Hay una cama diminuta. A su alrededor un grupo de adultos susurran en la penumbra. La fiebre es demasiado alta. Hace tiempo que el niño ha dejado de delirar. El síntoma no es halagüeño. Por fin entran en escena un sombrero de copa y un maletín –es el doctor Yades. El maletín debería contener ungüentos, jeringas y esperanzas. En la habitación todos entendieron el tono neutro del doctor Hades como un signo de profesionalidad. Sólo la madre cegada por el dolor sospecha que algo se esconde detrás del “Ya no podemos hacer nada por él”. Un hombre sujeta a la madre que blasfema y forcejea para intentar retener al doctor. Dentro del sombrero de copa sólo la idea de no llegar tarde a su partida de bridge.
Esa misma noche el niño muere.
Tres años después la madre abandona el luto. Y a la puerta de la iglesia se encuentra con el doctor que caballerosamente se quita el sombrero de copa. La madre le pide sinceras disculpas por el comportamiento que tuvo aquella noche. El doctor recuerda arrepentido que aquella noche perdió doce libras al bridge.