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La dibujaron, la llamaron Ella. Ella paseó con su nombre de pronombre por su vida probiótica.

Ella sonreía siempre, nadie sabía por qué ¿Por qué no? ¡¡Porque no!! Porque los trazos de su sonrisa daban risa y ya no hubo sonrisa ni hubo risa, solo un puente, de pena a pena, cruzaba su cara.

Los ojos de Ella, siempre abiertos, siempre atentos. Atrapando lo atrapable y lo escapable. Los ojos de Ella no la hacían bella, solo le hacían ver. Privó al mundo de sus ojos y a sus ojos del mundo. Sus párpados... los juntó, apretó, pegó, grapó, cosió, fundió en uno solo que nunca volvió a ser dos.

La cara de Ella era una línea, el rostro de Ella era un óvalo, la faz de Ella era la órbita irregular de un planeta, la cabeza de Ella estaba mal hecha de infancia e inocencia, de sinceridad antiestética. Y Ella solo fue pelo, Ella no fue más que un velo que tapo su elipse.

Una nube gris de nube, gris de ceniza y tristeza arropaba su cabeza. Toda la pena de Ella, cuando ya era demasiada, demasiada que brotaba de entre sus poros de tinta, era absorbida, gota a gota evaporada, por la nube, traspasada de angustia. Y escupía trombas de agua, llenas de la misma pena, sobre el cabello mojado por los anteriores llantos de una nube gris de nube.

Que hondo odio retenía su contorno. Hondo odio al dibujante y al dibujo, al hacedor y al deshecho. Era tanto que a Ella se le escapaba el odio por los pies y el odio se tragaba los olores, los colores, los sabores que se encontraba a su paso, dejando tan solo marrones de muerte mirándose a si mismo.

Se veía viajar sin rumbo a una nube y a un marrón, a Ella cabizbaja en un otoño aiónico. Se los veía huir de bosques y ciudades sin encontrar más que otros bosques y ciudades de los que huir y en ninguno de ellos logró Ella escaparse de si misma.

Y pasó la vida escena por escena, dibujo por dibujo...

Halló Ella un dibujante, un pintor despintado que tan ágil con los lápices convertía en arte el desastre y al sastre en desarte y cansado ya de desearse deseó lo ajeno, deseó repintar a Ella. Ella deseó ser repintada, conocerse en carboncillo y en plumilla, desertar del BIC, del punta fina.

Envuelta en elegante tinta china ella nunca más fue Ella, solo un hermoso cúmulo de insensibles formas virtuosas.

Texto agregado el 29-12-2004, y leído por 223 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-08-2005 Muy bueno, tiene fluidez y es ligero al leer. alcestes
 
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