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Que los tiempos cambian Que la gente Las costumbres Dice el Horacito El nieto con sus florecidos veintitantos Lindazo el mozo Educadito Bien que de vez en cuando se acuerda de caerle por la casona para hacerle compañía en el ritual ceremonioso de los amargos El Horacito Y sus macanas La cantinela repetida sobre su vida ahí en la piecita húmeda del fondo su aislamiento entre las pocas parras medio secas un gallinero de fantasmas el pedazo de potrero barroso de lo que otrora fuera el patio y todo lo demás subdividido por medianeras de alturas diferentes El Horacito se preocupa Claro Pero no entiende nada
Don Jacinto Balmaceda se estira en la cama estrecha. La luna del espejo le devuelve, desde el altísimo ropero, la imagen descolorida de los retratos. Allí, la compañera fiel de años idos; más lejos, los rasgos borroneados del Tata, muy cerquita de las patriarcales barbas de don Leandro Alem. Parpadea un fulgor anaranjado en el calentador a kerosene que arranca destellos de los cabezales de bronce. El tufo del combustible se iguala con el cocido de menta, cederrón y eucaliptus que burbujea dentro de la olla tiznada.
Demasiados años sus noventa abriles para emperrarse en ese último reducto. El muchacho tiene buenos sentimientos pero no entiende. Que él tiene cuanto necesita para vivir como está acostumbrado. Un puñado de muebles. Ese artefacto que reemplazó al brasero centenario. La bolsa semanal que una vecina le alcanza: carne para el puchero, tabaco para liar, yerba, galleta, fruta, una botella de tinto. La plata la aportan los inquilinos. Medianeras, departamentos, familias. De eso se hace cargo el nieto. Y de alcanzarle los billetes necesarios. Ya no les dicen ni patacones ni canarios. Los tiempos han cambiado...
Entorna los ojos don Jacinto. Será el sueño eso que se le vuelca encima enredándole los pensamientos. Minino. Minino. El gato barcino se apretuja contra sus pies, en una hondonada que forma el poncho a los pies de la cama. En invierno es bueno sentir un poco de calor. El gato. Ese sí que se da maña para esquivarle el bulto a las heladas.
Una súbita ráfaga de viento conduce los brazos nudosos de las plantas en loca embestida contra la ventana. A modo de garras fantásticas, sombríos sarmientos tañen las rejas arrancándoles gemidos sofocados. Crujen sordamente las chapas sobre su lecho de pinotea. Y las alfajías y los tirantes. Mala noche para andar de boyero. Asediado por sorpresivos escalofríos, el viejo se arrebuja entre las mantas.
Tantas veces habrá insistido el Horacito. Llevárselo A un departamento Dice Cosas modernas De seguro nada buenas para la salud Comida en lata Progreso Que lo deje tranquilo con sus caracuces hervidos y sus churrascos colorados Esta fuerte qué joder Y está sano
El ruido interrumpe las cavilaciones de don Jacinto Balmaceda. En algún lugar de la pared del fondo. Otra vez. Seco y rotundo. Diferente de los ecos de la ventolina. El anciano se incorpora a medias, agudiza sus sentidos. Mala señal: el gato ha estirado sus orejas hacia atrás y remueve la cola. Sobre el fuego bulle el agua. La parra rasquetea hierros y postigos. Una hojarasca seca rasa el piso del corredor. En el exterior se triplica la certeza del merodeador.
Los pies desnudos del viejo sobrevuelan las alpargatas hasta dar con ellas. La silueta magra ocupa por un instante la superficie del azogue. Calándose raído poncho, el hombre aguarda. No restan dudas: alguien anda por el zinc buscando un punto de descenso. Desde el cajón de la cómoda, la mano derecha de Jacinto Balmaceda inicia un vacilante retorno con los dedos en firme abrazo de la culata del revólver que heredara de su padre.
