron de un gran poder afrodisíaco, de manera que ahora hemos retornado a las exiguas tramperas de lauchas, las cuales por las noches solemos olvidar al levantarnos descalzos por una trago de agua.
Después de tanta cosa animalezca y justo cuando nuestro hogar se transformaba en una maternidad ratera Zulma, mi suegra, desarrolló un miedo casi fóbico a insectos y roedores, de modo que se afanó maníacamente en la desinfección y todo olió a lavandina y fumigaciones intensas que impregnaron alimentos y ropa durante un año. Pasada la hecatombe desinfecciosa de Zulma (que llevó a gastar varios pesos en los más variados germicidas) el más chiquito desarrolló todo tipo de alergias y el médico dictaminó que un mínimo normal de factores gérmicos era saludable en los niños y que, la alergia estaría dada por una exageración de higiene no necesaria. ¡Aplauso para el médico!, dije yo, a mí no me lo hubieran creído. En otras palabras lo que quiso decir, es que el sistema inmunológico de mi hijo estaba aburrido porque no tenía ningún agente que combatir entonces reaccionaba ante el polen, ante el perfume de gárdena de Marianita, ante el polvo que se sacude diariamente de la estantería, ante el olor del jabón en polvo anti planchado que compramos en el super el sábado pasado, etc.
Y Marianita que saca las corbatas del placard porque "se usan" y le dice a mi marido, que la mira embobado como si le estuviese mostrando un unicornio maravilloso, "no te preocupes papi, sólo las doblo así y así y así y nada más" y las devuelve hechas un acordeón con olor a humo de confitería, a cigarrillo y a ese perfume unisex que se asemeja al olor de la sala del dentista y que todos, inclusive mi hijo el del medio, corren corriendo a comprar.
No es ningún retraso de vacilaciones familiares, ni olvido de llaves, por lo que llegamos tarde a todos lados, tampoco se trata del auto, es sólo que Roberto tarda el doble que yo en salir del baño y no se corre del espejo para dejar que me vea si me quedó más o menos el recogido o si no me puse el labial en la nariz, los métodos para el ascenso de la autoestima le hace dar remilgos de solterona.
La purísima verdad es que toda esta ola de espiritualismo comercial a mí me está rebajando a mis más limitadas condiciones de humano y no me está elevando a ningún cielo, ni a ninguna paz interior y en cambio me está subyugando a la pura economía monetaria.
El color rojo navideño de los adornos, junto al polar de las botitas y saquitos de papá Noel, el místico arbolito cubierto de nieve, luces cálidas y cintas doradas, más el efecto de los budines, confites y chocolates (nada adecuados para esta época del año) me han dado tal calor que voy a tomar como medida hacer algo bien pedestre: me voy a ir de viaje a un buen lugar, bien lejos de todo, en donde sirvan buenos tragos y me dejen de joder con la comida liviana de casa. Que el acné del uno, que la hipertensión de la fulana, que la dieta de aquella, que la alergia de ese, que el colesterol del otro... He dicho.
Sólo espero que al volver del viaje, no necesite hablarles de la homogeneización de la cultura...


Texto agregado el 29-12-2004, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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