En la enciclopedía de Plinio Lucio se describe el circulo rojo qie arroja a los hombres al espejo de su propio mundo, lo propio hace el texto sagrado de Elijar, heresiarca sagrado de una antigua región escandinava que profesaba la capacidad de los hombres de traspasar el tiempo y dejarle inerte hasta persisitir en su instante mismo. En las famosas apologías de Faredel escritas hace 4000 años se describe la capacidad sacerdotal de ver nuestro tiempo sin estar presente objetivamente. Quizás una pesquisa aún más persistente lograría aclarar más el misterio, esto lo saben muchos de los sabios escatológicos, insistentes en el conocimiento más alla de los muros de la comprensión física; si, esto lo saben ellos pero no el raudo mozo Jose Aureliano Rojas Birry apesunbrado con ecnocntrarse de frente con su propia imágen, viénvola hablar como él habla, moviendo su mustio cuenrpo al compás en que solía hacerlo, besando a la mujer que solía ser su mujer y hablando con aquellos que son susu amigos como si fuera el mismo Jose Aureliano Rojas Birry.
Para mí que los demosnios del azar se compenetran, se complezan, hasta el punto exorbitante de ofrecer al hombre la cálida oportunidad de ser siendo no él. de insoportablemente inexistir viéndo se. Josew Aureliano durmió como se hace de constumbre, como como de costumbre y se levantó con la mañana aciaga del espanto mismo, al momento exactamente objetivo de dejar su cama vió como de su cuerpo se iba desprendiendo otro él, como una fueza inmanente de la naturaleza que se muere; justamente pensó en la muerte.
Los ojos arcaicos y desposeidos de Jose Aureliano iluminaron la figura postrera de su otro ser que pronto se apresuraba a vestirse comoel lo frecuentaba, a tomar el desayuno calmo y besar a su esposa antes de salir al trabajo, lo siguió como se sigue a la mujer amada, delicadamente. Pronto comprendió como la naturaleza del engaño se traspasaba a realidades impertinentes. El otro, lacio, andaba por entre los corredores que Jose caminaba, pronto tendía la mano amigable a lo compañeros de labores, pronto, suceptiblemente, Jose Aureliano se sintió el otro mismo, puesto en el lugar equivocado, dueño de una atrevida afrenta del destino y de la gloria de Dios. Pero Dios no mira con buenos ojos las impertinencias del destino y se olvido de ver al Jose Aureliano puesto en el lugar que no le correspondía.
Pronto, Jose Aureliano llora, grita, se distribuye de mil maneras a través del mundo, se le salen las ganas por los ojos, la rabieta dura todo el día. se olvida de su némesis, de aquel otro que ha venido del lugar en el que ahora se encuentra él para entregarse a la summa desagraable de inexistir; se sambulle en su mundo, se esconde del otro lado de los espejos y allí, donde es invisible esculca el alama de los individuos que se asomsn despeinados, que brillan a través del crsital; y se repite deferencialmente que su vidad no es más modesta que la anterior.
Del caso de josé Aureliano, como se dijo, se ha hablado desde hace muchos siglos; es sólo que ahi algo de persisitente en el pesado rumbo después de la modernidad que aleja de cùbito supino estas tendencias metafísicas que también son juego del destino. El destino de Jose Aureliano es pura imagineria mía; cansado de transpirar al otro lado del espejo, cansado de tratar de ser el otro, duerme. A la mañana siguiente tan solo despierta como habia sido siempre, da las gracias a Dios. Se pone de pie y, al mirar el espejo, siewnte un escalofrio que le sube desde el fondo de siu piernas.
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