Los dos comenzaron muy calmados. Sabían a lo que iban, e iban decididos. Tanto el de la vestidura blanca como e de la roja iba con la intención de derrotar al otro. El Blanco ya lo estaba esperando, siempre lo hacía, todo el tiempo estaba preparado.
Entonces El Rojo levanto su espada y avanzo velozmente hacia El Blanco. Este desenfundó su espada y rechazó la embestida de su contrincante. El nuevo intento de El Rojo fue instantaneo: realizó un tajo vertical nuevamente rechazado por El Blanco. Fue entonces cuando El Blanco soltó una estocada que El Rojo hábilmente esquivó. Una fuerte patada por parte de El Blanco bastó para que El Rojo cayera al suelo. Simultaneamente El Blanco hizo un intento por herir al Rojo; pero El Rojo supo rechazar su ataque y logró ponerse de pie. Ya no eran las personas serenas que estaban al principio sino que ahora eran unos luchadores implacables llenos de furia. El Rojo le dió al Blanco un fuerte golpe en la frente al Blanco con el mango de su espada. Fue tanto el dolor que El Blanco soltó su espada. Logró reaccionar y esquivar un mandoble de parte del Rojo; pero cuando se dio cuenta tenía al Rojo encima de él. Se desató una lucha más feroz aún, a mano limpia. El Blanco,a base de puñetazos logró quitarse al Rojo de encima y continuó propinandole unos buenos golpes durante un rato.
El Rojo ya no pudo hacer nada. Trató de defenderse de los golpes; pero fue en vano. Con una extremadamente compleja y dolorosa llave El Blanco sometió al Rojo. De repente, El Rojo, exhalando gritos de dolor se esfumó de entre las manos del Blanco dejando solo una nube de humo. El Blanco, exhausto, descansó un rato acostado en el suelo antes de levantarse. Se levanto, se sacudió las vestiduras y puso una cara de satisfacción inmensa.


La tentación provocó un conflicto en la mente de el joven; pero al final decidió:
No. No me la robo.