Mi único pecado fue quererte,
mi único pecado fue desearte,
mi único pecado fue tenerte
entre mis brazos y amarte.
Ahora muero una y otra vez,
quemado en la tristeza de no sentirte
en las manos perversas de la soledad.
Caigo del cielo al infierno,
cada vez que sueño tus ojos,
revivo a la tierra en mi hacer,
para volver a morir en oscuridad,
porque te extraño,
porque te necesito,
porque aún te amo.
Ni aves maría, ni padres nuestros,
ni misas, ni agüeros,
sólo tus ojos en los míos,
sólo tus besos,
que aunque pecado, aún deseo. |