A veces sientes que no puedes más... me pasa hoy cuando el tiempo quebranta mi paciencia, llevada ya a fronteras nunca sospechadas. Es tal vez el precio justo que se debe pagar por otras bondades en la vida. Sí, a veces simplemente siento que no puedo... luego de explicar una, dos, tres, quince veces, me envuelve un sentimiento de no saber, de no querer, de dejarlo todo... que a ratos se vuelve demasiado para una cárcel de piel y huesos. ¿Que hacías tú en esos momentos? Ahora me sucede y quisiera que me contaras como fue para ti ese estado en que el tiempo te volvía transparente. Pero no estás, y en cierta forma yo tampoco estoy. Me fui de viaje hace años y perdí el mapa del retorno a mi cuerpo. Así me parece que estoy aún habitada, pero por alguien más o por la mujer que quedó luego de que te fuiste.
Mi niña, ¿qué puedo decirte? No logro descubrir tus trazas. Me he cegado en este espacio, que se vuelve cada vez, una duda más legítima respecto de todo este entorno. Y, además, la falta de paciencia viene a recordarme que estoy casi derrotada, que ya perdí las estrategias, que ya olvidé como no hablar siempre de las mismas cosas, que ya olvide aún más cómo ser liviana y volar aunque sea en la intimidad de mi sueño nocturno. ¡Sí! ¡tal vez eso necesito! Un sueño de esos en que volaba a gran velocidad y a ras de la tierra, con el viento fresco sedándome la piel, con el pelo al viento de la primavera. Pero ¿dónde hallarlo? ¿Será posible una noche ese encuentro? Antes yo podía... y era liberador ese paseo desde el aire, con mi peso indiferente, y la certeza de que nadie me veía. Ahora no sé si lo logre, mi cordón se ha atado tanto a la tierra que dudo siquiera encumbrarme un instante, como el volantín que construí y que nunca voló lo suficientemente alto... quizás mis manos no lo dejaron elevarse porque llevo ceñida a mi sangre todo lo terreno que nunca quise...
Hay dolor querida, por no llegar nunca a ese espacio pleno que quise desde siempre. Dolor.
Y también esta él, que siquiera hoy en medio de todo esta pesadumbre de la que me hago parte se permite la huida. Y todo por no ser lo suficientemente ágil para zafarme.
Me detengo un momento. Siento que algo me sucede, como una vez que soñé que vomitaba savia dentro de la tina de mi casa, y luego desperté con otra piel, como habiendo dejado entre las sábanas aquello que vacié desde mí oníricamente...
Me detengo aún, parece que estoy en medio de un sueño nuevamente, aunque no como esa vez. Estamos en mi habitación en penumbras, una música suave nos mece mientras nos desnudamos. Siento su peso sobre mí en la cama y en ese contacto me confundo en su calor, en su olor, en sus líquidos. La sangre también brota al ritmo en que nos balanceamos y todo es piel, blancura y humedad en este encuentro. Nos mecemos y siento en mi espalda su boca mojada que me perfuma con otro olor. Sus manos me dibujan poemas en la piel, poemas de antaño con un sabor dulce. Y giramos para recibirnos. Dejo todo, me abro y él penetra en mí. Empuja dentro de mí, me besa, me moja y sangramos juntos. Ya no sé cuales son sus manos mientras respiro a través de su traquea y salivo a través de su lengua. Ahí está, nunca me evade ni aun ahora cuando se detiene para observar mis temblores y traspasarse en mi temperatura. Reaparezco en sus brazos desde este tiempo de miedos, mientras sus manos sedan mi cuerpo en una caricia que no acaba, mientras decanta en mí con una promesa que no le he pedido que haga. Música.
Despierto.
Han pasado ya tres días. Y el sueño duró quizá todo ese tiempo. Me distraigo de la pena, de la pesadumbre, de las ligaduras inútiles. Conscientemente me nutro de una respuesta que he querido buscar tanto en tantos sitios distintos, y por fin abro debajo de mi piel una ranura que investigo, palpando desde ya descubrimientos. No quiero dejar nada al azar, ni aun cuando todo me diga que el cansancio me tiene de un color que no es el mío. Quiero ir desde aquí a la búsqueda de todo y todos, a la búsqueda nuestra, con celebración en mis manos, con un vuelo de montañas altas adherido a mis alas invisibles. ¡Sí! Para eso la montaña es buena, para nutrirme con toda su altura, con toda la inmensidad que me hace sentir al volverme alta y ventosa.
Mientras tanto mi pequeño lo confirma. Me ha visto montaña quizás desde que visión suya, quizás cuantos siglos atrás. Sin saber nada me lo dice y se descubre para dejarme ver que carga en su niñez la sabiduría de hace siglos.
Pero aun permanezco, sin saber si estoy donde debo, yendo abrupta a una búsqueda definitiva. Y en esa búsqueda a veces me pierdo de ti, aunque lo evite de mil modos distintos. Me evado de ti allá sobre la montaña, y me pierdo por instantes que a veces duran demasiado. Y tú aprovechas para partir también y fingir ser quien no eres, burlando ese asunto frontal, ese de las imágenes. ¿lograremos así perdernos para siempre? ¿si te evado y burlas mi existencia? ¿si me evades y desaparezco herida?
Más tarde me duermo. Vendrá a mi encuentro un nuevo sueño y tu te iras nuevamente a un viaje por el mundo. Volveremos a desconocernos y todo tomara su ritmo tenuemente, mientras me asalten las sombras y luego esas imágenes y voces donde me vuelvo una que no soy, donde aparece el deseo y los fantasmas. Donde a veces vuelo. Y tal vez tu te habrás ido de viaje a la vez que yo inicie el recorrido por el verde bosque.
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