EL ASESINO DE ROSAS
Recordaba la flor más bella, en medio del sudor que abandonaba su cuerpo, en un brevisimo instante de sueño. No había podido dormir en más de ocho días, los pensamientos eran más fuertes que el mismo Morfeo, la pesadilla que vivía, era su propia vida, ya ni las estrellas le llamaban la atención, ni el susurro de los pajarillos, nada, el tipo se sentía vacío, simplemente vació. El amor, puede ser uno de los más grandes sentimientos; pero por su integralidad, también puede hacer de alguien el ser más feliz y al mismo tiempo hacer de él el humano más desdichado de la tierra.
La catástrofe había tocado sus sueños; aunque en el fondo sentía una pequeña esperanza: La mirada de su bello rostro, el color de sus ojos, de los que aún no descubre el color y la envidia que tenía de su capacidad para afrontar las situaciones, hacían que él más se enamorase de ella.
Era la novena noche y el sueño seguía sin visitarlo, el sudor, los pensamientos, el ápice de esperanza lo devoraban; es fregado cuando la viada deja de tener sentido, cuando los sueños te saben a nada; cuando lo único que deseas es desaparecer; pero como se dice el ser humano es muy raro y mucho más raro es un ser que ama y nuestro desdichado, en un arranque de locura, pensó en algo. Era una acción algo ilógica para ser las un cuarto para las cinco de la mañana. Se levanto como ido, agarro su mudana de ropa y se la puso, cogió un papel cualquiera, un marcador y escribió: “TE AMO” y salió sin rumbo. Parecía un ser extraño, inhumano. Traía consigo los pensamientos más bellos y, más horrendos. Caminaba, se dirigía en dirección de la plaza de armas de su pueblo; no era consciente de eso. Cuando sus despojos atravesaban la calle que daba a la entrada de la Plaza, el reloj de la torre estremeció su alma y como sí todo lo hubiera planificado de ante mano rompió, su propia incógnita de lo que hacia en ese sitio. Visionó de pronto, la atolondrada idea de arrebatarle la belleza y la vida a todas las rosas que encuentre en la plaza, sentía el deseo de acabar con ellas, nunca le gusto su belleza, en el fondo las odiaba por que quizás algún día alguien arrebataría a su amada, basándose en su talento para hacer surgir el amor en las personas, creo que había perdido la razón. Cogió cuanta rosa halló. Las miraba a todas, tan hermosas y ahora sin vida. Parecía que estaba satisfecho y siguió caminando con ellas al norte de la ciudad, donde se hallaba su vida, todo lo bueno que le pudo suceder y al que se, para su juicio, se habían confabulado para arrebatárselo. Su rostro llevaba una paz indescriptible, no sentía los pasos, parecía que el instinto lo guiaba o mejor dicho en honor a la verdad el amor lo guiaba.
El tipo siempre tuvo pavor a los perros, cerca de su destino existía una jauría de perros, que al igual que algunos de los que dicen ser sus amigos de ella, tratarían de impedir, que el haya lo que se había propuesto. Un valor del cuál su amada se sentiría muy orgulloso, sí algún día lo llega a saber, hizo que no le importara la jauría. Se acercó lentamente y pausadamente al sitio donde hallaba el hogar de su amada y, en el acto de amor más puro, que su mediocridad jamás le dejo hacer, dejo caer su cuerpo de rodillas, acomodo por debajo de la rendija de la puerta, las dos rosas más hermosas y dejo su nota. Los perros ladraban frenéticamente y el parecía ido, envuelto en una sonrisa fantástica y en una indiferencia por el dolor que hace poco podía haberlo llevado incluso al suicidio; sentía.
Era amor. Es por ello que tuvo fuerzas, es por ello que seguirá luchando, es por ello que decidió entregar y no pedir, por que al dar recibes más.
Nuevamente en su lecho pensaba y volvía a recrear su crimen cometido, que pasaría sí algún día las rosas del mundo intentan hacerlo un juicio “ rosicida”, seguro sería condenado, enviado a una cárcel llena de espinos, el entro miedo; ya que más da se dijo, por amor lo acepto, valió la pena arrebatarles la vida a las pequeñas rosas. Al revisar el espacio de tiempo en que dejo las rosas, le pareció que debajo del umbral, las rosas estaban llenas de vida, que se lo agradecían, incluso en su delirio pensó: que sus rosas prefirieron morir viéndolo sonreír , a quedarse en su rosal observando a diario la indiferencia del humano. Es decir ellas aman. ¡Qué diablos si algún día me encierran por ello!
Ahora él tipo esta escribiendo esta historia en medio de algunas lágrimas y su gran amor, el mismo que hizo posible vencer tantos tabús y miedos. Sabe en le fondo que nunca volverá a amar así, por para él y su nueva teoría del amor, llega una sola vez, el resto de relaciones son sólo para paliar un instinto humano de sentirse querido y seguirá sufriendo por eso, bueno es parte del precio por amar y entender eso lo hará, por instantes, feliz el resto de su corta vida.
AYABACA, Diciembre de 200
406:23 am.
RIVÁRO.
Richard Vasquez Romero, Ayabaca, Piura, Perú. |