Querido amigo, Julio Enrique:
Te decía en mi última epístola que no sabía el cómo agradecerte tu amistad y tus cartas; y no mentía, Julio Enrique ¡¡No mentía!! Porque hablar de amistad, como escribir sobre el amor, la Navidad o la Literatura, hablan y escriben muchos, pero son pocos los que dicen, en cuanto a lo que significa decir, y decir algo, según se entiende, en decir algo y decírselo a alguien. Eso solamente lo consiguen unos pocos, otros, en cambio, se quedan sin decir nada. El decir debe aspirar, tender y encaminarse al logos Y tú sabes decir al escribir de literatura, de amistad y de otras muchas cosas más; sin embargo aunque no quisiera limitarme en esta carta solamente a destacar esta noble y humana relación, si quisiera subrayar esta correspondencia hermosa que es la amistad; esa práctica tan ineludible para el ser, que tanto bien nos hace, ayudándonos en el camino del vivir, a pesar de que algunos traten de lesionarla y de envilecerla, para impedir con ello que el prójimo, el otro, pueda beneficiarse de ese valor inmaterial, al que también ellos podrían acceder, si fueran capaces de liberar su espíritu del egocentrismo adulador, y cambiar su corta y estrecha tabla de intereses egoísta, por ese larguero que se desborda al disfrutar, tanto en la generosidad del dar, como en la del recibir, sin esperar nada a cambio.
Nuestro común amigo Islero, me decía hace poco que la Literatura le interesaba en función de los valores que aportara ésta en la búsqueda del sentido de la existencia. Es decir, la literatura como contribución del pensamiento escrito en el despertar de los valores que mueven nuestro vivir. Y no se equivocaba nuestro común amigo Islero, Julio Enrique, porque las huellas que dejan tus palabras en este género epistolar al que me has invitado, está lleno de esas marcas literarias que tanto interesan a nuestro filósofo y amigo.
En la última recibida me hablabas del poeta “Placido” de sus versos, que eran el reflejo de su pensar, de su sentir y de su vivir. ¡Cuanta coherencia! Y en ella me dejabas otro mensaje aún más importante: buscar la autenticidad de las palabras. La mirada y el decir se funden en la palabra. Lo que para nuestra común compatriota y admirada filósofa, Zambrano, es: “Cumplimiento, plenitud de la Aurora de la palabra”.
La metáfora del poeta se hace sangre de versos, que no habría de tardar mucho en derramarse, para así liberar el aire, el ambiente, abriendo a todos el espacio, redimiéndonos. Y, para no someterse ante la exigencia de razones que se le piden, que no tocan siquiera el fondo de la cuestión, condenado, enmudece, y surge la acusación de irracionalidad del “mundo” y le sobreviene la infamia, la deshonra.
El silencio, como la mirada, también habla y puede ser más elocuente que la palabra, sobre todo cuando las palabras que se oyen no dicen nada. Sucede con la verdad casi siempre, que le sobran las palabras, porque respira y se revela en los ojos que saben descubrirla. Y así, con tu carta me fuiste adentrando en el dolor del poeta, de un sacrificio cumplido, que brilla aún, a pesar de la opacidad de ciertas piedras que con
su “rumor” quisieran imponerse a “la mirada y el decir”, queriendo detener el paso a la blancura encendida del alba.
"Mas si cuadra a tu Suma Omnipotencia
que yo perezca cual malvado impío
y que los hombres mi cadáver frío
ultrajen con maligna complacencia...
suene tu voz, acabe mi existencia...
¡Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!
Y con la terrible angustia del Poeta “Placido” , sin patetismos, atraída por esa otra alegría, esa vibración cordial que impulsa al corazón humano, decirte, Julio Enrique, que te siento, en la amistad, muy al lado en mi caminar. No hay para mí mejor regalo de Navidad que la calidez de esa antorcha encendida en el pensamiento del amigo, y la mía, mi vela, proyectará hasta tu otra Orilla, como una estrella que cruzará los cielos, una bandada de besos y buenos deseos para toda tu familia.
Con muchísimo afecto, tu amiga, Alicia.
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