La bañera no era lo suficientemente grande para un baño de espuma. Teresa siempre quiso tener una mayor, de esas redondas con doce salidas de agua a presión distribuidas por todo el perímetro, pero tuvo que conformarse con la que ya estaba instalada en el piso. Una bañera que en otro tiempo había sido blanca y que probablemente nunca había sentido la espalda de una mujer desnuda. Al menos desde que Teresa y Román vivían allí.
Román era un hombre de manos ásperas. Hasta la reducción de plantilla, trabajaba en la fábrica del pueblo. Pero de eso hacía ya más de 300 litros de alcohol. Con su empleo se fueron la mitad de sus sueños y la otra mitad se habían convertido en pesadillas.
Por la mañana, Teresa no podía levantarse. Reconocía esos síntomas, no era la primera vez que Román le pegaba una paliza, pero ese lunes el dolor le parecía insoportable. Totalmente inmóvil sobre la cama trataba de olvidar que su marido estaba a no más de treinta centímetros.
La niña despertó. Teresa rezó porque no empezara a llorar, pero Dios no escuchó sus plegarias. La pequeña Eva protestó por sus cinco meses de vida. Román se revolvió sobre las sábanas y empujó a Teresa.
- ¿Es que no oyes a tu niña?
Teresa trató de ponerse en pie, pero a duras penas consiguió gatear hasta la habitación contigua.
- Eva, preciosa. Shhhh... –susurró Teresa–
Haciendo grandes esfuerzos consiguió sacarla de la cuna y la llevó hasta el lavabo para darle un baño. Resonó de nuevo la voz de Román:
- ¡La niña, joder!
Al oír esa voz, Eva lloró más fuerte aún. Teresa trataba de calmar a la niña, pero no lo conseguía. Pensó que quizás se tranquilizaría con el baño, así que tiró el patito de goma sobre una de las flores desgastadas del fondo y empezó a rellenar la bañera. Tito, que así se llamaba el patito, cayó de cabeza y dejó escapar un sonido agudo. Teresa habría querido ser como Tito la noche anterior, cuando Román descargaba los puños en su cuerpo.
Tito se balanceaba sobre el agua revuelta, con su sonrisa eterna, pero Eva no dejaba de llorar.
- ¡O se calla la niña o te mato!
Teresa sentó a Eva en la bañera y empezó a pasar la esponja suavemente por su piel, pero Eva lloraba y lloraba.
- Te vas a enterar...
Ese ruido era inconfundible. Era el cinturón de Román acercándose. Presa por el pánico Teresa tapó la boca de Eva y viendo que no conseguía silenciar sus gritos sumergió a la niña en el agua.
- Ya se calla, mi amor, ya se calla...
El pequeño cuerpo de Eva dejó de agitarse. Cuando abrió la puerta del lavabo, Román encontró a su mujer de rodillas, sujetando con sus manos mojadas los pocos kilos que pesaba Eva, su preciosa Eva, totalmente inmóvil, fatalmente muda.
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