Tantas veces golpeé mi cabeza contra la ´pared, intentando las injusticias de éste Mundo resolver, que al final me la reventé.
Ya en el Cielo un ángel vestido de Luz y LLamas, mientras mis penas le contaba, tomó la aureola que sobre él estaba y comenzó a pasarla entre sus dedos cosa de soportar el aburrimiento. Más allá de la prudencia que parecía requerir el momento, me dijo que para él no debían ser esas abundantes quejas. "¿Por qué no lo habla con Dios?"
Encantado con la idea caminé tras él entre columnas de nubes (algunas blancas, otras de tormenta).
Dios tiene, para quién no lo sepa, una oficina
radiante y amplia. Es práctico y tiene una bicicleta de gimnasia sobre una plataforma, debajo de la cual están los engranajes que mueven el Universo. Según me dijeron el pedalea "¡Solo cinco minutos al día!". El Universo se mueve y Él la silueta mantiene;
pero ese es otro cuento. En éste está tras su escritorio, me pide que me siente frente a frente y,
sin levantar la vista de ciertos papeles, "que por favor comience".
Comienzo. Largamente desprendo todo lo que mi alma guarda, cual si de mí quitara ropas viejas y gastadas: Guerras, hambre, miserias, injusticias varias.
Levanta la vista. Se acaricia larga barba blanca.
-Mmm...-comienza- vea, yo tengo por aquí y allá creaciones muy diversas...¿Dijo que se llama Tierra su planeta? ¿Está seguro que fué mía esa creación, tiene pruebas?
-¡Pero cómo! Tras miles de años de civilización, santos, mártires no se quejan?. ¿Su Hijo, María, no le contaron nuestros problemas?
-¿Hijo, esposa, quizás hasta suegra? No, mi amigo, eso es mala prensa. Soy soltero y de su mundo, que yo sepa, aquí, al Cielo, usted es el primero que llega.
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