El Demonio apareció sobre un árbol sombrío y desde allí atisbó con su mano aguzada haciendo pantalla a sus ígneos ojos. Sabía que por allí existía una muchacha angelical, alguien de quien había escuchado hablar a algunos que ahora se recocían en su vasto territorio. Todos aquellos habían intentado seducirla sin ningún éxito y producto de estos fracasos, enloquecieron de amor y deseo, cometieron toda clase de tropelías, asesinaron, robaron y embaucaron y cuando la muerte les sorprendió de mil diversas maneras, el Demonio, tomó sus almas como quien va de compras y las arrojó a los pozos en donde las llamas eran más candentes.
El ojo avizor de Satanás descubrió de pronto, muy lejos, un ventanuco pequeñito y allá se dirigió para contemplar con sus propias pupilas eso que tanto lo intrigaba.
Valió la pena dicha incursión puesto que tras los cristales de aquello que era una sala de baño, pudo contemplar la belleza más perfecta, la piel más blanca y los cabellos más hermosos. Era una lindísima chica que se bañaba en su tina a la sensual luz de unas cuantas velas esparcidas sobre la superficie, lo que realzaba de sobremanera su figura escultural. El Demonio abrió tamaños ojos ante aquella angelical criatura y dispuesto a conquistarla, adoptó la forma de un apuesto doncel.
Minutos más tarde se presentó ante la chica como un vendedor viajero, mostrándole una serie de chucherías. La muchacha abrió tamaños ojos ante la multitud de artículos y cuando él le ofreció regalarle lo que eligiera, ella se negó rotundamente, diciéndole que eso no era correcto, que le gustaban algunas cosas, pero que una muchacha honrada no podía permitir eso. Y haciendo tripas corazón, le cerró la puerta en las narices.
El Demonio no cejó en su afán de conquistar a la joven y esta vez se personificó en una anciana que golpeó a la puerta de la muchacha para solicitarle ayuda. Ella buscó entre sus pertenencias y le regaló algunas vestidos y cuando la mujer le solicitó alojamiento, le permitió dormir en el sofá.
Arrebujado entre las frazadas, Satanás contempló con un solo ojo como la chica se desnudaba en su cuarto para luego acostarse a dormir. Cuando calculó que la muchacha estaría en pleno sueño, se acercó sigilosamente al lecho y sin pensarlo dos veces se acurrucó junto a ella.
La chica hablaba en sueños y decía –“Si Jonathan, así Jonathan” y el Diablo hacía y deshacía con ella.
-“Eres un genio Jonathan, eres lo mejor amor mío” y el malulo haciendo de las suyas con aquel cuerpo perfecto. Cuando la chica dejó de hablar y se quedó profundamente dormida, el Demonio regresó a su improvisado lecho y trató de dormir un poco. Cuando estaba conciliando el sueño, la chica, que al parecer era sonámbula, llegó a su lado y se acostó junto a él.
-“Si Jonathan, eso es Jonathan, eres un genio Jonathan” y el Demonio, algo somnoliento, cumplía con creces las peticiones cada vez más exigentes de la chica.
El asunto se repitió varias veces aquella noche y Satanás lucía unas inmensas ojeras y sus pupilas ya no brillaban con la misma intensidad. La chica dormida era insaciable y no había manera de despertarla. Cuando amaneció, la muchacha aún invocaba a su santo patrono, el tal Jonathan y el Demonio extenuado y sin haber pegado pestaña en toda la noche, sólo esperaba que la muchacha despertara para poder dormir a pierna suelta.
Cuando la muchacha abrió sus ojos, se encontró durmiendo al lado de la vieja, que era Satanás disfrazado y lanzó un alarido que lo hizo saltar.
-“¿Pero que pasa hija?”- preguntó el somnoliento demonio, al borde de sus fuerzas.
-“Nada señora, sólo que tuve horribles pesadillas. Soñaba que venía a visitarme mi ex novio, el Jonathan y que me poseía toda la santa noche”.
-“Bueno, las pesadillas son sólo eso”.
-“Es que sucede que el Jonathan es un insaciable y yo que también lo soy, imagínese, la pareja que formaríamos”
-“¿Y que pasó con Jonathan?”
-“Se fue, se aburrió de mi porque yo salí el doble de ardiente que él. Dicen las malas lenguas que vendió su alma al Diablo con tal de no encontrarse nunca más conmigo” Aquí paró las antenas el Demonio y revisó mentalmente su lista de transacciones y se recordó de un tal Jonathan Uribe que tenía pactada la venta de su alma y que entretanto se había ido a vivir a una isla desierta, cual un casto Robinson Crusoe.
Y antes que la muchacha comenzara a manosear a la vieja, porque su condición no respetaba sexo ni edad, esta se levantó de un salto y antes de desaparecer por la puerta dijo: “Deshago de inmediato el trato con Jonathan Uribe porque lo considero del todo inocente de culpa". Y sin quitarse su atuendo de anciana, se dirigió veloz a sus abrasadoras cobijas para dormir por lo menos un par de semanas completas…
|