Angelo: Te dedico este cuento... he cumplido mi promesa de publicar mis obras y dedicartelas... cualquier día recibirás un autógrafo de tu manager.
Te quiero mucho, querido amigo. Feliz Navidad.
Pamela.
Feliz navidad a todos los cuenteros, sean cronopios o famas, y gracias por ser lo que son, gente con sueños y deseos.
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El gemido de la gran ciudad se pierde en el frío de las baldosas. El calor aplasta con fuerza y pasión, al igual que esta cabeza que se pierde en algún pensamiento. Entonces me acuerdo de ti, como el bombero que sostiene la tira para apagar el incendio. Y me incinera el recuerdo. La quemadura es el pasado; desaparecerá el dolor, pero no la huella. Ni tanto el dolor, puesto que vuelve al recordar. Te he soñado de blanco, de gris, de dorado, de negro… Pero te imaginé, como si fueras un anillo de plata. Eterno, brillante, sencillo, duro. Y puesto en mi dedo, donde te observo detalladamente y te llevo conmigo como una ideología de la juventud, que me hace perpetuar que debo vivir la vida con esa sonrisa tuya, amplia y transparente. La gente me dice “Oh, que bello su anillo…”. Y me acuerdo de ti, como el joyero que le da brillo a mi existencia. Al sacarme el anillo, se produce una sensación de vacío interior, de poder, de posesión. Pero también de gran pérdida. Examino su radio, tus formas, tu único ángulo de 360 grados. Me gusta ponerte al sol para que brilles, con esa intensidad que se cuelga en un pentagrama, con ese ritmo que me invita a imitarte. Empuño tu contorno, para que no te arranques. Para que tu voz se conserve limpia y original en mis oídos y para que tu frescura de niño simple no se escape de mi piel. Agarro un paño, un líquido especial y comienzo a pulir tu superficie. Mientras hago esta delicada labor pienso en los momentos que hemos pasado juntos; en las veces en que te he necesitado y me has ayudado; en ese evento en donde me volví loca de tanta ilusión concreta, debutando como manager-psicóloga-amiga; en ese día cuando gané un tercer lugar escribiendo sobre ti y lo celebramos a todo chancho; en ese día cuando te abracé por primera vez, un día de verano, antes de irme de vacaciones; en ese día cuando tuve una brusca pelea en mi casa y te llamé, me aconsejaste y de alguna u otra forma me reviviste; en las vacaciones de invierno cuando bailaste en el matinal con los Brizsdance y justo tenía hora al médico, y era capaz de hacer que prendieran el televisor de la sala de espera sólo para verte (al final te vi en mi casa); en el día de mi cumpleaños, cuando salimos a pasear con el rey de las olas y lo pasamos bien, fue el mejor regalo de cumpleaños que he tenido en mi vida; en el día de tu cumpleaños, cuando te llamé a las doce de la noche y te cantamos cumpleaños feliz con mi primo el enano Martín, tu querido vecino, y cuando nos tomamos esa fotito (oh, sí, todavía la tengo); cuando saliste en Rojo, casi me morí, me emocioné, no sé si por fanática o porque te quiero mucho y eres mi mejor amigo, y sentí que estabas en tu salsa; cuando te presenté a mis amigas, y ellas insisten en que me queden contigo (yo no fui) en lugar del Niko…
Termino mi ardua labor de pulirte. Me seco un par de lágrimas felices. Te vuelvo a imaginar como si fueras un cinturón. Te llevo en mi cuerpo como una bendición, como el amor, como el sueño, como la amistad y como la ilusión. Miro el candelabro que me regalaste para mis 15. Pues, pensándolo bien, no he prendido su vela. Entonces, me planteo un juramento. Si se llega a cumplir el factor común de todos los once sueños seguidos que he tenido contigo, prenderé la vela y publicaré un libro, aunque cueste mi viaje al sur, lo haré. Esta noche pensaré en ti como todos los días. Le pediré al viejo pascuero que le eche magia a tu sonrisa, el mejor regalo que he recibido en toda mi vida. Y mientras a una cuadra de ti mi primo Martín abre sus enormes regalos, brillará en mí el anillo y en ti, el cinturón, en donde se refleja lo mejor que me ha pasado en la vida.
Si le falta brillo a tu estrella, estaré aquí.
Santiago, Nochebuena de 2004.
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