Érase una vez una mina que supo ser la más papusa del bulín. Lo encontró al punto tirado en el fondo de una botella, ocupado en retocar de vez en cuando la mamúa, y acompañado tan solo por Mentís, un perro rescatado de la basura y más ordinario que papel de cohete. Creía tener el punto sus razones, el mundo no estaba esperándolo como a su salvador. Es más, ni siquiera estaba esperándolo.
La mina golpeó la puerta del cotorro y nada. Se mandó "pa´dentro" y el perro, cosa rara, la dejó pasar. Inteligente el animalito, seguro olía bonanza en su futuro. Se horrorizó la mina de ver al galán mugriento, apolillando en el suelo entre botellas vacías. Sin mucho preámbulo le agarró un par de pilchas, las metió en la valija y llamó una ambulancia. El borrachín hasta puso condiciones, no dejaría solo al rrope.
El caso es que la paica lo llevó a su casa y lo curó. Vida en familia, sopita a horario y una mezcla de pasión con gratitud consiguieron el milagro. Fin del primer acto.
De pronto el tipo se sintió bien, era joven y de la mishiadura con ojeras no quedaron ni cenizas. En la casa con jardín al fondo, vivían también los padres de la percanta. Sobre todo el viejo, amigo también de recoger cachorros abandonados, vió en el borrachín y su perro la oportunidad de una buena obra. Lo engordaban como "pa´la" fiesta y lo lanzaban otra vez al ruedo o, si la cosa daba para más, tendrían al padre de sus nietos. ¿Qué importaba invertir unas monedas en marroco?
Era una noche de tormenta y el animalito aullaba. La paloma, ciega de pasión, visitó la "zapie" donde atorraba el fulano, que ya estaba como para jugarse un partidito. No se resistió mucho el punto. En lo mejor, arreciando el viento y los truenos, el papá de la única hija ingresa al lugar, frazada en mano, para calmar al perrito y arropar al atorrante, no vaya a ser cosa que el frío le provoque una recaída. Vio lo que Vio. Dejó caer la cobija y cerró la puerta del lado de afuera, sin una palabra y con los ojos grandes.
Como hacía una eternidad que no se asomaba al mundo, al otro día el atorrante se levantó tempranito. Sabía que el papi sacaba el auto para ir al laburo, así que se le arrimó y como quien no quiere la cosa, le pidió que lo acercara al "trocén".
En el camino el viejo comenzó la frase: Bueno -dijo- Vos estabas enfermo... El compadrito lo interrumpió y ayudándolo a terminar la frase agregó: ...Pero ya estoy bien!
No hizo falta más. Jamás volvió a esa casa con jardín al fondo ni a los brazos de la nena de papá. Ni siquiera para buscar a Mentís. Se lo impidió la vergüenza.
ergo. |