A veces soy ligera como el aire.
Otras pesada como lápida.
No soy nunca sencilla como gota de agua.
Siempre pululan por mi alma
las bacterias de la exaltación
o la nostalgia.

No es que te quiera,
pero no puedo dejar de hacerlo.
No sé cómo explicarlo,
es como sentir un río dentro:
Nunca el agua está quieta,
nunca estancada, nunca muerta.

Contigo nada es sencillo
y añoro la simpleza de un abrazo,
la redondez cálida de la rutina,
el suave e indestructible lazo del anillo.
Pero también quiero el remolino
y el viento en mi cara
y todos los pelos revueltos.

¿Ves? Nada es sencillamente apacible
en mi interior.
Un río eterno de aguas erizadas de recuerdos
y sueños aún por conquistar.
Olas rompiendo contra enormes rocas
de aristas imperfectas y turbadoras.

A veces ansío una calma de calles
abandonadas después de la lluvia.
Añoro el vacío de una iglesia a oscuras,
apenas iluminada por algunas velas.

Me abrazaría sin pensar
a la rugosidad muda de un árbol centenario,
para dejar que su calma me inundase.
Ojos cerrados, lágrimas silenciosas.
El chillido de un pájaro oscuro
único testigo de mi destierro.

Así me quedaría por siempre
para no verte tanto
para no odiarte siempre
y no dejar por eso de amarte
tristemente.
Pensando que es la única manera
de no perderte...