Ninguna vida es mediocre, ni siquiera la mía, sólo con ser vida ya tenemos un milagro. Quizás se trate nada más que de un escalón en la ruta hacia lo trascendente, en el camino de la evolución a niveles superiores de conciencia, en la eterna búsqueda de la luz…
Érase una vez, un tipo rebelde. De purrete, lo echaron a coscorrones de la iglesia del barrio, pese a que su madre, santa mujer, tenía ilusiones con la festichola de la primera comunión. Pero el fulano había nacido agnóstico, contestatario y rebelde sin causa.
Con el chupete escondido en el bolsillo de sus primeros pantalones largos, ya se mezclaba entre los cumpas de aquella lírica Federación Juvenil Comunista. Para que no lo gastaran, con sus primeros morlacos ganados decentemente, se compró las obras completas de Vladimir Ilich. ¿Te imaginas? 62 tomos de pesada lectura que el otario se comía con avidez, matizando con El Capital y otros ajados libracos que sacaba de la Biblioteca Popular. El antro se llamaba con toda justeza "Veladas de Estudio Después Del Trabajo".
Pero era muy rebelde, hasta para los rebeldes. Se atrevió a poner en duda algunos aspectos de la santa palabra y, enamorado de su propia oratoria, hizo dudar a algunos camaradas. Consecuencia: lo rajaron del grupo. Pero quedaron amigos, de esos que se cosechan después de tantas noches compartidas salvando al mundo entre pucho y café.
El ragazzo inventaba cada día nuevos disgustos para su padre. A los quince se piantó de la casa y se fue a conquistar el mundo. Al diablo con las ilusiones del jovato. Minga de heredero y administrador de aquellos negocios.
Con los años, se dio cuenta que jamás le había dicho al viejo cuánto lo quería, nunca le contó de su secreta admiración por ese bruto. En fin, que le entró un arrepentimiento tardío. Como era el único de la gallegada que no sabía tocar un instrumento, se compró una viola, un afinador electrónico, unos libros, y comenzó la tarea en solitario. Aprendió unos acordes, algún punteo, y se mezcló con guitarreros de boliche para copiar "in situ" los esbozos de creatividad que aparecen esporádicamente en esas madrugadas de vino y confesiones de borrachos.
El iluso se puso a componer. Una pieza en especial, que llamó "Nostalgia Gallega". La perfeccionó con el tiempo. Era la forma elegida para hacerle saber a su padre de aquellas cosas que tenía tan adentro.
Pero nunca estaba lista. No era aún lo suficientemente buena. Esperaría a mejorarla antes de hacérsela escuchar, antes de la sorpresa que se llevaría el viejo...
¡Estaba lista!
Esa primavera sería el momento, todo sería perfecto.
Pero el viejo cometió la irreverencia de morirse en el invierno.
El punto colgó la viola... ¿La música? Ya se la tocaría con arpa si volvieran a cruzarse.
ergo.
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