El Horacito dijo que las cosas se han puesto bravas Para qué decirle que el sabe de asaltos y de rateros y de bravucones Antes también pasaba Y cosas peores Los comités Las elecciones Los guapos Bien que su finado Tata y los hermanos mayores lo habían iniciado en tiroteos y en escaramuzas ¿El fierro? Nunca lo había tenido cargado Si su sola visión alcanza para asustar al mas pintado
Dos, tres, seis pasos atina don Jacinto Balmaceda en la negrura del cuarto. La llave concede la media vuelta suficiente para abrir la puerta. El viejo endereza el espinazo. Conteniendo apenas el temblequeo de los muslos y de los flancos. Carcajeando en el primer ensayo de la frase que escupirá en instantes hacia la nada del patio. Echando una larga mirada circular hacia todo lo que deja atrás.
Y aferra el picaporte. Afianza los talones contra el piso helado. Tira hacia sí la hoja de roble que obedece rauda y muda. Sorprender al raterito. Asustarlo con la silueta del arma y con su propia aparición. Y pese a todo, esa breve incertidumbre que le arde bajo los párpados (si el horacito no exagerara si fuera cierto nomás que las cosas son diferentes y si ese otro también estuviera armado y supiera que un viejo ah que joder con tantos años...)
La edad le solivianta el pulso a don Jacinto Balmaceda y le entona la voz que surge airada (A ver maula qué carajo andás husmeando) . Y es la ráfaga helada y es el resplandor rectangular de la llama anaranjada y es la luz hostil de la luna. Y es también un nauseabundo vaho a desgracia lo que impregna el aire exactamente en el instante en que retumba un único disparo. Enseguida, es un silencio hondo. Un vago ladrido de perros. Una huída presurosa de sombras por las parras...
Mario G. Linares.-
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Texto agregado el 22-12-2004, y leído por 568
visitantes. (5 votos)
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Lectores Opinan |
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20-01-2005 |
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Mario, es un placer leerle. Usted es dueño de un estilo muy particular, es dificil crear uno su propio estilo y veo que lo ha hecho. Simplemente un abrazo fraternal. perseguidor |
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10-01-2005 |
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Es un cuento con un final que el autor deja pistas para inferirlo.. con buenas descripciones, recrea el ambiente sordo de un anciano y de un nieto que le aconseja.
un prosa en el que se siente el peso de un estilo, un quehacer bien hecho... un abrazo
ruben sendero |
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10-01-2005 |
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Excelente. Me gustó la historia del abuelo porfiado, hay que hacerle caso al nieto. Van mis 5* y felicitaciones. jorval |
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07-01-2005 |
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van mis 2** nicomedes |
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02-01-2005 |
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muy buenas metaforas, estilo innovador, cuesta digerir a ratos pero al masticarlo un buen rato pasa como bocadod e mejor restaurant, me ha gustado mucho continuo leyendote, siempre se aprecia la gente que busca un nuevo estilo y trata de salir de la norma, que en fin, es lo que hay que hacer hoy en dia, saludos y podrias darte una vuelta por los mios, adios. t-bonnes |
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02-01-2005 |
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Su cuento es una pintura, Linares. No comparto ciertos caprichos porque creo que no aportan, aunque los entiendo cómo una búsqueda de un estilo que, creo que desde hace rato empezó a identificarlo (a usted, claro). Salud guy |
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25-12-2004 |
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Aunque, a ratos, habría preferido una artillería estilística asentada más cómodamente en lo formal, para no distraerme de éste tu extraordinario relato, no dejo de apreciar lo novedoso, porque se ve un esfuerzo, sin duda también una satisfacción, por innovar en tu forma de narrar, de expresar tu voz literaria; ésto, al menos, en lo que te he leído, porque podría ser algo natural en otros textos tuyos.
Esa tensión de cuerdas interiores, que me regaló tu texto, con esas frases secas, vibrantes, de metáforas robustas, con olor a paisaje, a noche y sentimientos, a temblor de hojas y dudas, hacen crecer la historia y la templan en el crisol justo: de lenguaje, de impulso hacia lo inaferrable, pero que es necesidad imperiosa de seguir buscando en tus próximos escritos. Saludos! mandrugo |
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22-12-2004 |
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bueno, la historia hilvana acción, el final cierre tambien bueno, te felicito, se nota la regionalidad del cuento, pero es bueno tatachencho |
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