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Autores Dainini y Sendero


-Pocas veces viajo en avión y cuando lo hago, he tenido conflictos con el cielo. Este día está despejado. Por fin podré divisar los abismos con sus manchones verdes o el color del agua. Me había sentado al lado de la ventanilla. Anhelaba ver el mar desde la altura, pero una dama que abordó en la escala que hizo el avión, reclamó su sitio.


-¡Qué extraño!, la cercanía de este hombre me ha traído sensaciones familiares,sin embargo, mi presencia parece incomodarlo. Seguro estaba embelesado con el azul del cielo y llegué a perturbarlo.

-El mar me recuerda a Hemingway. “Morir en el mar, como lo hace el barco o el viejo capitán. Hundirme como el ancla, que después se yergue como soldado vigilando el navío”. La señora se ha recargado sobre la ventanilla y aunque deje ver un pedazo de cielo, el mar sólo estará en mi pensamiento.

-Percibo cierta nostalgia en mi compañero de viaje y no entiendo por qué eso me lastima; no sé de quién se trata;tampoco me atreveré a preguntarle su nombre. Lo invitaré a mirar junto a mí la inmensidad del mar que se aleja y que pronto me acercará a mi sueño... ¡Dios! pero, ¡¿qué estoy pensando?! Sería acercar su aliento y su mirada. ¿Cómo se me ocurre? ¡Qué pensará de mí!

-Me imagino ser un pájaro que divisa. ¡Ah son increíbles los pelícanos! Qué aves tan feas cuando caminan, pero son extraordinarias cuando en picada atrapan el pez. Nada de eso veré. Ella no me lo permitirá; está abstraída, casi mete los lentes dentro de la revista. ¿Qué leerá? A veces ríe; tiene una sonrisa bonita, ¡pero no me deja ver el mar! ¡Ufff! no pudo reprimir la carcajada, la miro y en un dos por tres, se pone seria como un tronco.

-Si supiera que estoy leyendo porque no me atrevo a cruzar unas palabras con él y que estoy tratando de concentrame en la lectura para no dar riendas a la imaginación; tampoco quisiera que advirtiera que su figura me ha traído sensaciones. Él me trae recuerdos gratos y al hacerlo me sonrío. ¡Habrá pensado que estoy loca! Mejor me pongo seria; me está mirando raro.

-Estoy por preguntarle de qué se ríe, pero ha llamado a la azafata para pedir un refresco y un café. Aprovecho el servicio y pido lo mismo.

-¡Ha ordenado lo mismo que yo! Sé que los hombres son muy decididos en sus gustos, no puede ser que lo haya hecho para plagiarme. La altura me tiene delirando; solo pienso en disparates y cuando esto sucede pierdo la noción de lo que es una plática agradable, de las cosas que se deben decir, de las que no y dejo de ser yo.

Lanzó una mirada como preguntando "¿Me arremeda?" Sonrío y le digo:

—Permita que me presente....
—Mucho gusto. —dice.

La azafata nos interrumpe trayendo el servicio.
No pude decir el nombre, y la verdad no escuché el de ella. De nuevo se concentra en la revista. No me atrevo a interrumpirla. Miro discretamente y veo que de la bolsa cuelga un listón parecido al que llevan las mujeres de mi tierra. Estoy por decírselo, “ Ah, qué interesante" podría contestarme y continuaría leyendo. ¡No puedo ver el mar!, el café no me sabe, mi acompañante está absorta con la lectura y en la bolsa se asoma una cinta, como lengua que se burla.

-Tengo la impresión de que perdí una charla más gratificante que este estúpido artículo; pero qué más da, después de todo llegaré pronto a mi destino. Tiemblo con el sólo hecho de pensar que al fin conoceré al hombre que ha transformado mi vida. Gracias a él mis días grises y monótonos tienen ahora el encanto de saber lo que deseo; estoy ansiosa por darle ese abrazo que retuve por muchos años.

. “Pasajeros a bordo, favor de abrocharse los cinturones”


-Vuelvo a mirarla. Ha cerrado los ojos. Abrazó la bolsa y parece que reza. Siempre son impactantes los aterrizajes. El avión se detuvo y ella, de un salto felino se instaló en el pasillo, tomó su valija y después de sacar el listón del bolso, salió. No se despidió, debe tener mucha prisa.

