Llegó el momento de repartir los regalos y todos estaban dispuestos a aprobar felizmente cualquier cosa que cayese en su poder, pero la joven Evelyn quedó traspuesta al percatarse, que repartidos uno tras otro, había quedado con las manos vacías. Llegó también el momento de besarse y mostrar una renegada simpatía hacia los seres que poblaban la sala, y en cuestión de minutos la joven Evelyn rompió con toda sensatez que le hubiese sido fundada, pues se levantó de forma agresiva de su asiento y amenazó a todos los asistentes con una maldición que pesaría en todos y cada uno de ellos.
Tal fue la dureza de sus palabras que la desafortunada familia cayó en disputa, y reprochándole su falta de madurez optaron por despojarla de sus ropas y zapatos.
Ante tal humillación en la que la jovencísima mujer se vio inmersa rompió a llorar, y cumplió su palabra de tal forma que se dio por concluida la accidentada reunión familiar.
Fue solo cuestión de horas cuando tíos, primos y demás parientes sufrieron los terribles accidentes que la joven desdichada se había atrevido a predecir. De modo que, Terence y Harlem, el unido matrimonio que encabezaron la lista de asistentes a la cena, fueron asaltados a tan sólo 3 minutos de llegar a sus casas por un extraño que aseguraba ser “una feliz muñeca que ríe y hace pipí”, fueron degollados ante los ojos de la pequeña Tiffany, quien necesitó, para aceptar los hechos de numerosos psicoanalistas hasta bien entrada en la edad adulta.
Les llegó el turno a Jason y Scott, la feliz pareja de funcionarios del gobierno (quien anteriormente impulsó con frenesí el castigo a Evelyn) constituía un hermoso y claro modelo de feliz matrimonio homosexual. Pero al abandonar la sala, Scott redescubrió sus sentimientos con la mujer que sostenía las copas en el humeante bar de la esquina llamado “Maquillaje”, la cual le hizo recapacitar y dejar atrás su “desviada sexualidad”, siendo este cambio tan severo en la pequeña mente del mal nacido que entró en delirios y enloqueció.
El padre de Evelyn despertó débil y tembloroso en aquella fría noche de invierno y admitió haberse visto sometido, en sueños, a largas e interminables preguntas que precedieron a un fuerte empujón escaleras abajo. Con el paso de las horas, su mujer descubrió aterrorizada que sus largas y fornidas piernas habían sido sustituidas por otras dos piernas de caramelo macizo.
Sus abuelos en cambio, jamás habían deseado con tanta fuerza no haber nacido, pues el destino fijó en ellos una larga y prolongada agonía que duraría cerca de los sesenta años. Lo cual quiere decir, que fueron condenados a permanecer el mencionado espacio de tiempo postrados en los mugrientos sofás de sus casas contemplando como sus pieles se deshacían a la espera de que alguno de sus fallecidos hijos regresara de sus aparatosas tumbas para darles muerte bendita.