El tipo era un hereje. No le disparaba a cristianos para evitar problemas con la ley, pero todo lo que se movía terminaba en la parrilla o en la olla con un par de tiros. Jamás llevaba su grupo más que pan, vino y condimentos. Si no se cazaba nada, paciencia y pan criollo. Además siempre quedaban los amargos, yerba nunca faltaba en esos casos.

Le llevó más de un año y mucha plata armar ese jeep, pero quedó en la historia. No hubo nevada que lo detuviera. Una vez, en medio del viento blanco se desbarrancó terminando en el lecho de un arroyo de esos que no figuran en el mapa. Salió con ayuda de aparejos que si hubieran faltado, los cuatro atorrantes que portaba estarían mirando crecer las araucarias desde abajo.

Ese mes de julio se presentaba ideal para la caza furtiva. Mucha nieve, caminos cortados y la milicada ocupada en socorrer turistas que se atrevieron.

El ciervo se recortaba clarito en el horizonte; tras de él, la luna llena: hermoso el animal. El viento venía de allí, no podía detectar a los cazadores. Un disparo del mejor tirador como señal para que lo siguieran otros. Nunca se supo quién acertó, el animal cayó, luego se incorporó a medias y a los tumbos se metió en el montecito. No era cuestión de dejarlo herido, había que meterse y rematarlo.

El punto se metió despacio en ese monte, en la derecha el 38 y el oído alerta. Sabia de algunos que terminaron despanzurrados por una cornada. Al rato nomás, y en un claro, estaba el bicho. Apenas parado sobre las manos, sentadito y esperando…
El cuarto trasero inmóvil ya no le respondía.

Lo miró a los ojos antes de apretar el gatillo y ése fue su error. Algo encontró en esa mirada que le hizo dudar sobre quién era la bestia. Pero ya las cartas estaban echadas y sonó el disparo piadoso, como un cañón en el silencio de la noche. Nunca había sonado tan fuerte el 38. Tanto, como para romper al fulano.

Ya tenían para jamonear. A la inversa de los cogotudos, nada de llevar la cabeza; sólo la carne. Mientras el punto volvía al jeep, guardaba las armas y aseguraba las cosas para la vuelta, los otros tres despostaron y cargaron al animal. Durante la vuelta no dijo nada, sólo permaneció en silencio como concentrado en el manejo, simulando que todo estaba bien mientras el resto meta jarana.

Al tiempo vendió el jeep, solo servía para las cacerías y él no volvió a disparar un arma. La belleza del bicho recortada en un horizonte con luna, y lo que vió en aquellos ojos...

Ergo.