De acuerdo a lo convenido hace dos horas debimos encontrarnos en la sala 24 C. La parada que hizo el avión para recoger a los pasajeros varados atrasó la llegada. ¡Dejé el sombrero de palma en uno de los asientos de la sala de espera! Le dije que lo llevaría para que pudiese distinguirme. ¡Cuanta gente! Olvidé que son días de vacaciones, y apenas puede uno transitar.

-Han pasado dos horas, no sé qué hacer. Estoy segura de que esta es la sala que él me dijo. Si voy a buscarlo en otro lugar, podría llegar, entonces estaría en problemas. Debo pensar en algo. La compañía de aviación queda lejos — según dijeron— Esperaré media hora más.

Cabizbajos se encaminaron hacia la zona de taxis. Ella solicitó al chofer que la llevase a una casa de huéspedes. Él enfiló hacia un hotel del centro. Sus pensamientos se hicieron uno esa tarde: “Cuánto tiempo para coincidir un momento en la vida; hice de lado obligaciones, junté el ahorro para disfrutar dos días y romper la cotidianidad de la vida." Dos días que prometían ser intensos; en lugar de largos correos, estaría la voz y la palabra. La foto daría paso a la imagen corporal.

Ambos soñaban con estrecharse en un abrazo sin tiempo. Dos días que se escaparon como un pez que en el último instante logra escabullirse dejando mudo al captor.

Esa noche ella ingresó al Messenger, él ya no estaba en línea, pero le dejó un mensaje y el teléfono en donde estaba hospedado. Sólo que ella encontró su bandeja sin misiva. —Pueden pasar tantas cosas para que un mensaje no llegue— Ella no le escribió.
Un coraje intenso trotaba en su interior. Pero el vapor del enojo se convirtió en un regato de lágrimas silenciosas que humedecieron la almohada. Cada cual resolvió en adelantar su viaje. Coincidieron en la línea y en el mismo vuelo, pero no en el mismo lugar; ella se sentó por un extremo, él por otro. Poco después tropezaron en el pasillo; se saludaron con una sonrisa forzada. Ensimismados por una mezcla de tristeza y enfado. De las bocinas se escuchó la orden de ocupar sus asientos y sujetarse los cinturones. Después del aterrizaje en la ciudad de conexión, se les comunicó que dispondrían de una hora. Entre los negocios que él encontró en el aeropuerto había uno de artesanías. Ella estaba allí absorta, mirando los collares de plata. El la saludó, y pidió que le mostraran los sombreros de palma.
- ¿A usted le gustan los sombreros?
– Mucho, dijo ella.
- Entonces le gustarán los listones a la cintura.
–También.
Sin mediar más palabras, se estrecharon. Ella lloraba, él la abrazaba al sofoco.
A lo lejos, el avión retomaba el vuelo y ellos sin prisa caminaban por el malecón, al amparo de una luna que parecía ducharse en el mar.

Texto agregado el 29-12-2004, y leído por 565 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
18-06-2006 Ya no sé qué me gustó más, si el cuento, o la idea de que se teja una historia entre dos personas, quizás me voy por la [historia] real, y luego por la fantástica. ednushka
15-12-2005 Rubén. Me encontré este cuento en los textos de Dainini, excelente..., creí que nunca se iban a encontrar. El cuento después de que empiezas no puedes parar, te llevan a todos los lugares y paisajes como si allí estuviéramos viendo las escenas. Es un cuento muy bien escrito, difícil ver qué aportó cada uno....Estrellas para los dos y un beso estrellado para tí. ctapdb
14-12-2005 Acabo de descubrir este cuento entre los de dainini. Me gustó mucho que se hayan encontrado los personajes y me quedo con el sobrero de paja. Besos para los dos. lilianazwe
14-12-2005 Acabo de descubrir este cuento entre los de dainini. Me gustó mucho que se hayan encontrado los personajes y me quedo con el sobrero de paja. Besos para los dos. lilianazwe
14-12-2005 Acabo de descubrir este cuento entre los de dainini. Me gustó mucho que se hayan encontrado los personajes y me quedo con el sobrero de paja. Besos para los dos. lilianazwe
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