En esa época se hundía el respeto por la vida en mitad de una tormenta de pasiones desatadas. Se exilió el punto temeroso de perecer en el oleaje. Los vientos llevaron al náufrago hasta una tierra primitiva, tranquila y supuestamente alejada de la sinrazón.
¿Te imaginás al cacatúa con mocasines y pantalones Oxford en el monte santiagueño? Era como renacer en otra vida, si hasta tuvo que aprender a armar sus cigarrillos. Al principio con "banderita", después, solo con una mano y de a caballo.
En una tardecita soleada, cumplida la obligación de la siesta y mientras disfrutaba del espectáculo que brindan los chivitos mamones recibiendo a la majada que vuelve remolona a su corral, algo llamó la atención de ese porteño. Tres vacunos cerca de una tranquera casi tapada por los yuyos, de ésas que no se utilizan con frecuencia. El más grande, oteaba por encima y mujía con insistencia, era una vaca. - ¡Qué pila de milanesas! - pensó el vago.
Escondido pero no tanto en el campo de papá, el fulano tenía auto. No acostumbraba salir, tal el miedo que tenía; pero esa vez fue a pedido, una joven necesitaba ser llevada al hospital del pueblo, pronto sería madre y la cosa no venía bien.
En el camino, al pasar por la vieja casa donde naciera Homero Manzi, comenzó la urgencia. En pocos minutos el compadrito asustado descargaba el paquete en la guardia del hospital, ya se veía que era un varón a medio nacer. Es la rueda de la vida, pensó, que no se detiene. Volvió el punto a su guarida después de enterarse que todo estaba bien.
En un par de semanas se enteró que la gordita había vuelto al pago, sin hijo pero con plata. Se notaba por las pilchas nuevas. Como luto no tenía, todos se callaron la boca. Alguien comentó que al cachorro se lo llevó una pareja de Buenos Aires y que estaría mejor lejos de la miseria.
Siesteaba el ingenuo meditando sobre lo acontecido y otra vez la vaca en la tranquera con yuyos, dos terneros a la siga, uno grande y el otro aún mamero. Despierto ya por los lastímeros mujidos, se acercó al pozo a remojarse el pescuezo. Se encontró con el viejo en la misma tarea y le preguntó por el vacuno.
Por esa tranquera, le explicaron, entró el camión del carnicero y cargó al ternero más grande de la vaca, de eso hace como dos meses y el animal, todas las tardecitas viene siguiendo el rastro, llega hasta el lugar y lo sigue llamando al perdido.
Por un tiempo al tipo no le gustó el asado... después se le pasó.
ergo.
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