El purrete y su perro salieron tempranito para la escuela. La señorita pedía los deberes y no estaban, siempre faltaba tiempo para eso. Todo un mundo de aventuras los esperaba ese día. En el bolsillo del guardapolvo y prolijamente enrollado en el corchito, estaba el piolín con el anzuelo. Para caña siempre se encontraba algún palito, y las mojarras estaban esperándolo. Sólo había que disimular ir a la escuela, pasar derechito sin ser notado y en la próxima cuadra a la izquierda, el paredón del ferrocarril: bajito y con enredadera. Saltarlo era fácil y el perro ya sabía como dar la vuelta, total a él lo dejaban pasar si aparentaba ir solo.
Como al rato llegaron cansados al riachuelo. La tarde se prestaba para una zambullida, bastaba con escaparle a las manchas de aceite que, como camalotes, navegaban en la corriente. Nada más verde que esa rivera con pastito donde el perro cuidaba las pilchas, y ese cielo tan azul...
Con la vista fija en el corcho y atento para dar el tirón que clavaría a la mojarrita, el pibe casi no se dio cuenta que tenía compañía. No solo a él se le había ocurrido la idea, otros tres habían llegado. Aceptó con cierto recelo cuando lo invitaron a jugar. En lugar de anzuelo con piolín uno de ellos tenía un mazo de cartas. ¿Por plata el asunto? Nunca lo había hecho, pero allí estaban las monedas para las galletitas "Manón", así que podía prenderse.
Todo pasó rápido y esos amigos, por sus risas, parecía que se fueron contentos. Había que hacer tiempo y llegar a casa con los otros pibes de guardapolvo. Así que pasó el resto de la tarde visitando unos vagones abandonados, imaginando las próximas aventuras con sus nuevos amigos. Pero algo le rondaba en la cabeza.
Ya era hora de regresar a casa con disimulo, el perro no diría nada. En el camino de vuelta pasó por el boliche de las galletitas, esas que compartían, y las pidió. Cuando buscó las monedas en el bolsillo y no estaban, recién recordó que el mazo parecía nuevo y sin embargo en algunos naipes faltaban pedacitos. Lo que le rondaba en la cabeza aterrizó.
El perro no entendió por qué su ladero lagrimeaba, si al final sólo eran moneditas. Además en la lata, escondida detrás de la maceta grande, tenían un montón.
ergo.
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