TERCERA Y ÚLTIMA PARTE
Cuando María Fernanda recibió en sus manos el teléfono que le ofrecía Alejandra, la movía un impulso de respuesta ante el reto insolente que le presentaba aquella mujer, de manera que comenzó a marcar el número de emergencias de la policía. Sin embargo, al verla tan tranquila, sentada frente a quien de cierta manera sería su verdugo, el temor alertó sus sentidos.
--¿No piensas huir? --preguntó.
--¿Huir? No, ya no. ¿Qué ganaría? Hoy me acusan de tener nexos con terroristas; mañana podrían añadir sospecha de homicidio a mis cargos. Y después ¿qué seguiría después? No, no más... hace tres meses entré a este país huyendo, no pienso seguir...
Al escuchar las últimas palabras, María Fernanda colgó el teléfono de golpe e interrumpió a su interlocutora.
-- Espera, repite eso...
-- Sí, al encontrar el cadáver en mi casa sería sospechosa...
-- No, no... eso no, ¿cuánto tiempo hace que entraste al país?
-- Tres meses y días...
--¿Pues cuánto tiempo tienes relacionada con mi marido?
-- Poco más de un mes...
--¡Maldito!
En evidente estado de trance, María Fernanda dejó caer el teléfono y apretó los puños con tal fuerza que sus largas uñas parecían clavadas en las palmas de sus manos. Desconcertada, Alejandra acudió a prestarle auxilio. Alarmada y sin saber qué hacer, tomó la copa de la mesa de centro y fue en busca de la botella de cognac. Tras servir, la ofreció a la mujer que había perdido todo color, quien la recibió y la bebió de un sorbo. La amante volvió a servir, pero esta vez fue ella quien bebió, también de un sorbo.
-- Vaya, si seguimos así buena nos la vamos a poner... --Con el comentario, Alejandra trataba de aliviar la tensión del momento.
-- Vamos, no perdamos más tiempo. Tenemos que ir a donde está el cuerpo --Dijo María Fernanda de manera sorpresiva. Mientras conducía no pronunció palabra alguna.
En el noveno piso de un edificio de apartamentos enclavado en una zona de gran categoría, María Fernanda miraba el cadáver de su marido, la piel había adquirido un color verdoso, nada común a tan pocas horas de ocurrido el deceso. La mujer experimentaba una lucha de sentimientos y sus lágrimas brotaron, pero más de rabia que de tristeza. Alejandra seguía los acontecimientos cada vez más desconcertada. La extraña reacción del cuerpo sin vida se sumó a todas sus dudas. Optó por retirarse al recibidor.
Minutos más tarde María Fernanda se le sumó.
-- Ese color que tiene la piel ¿es normal? --preguntó apenas encontró a Alejandra.
-- En absoluto, nunca había visto algo igual.
-- Pues tendremos que pensar la manera de deshacernos del cadáver.
-- Yo había pensado...
-- Lo que habías pensado no va a funcionar. Mira, aquí hay más de fondo, y como lo mejor es que no sepas más, procura no hacer preguntas. Debemos sacar de aquí el cuerpo y tratar de que no aparezca, al menos en mucho tiempo.
-- El ascensor está frente a mi puerta, sería sencillo bajarlo directo hasta el sótano, en donde está el garaje, allí lo meteríamos en el portaequipajes, entre las dos podríamos cargarlo.
-- Bien, conduciríamos hasta las afueras de la ciudad y en algún paraje solitario le daríamos sepultura... una pala, ¿tienes una pala?
-- No, ¿para qué iba a tener una pala aquí?
-- No importa, ya veremos qué hacer después. Dime ¿a esta hora del día hay mucho movimiento en el edificio? ¿Sería seguro hacerlo ahora o sería mejor esperar a la noche?
Alejandra comprendió que María Fernanda se había apoderado del control de la situación, así que, aún desconcertada, se concretó a seguir las instrucciones que recibía.
-- Casi todos los vecinos han salido al trabajo, hasta la hora de la comida regresan algunos, creo que puede ser ahora.
-- Excelente. Vamos a reconocer el terreno y pongamos el auto cerca del ascensor.
