Verano nublado. Tanta paradoja me cansa… Siento vibrar tu labio a kilómetros de distancia. Siento un espacio vacío en mi corazón. Las flores se marchitan en mis manos, secándose entre los dedos cesantes de amor, ásperos de olvido. Atino a tenderme en mi cama, revolcarme en esas sábanas desordenadas. Y el cielo me acompaña, tiñendo de blanco el dolor y de negro, el alma. El sol triste acompaña también los acontecimientos mundiales. Tanta pena junta en un trozo de cielo. Y, como por arte de magia, me acuerdo de ti. Me pregunto qué será de tu vida.
Me cuesta encontrarte. El teléfono espera incansable un sonido que me acerque a ti y apagar este desastre que me reduce. Entonces dibujo en la fría pared un cuerpo imaginario. Tus ojos perdidos en la ventana. Tu organismo liso y de color pálido. Siento escalofríos, espasmos. El vapor me roza con brusquedad. Me ahogo. No quiero perder ese bello dibujo. Y ya no estoy en mi pieza. Ahora es el espacio vacío de mi corazón. De repente siento tu voz. Me hablas al oído. Estoy tendida en un suelo que no existe. Mi cabeza en tus piernas. Absoluto silencio; sólo quiero disfrutar de ese tiempo bendito. Me levanto, majestuosa, y ahora mi cabeza la apoyo en tu pecho. Sólo puedo sentirte. Porque aquí todo es oscuridad. Pero sé quien eres. Me hablaste al oído, me acomodé en tus piernas y ahora dejas que descanse en tu pecho. Si supieras la tormenta que se produce bajo mi blusa, esa tormenta de sudor y necesidad. Y esas gotas se transforman en sentimientos. Ya no hay placer. Ahora hay cariño. ¿Cómo sacarlo? Pues bien, no lo sé. Si me dieras la oportunidad de expulsar ese ser que se aferra al miedo, al temor de ser rechazado para luego terminar en un cajón con polvo y arácnidos, en algún rincón del cerebro humano. Busco tu mano, no puedo hablarte. En mi garganta se juntan lágrimas de pesar. La magia del momento se hace turbia. Me quedo ahí, quieta. Y una luz aparece debajo de mi blusa. Una luz cálida e intensa. Es mi corazón. Este es mi corazón. Una lámpara siempre encendida, con el combustible de los sentimientos. Ahora se ilumina para decirte cuánto te quiero. Siento el abrazo, siento el beso, siento tu cariño, siento tu calor. Todo ahora es de color claro. Te sigo besando con una pasión de olas, una pasión que consume todo el candil de mi alma. De pronto te abrazo. Y mis brazos te atraviesan. Ya no te abrazo. Ahora me abrazo yo. Abrazo ese vacío que me devora. Si supieras la tormenta que se produce bajo mi blusa, esa tormenta de sudor y necesidad. Ese amor se ha desvanecido, como tú. Regresaste a mi pared fría. Todavía el cielo está nublado. Las flores se marchitan en mis manos, secándose entre los dedos cesantes de amor, ásperos de olvido. Y renacen, como el ave fénix. Las flores renacen, fragantes y coloridas. Mis dedos han perdido su cesantía y la suavidad de la juventud ha regresado a mis manos. Mi mamá me avisa que me esperan afuera. Eres tú. Te abrazo con fuerza y conversamos largo rato. A la sazón me quedo ahí, quieta. La magia del momento se hace intensa y hasta milagrosa. De repente siento tu voz. Y salen de mi boca todas esas frases ocultas durante días. Todo ese torrente de vocablos amorosos que dejé en el olvido. Mientras atravesamos el puente del año nuevo, me pregunto, si algún día, esté soleado o nublado, atravesaré tu boca, renaciendo mis labios de las cenizas. Y si algún día recibirás mi corazón, que late alegre debajo de mi blusa.