escondite

Cuando el cielo ruge me vuelvo líquida, siento que caigo en el charco de los recuerdos y me acuerdo del día en el teleférico. El día en que quemaste algo para verlo arder y demostrar que eras un niño con ideas. Ideas absurdas pero ideas al fin y al cabo. Suerte que esconderse se te daba mejor que idear y así llegaste, corriendo, al teleférico. Allí estaba yo, mirando cuanto se parecía el color de la pintura corroída con el de mi falda de tul. Me sentía preciosa con esa falda. Me hacía creer que era un hada. Cuando te vi llegar pensé que corrías hacia mí para traerme mi varita mágica. La barita mágica que nunca tuve pero que supuse que tú, habías encontrado. Encontrado en algún rincón del bosque. De ese mismo bosque que ahora ruge, y me asusta. Mi miedo crece cuando me adentro en el país de las tormentas. Mi única compañía es la de la lluvia, que resbala junto a mis lágrimas. Es curioso ver como lo que me hace llorar acaba fundiéndose conmigo misma. Y entonces sólo me queda cerrar los ojos con fuerza y desear que venga una nube y me traiga una máquina expendedora. Una máquina donde pueda tirar una moneda y comprar un escondite. Un lugar donde no empaparme de ti. Lo que deseo para huir de ti es lo mismo que tú deseabas cuando nos conocimos: un escondite. Pero esto siempre es mejor que sentarme al lado de un abeto y esperar a que se acabe la tormenta. O peor aún, que correr y caerme y tirar un grito extraviado al aire de este bosque hueco. Prefiero un escondite.