Ángulos
Otro día más, común y corriente, de esos que viven muriendo la cuenta regresiva de los relojes. Los rayos del sol se cuelan por mi ventana. Pongo de pie mi cuerpo, todo pintado de negro como el universo, pero sin salpicado de estrellas, y conmigo, simultáneamente, como ha sido toda mi maldita vida, se levanta también este otro tipo, cuya silueta es idéntica a la mía y que desde que nací me sigue con una lealtad insoportable, imitando cada uno de mis movimientos y acompañándome a cada lugar al que voy. Ni en el baño me deja en paz. La diferencia, claramente en su favor, es que él está adornado con ojos, nariz, boca, color de piel y un cabello claramente definidos y, por si fuera poco, está provisto, además, de algún órgano interno, situado con seguridad cerca de su garganta, que le permite emitir sonidos. La experiencia de tantos años y conversando con otros seres que sufren de esta misma persecución, pláticas que generalmente suelen darse en la vía pública, me han enseñado que este tipo que no me deja en paz es un hombre, que los sonidos que emite son palabras y, tanto a mi como a mis semejantes, nos llaman sus sombras. Cómo joden. Al menos de noche, cuando el sol, su principal cómplice y colaborador, se ha escondido por unas horas, mientras el idiota duerme en mi cama, soy libre.
j.o.o.
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