Cargar aquel cadáver había resultado más difícil de lo que esperaban, pero ahora estaban listas para comenzar con la parte más peligrosa: abrir la puerta y salir del apartamento con el cuerpo a cuestas. Habían tomado la precaución de despojarlo de sus ropas para dificultar la identificación una vez que fuera localizado. Lo llevaban envuelto en una cobija. El ascensor estaba preparado, con la puerta abierta y trabada. Ambas mujeres se miraron. María Fernanda estaba preparada para jalar la perilla de la puerta.
--¿Lista?
--¡Lista!
Y como en una carrera de velocidad comenzó la acción. Más arrastrado que cargado, el cuerpo entró al ascensor, la puerta cerró y comenzó el descenso. Con la mirada fija en los números luminosos y su ritmo cardiaco acelerado, iban contando mentalmente cada uno de los pisos que bajaban. Habían oprimido el indicador de viaje directo, así que no había peligro de una parada inesperada, pero conforme se acercaban al sótano crecía la tensión, pues ninguna de las dos tenía la certeza de que no encontrarían a una persona a la espera.
Cuando sintieron que se detenía el cubículo y encendía la letra "S" su tensión llegó al máximo. Lentamente, fue abriendo la puerta y...
--¡Nadie! --gritaron al unísono. Descargaron la acumulación de adrenalina.
María Fernanda llevaba en la mano la llave del portaequipajes, pero no podía introducirla, el nerviosismo la comenzaba a traicionar. Alejandra se intranquilizaba, y de pronto... el sonido peculiar de la puerta corrediza de acceso. Sólo unos segundos y algún auto bajaría por la rampa. En ese momento pudo abrir el portaequipajes, y en un movimiento desesperado metieron el cuerpo para cerrar de inmediato. Como los seguros de las puertas estaban abiertos, entraron al vehículo sin dificultad, y cuando comenzaba a aparecer el inoportuno auto, ambas mujeres se agacharon para no ser vistas. Así esperaron hasta que el conductor subió por la escalera. Afortunadamente no usó el ascensor, de otra manera las pudo haber visto.
Esperaron unos segundos, y aún temblorosas, encendieron la marcha.
María Fernanda no dejaba de mirar el retrovisor mientras conducía.
--Te ves muy nerviosa, necesitas tranquilizarte o vamos a despertar sospechas. --Recomendó Alejandra. Al no escuchar respuesta y dudando haber sido escuchada, siguió hablando.
-- Tal vez te tranquilice si me vas contando de qué se trata todo esto. ¿Por qué tu cambio tan drástico? Si no te tranquiliza a ti, por lo menos a mí sí.
-- Lo único que necesitas saber es lo siguiente: Cuando un marido no llega a dormir, la esposa pasa la noche sola, pensando que él está con su amante. Cuando la amante está sola en la noche, está pensando que él está con su esposa. Pero ¿por qué carajos a ninguna de las dos idiotas se le ocurre que puede haber otra?
--¿Sugieres que hay otra mujer?
-- Sí, la hay. Sabía de su existencia, y cuando llegaste a mi casa supuse que eras tú, pero cuando dijiste que tienes sólo tres meses en el país todo quedó claro. Tan engañada he sido yo como lo has sido tú.
--¡Hombres!
-- No confundas, esa clase de malditos no son hombres. Sé que procreó un hijo con la otra mujer, por eso comprendí que no podías ser tú la que causó todo esto.
-- ¿La que causó?
-- Sí, porque poco a poco fue terminando con mi paciencia. Mentiras, ausencias, llamadas telefónicas que no respondían cuando yo tomaba el auricular. Aroma a perfume en sus corbatas, en sus camisas, un auto acechando mi hogar, vueltas de día o de noche... Eso ya no era vida. Fue cuando contraté a un detective privado, un sujeto de pocos escrúpulos que no sólo me reveló toda la verdad, sino que me dio la solución.
Como María Fernanda guardó silencio, dando por terminadas sus revelaciones, Alejandra insistió.
--¿De qué solución hablas?
-- Hablo de un hongo... de un hongo que al consumirse una pequeña cantidad provoca la caída de la presión arterial cuatro o seis horas después. Yo pensé que moriría en los brazos de ella, y no en los tuyos. El mismo sujeto se encargó de ocultar otra parte del hongo en la casa de ella, de manera que al investigar la policía la acusaría de homicidio. Todo debió salir bien, pero el maldito tenía una carta oculta.
-- Me asustas...
FIN
Desde Cancún, en la costa mexicana del Caribe
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