DE PARTE MIA
¡Juancito Bustos! ¡Cómo no me voy a acordar de vos si te veo todos los días! ¿No me creés? Vení, mirá lo que tengo en mi escritorio. Acá, debajo de este vidrio. Esperá que saco estas carpetas. Vení, pasá de este lado. Mirá esta foto. ¿Quienes son estos dos boludos? Nosotros, mi viejo; los mismos de ahora pero con algunos años menos. ¿Cuantos?... Para que nos vamos a molestar en sacar la cuenta si no nos van a pagar nada.
Mirá que pibe se me ve. Recién salido del servicio militar, parezco un pollito mojado con la cabeza pelada. Pensar que cuando entré a trabajar en la Escuela Superior de Modelos Olga Romanova vi tanto lujo que me dio vergüenza llegar con mi atadito de ropa, ni valija tenía. La pieza de servicio me pareció el rincón misterioso de un palacio. ¿Te acordás cuando me ayudaste a colocar mis cosas en el roperito amarillo? Pensar que te vi como a un hombre mayor lleno de experiencia.
Parece mentira que haga tanto tiempo que murió La Vieja. Mírala en esta foto, sentada en el sillón de terciopelo, con todas las alumnas de la Escuela detrás, si parece una reina rodeada de sus princesas. ¿A que no adivinás quien es la rubiecita de la izquierda? La Adriana Caloni. La tenés que recordar, si sale a cada rato en la tele. Es la del aviso de la loción para la caída del pelo que aparece con los hombros al aire y la melena tapandolé las tetas como si estuviera desnuda, que le frota la cabeza con un líquido a un tipo que está sentado y parece medio marica; te tenés que acordar, una voz dice: Ellos cuidan su cabello, masajean su cuero cabelludo con revitalizador capilar Nutri Hair. Después cambian de lugar y cuando el tipo le está por frotar la cabeza a ella y uno espera que le levante el pelo y se le vean las tetas, ella se hace la picarona y pregunta: ¿ Y Ustedes, que esperan para masajearse...con Nutri Hair? A lo mejor yo la tengo presente por que uso el líquido ese. El pelo no solo se me oscureció, tenés que ver como se cae. Como pasa el tiempo, carajo.
Es así nomás, Juancito... A mi se me cae el pelo y vos estás canoso, tordillo, como dicen allá en mi pueblo, en Capitán Procusto García. Ahora que me acuerdo, vos naciste en un pueblo vecino al mío. Viste, viste que no me olvido de vos. ¿ Hace mucho que no vas por 9 de Julio? ¿Cómo, no eras de 9 de Julio? ¿Sos de 25 de Mayo? Bueno ché, no acerté pero anduve cerca... 25 de Mayo... 9 de Julio... solo hay cuatro o cinco Billikenes de diferencia.
Mirá esta otra foto, aquí esta otra vez la Adriana. Es la que tiene las manos en la cintura, mirá que tetas, ahora las tiene más grandes todavía. A lo mejor se hizo la cirugía, las modelos se operan hasta la nuca. Pensar que venía de guardapolvo a la escuela, si la habré visto en bolas...
¿Te acordás de la cortina que separaba el vestuario de las chicas de la oficina de la Vieja? Estaba delante de la puerta con vitrales. Yo me escondía detrás y a través de las puntillas de la cortina espiaba a las pibas cuando se cambiaban. Vivía desesperado, todo el tiempo rodeado de tantas hembras lindas, como no las iba a mirar... La cosa con la Vieja empezó ahí. ¿Vos te diste cuenta que la Vieja y yo?... ¿En la Escuela todo el mundo lo sabía? ¿Que decían? Dejá, dejá, mejor no me contés; ahora ya no tiene importancia. Nos tomamos una cerveza y te cuento, total ya está muerta.
Un día estaba espiando a las alumnas con la cosa afuera, frotandomelá despacito contra la seda de la cortina y sentí una mano en la espalda; di vuelta la cabeza y me quise morir: era la Vieja. No sabía dónde meterme. Que vergüenza, quería irme a otro mundo. Ella entornó la puerta despacito y me llevó de la mano hasta el sillón. Me hizo sentar. Yo seguía mirando al piso. En voz muy baja me dijo: “Mirame”, y se puso el dedo en la boca así, viste, como la enfermera que pide silencio, pero con una cara que no era de enfermera. Fue otra vez hasta la puerta, cerró con llave y volvió como... No sé, no te puedo decir, como si fuera... que sé yo, como si no tuviera edad... no te puedo explicar. Ella hizo todo. Después dijo una frase tan cierta, tan llena de verdad: “Cuando hacemos el amor, siempre tenemos veinte años”. Yo tenía veintiuno y no la entendí del todo, ahora la entiendo. Que clase que tenía Juancito. Que clase. Con vos lo puedo comentar por que la conociste.
Al otro día le dije que para mí, ella, hiciera lo que hiciera, era una verdadera dama. "Se ve que conocés pocas damas", me dijo riendosé. Ese mismo día me regaló este traba corbata de plata con mis iniciales y cuando me lo entregó me dijo: “Si yo soy una dama, vos tenés que parecer un caballerito; usá siempre cosas de plata, el oro ya lo tenés en el pelo". Era así, pensaba hasta el último detalle y le gustaba que los que vivían cerca se sintieran bien. Sabés una cosa, yo no puedo usar cosas de oro. Y siempre uso la colonia importada que le gustaba oler a ella, 4711.
Que viva que era. Si me veía espiando a las pibas me aconsejaba: “Cuidate Orlandito, que si las chicas te descubren mirándolas desnudas te tengo que echar”; pero nunca me lo prohibió ni se molestó. Era una sabia, como me iba a retar por espiar, si yo me calentaba con las alumnas y la que disfrutaba de mi calentura era ella. ¡Y como disfrutaba! Cuando andaba con la buena era tan alegre, ella misma se tomaba el pelo. “Orlandito , Orlandito - decía abrazandomé- me estas volviendo loca; mirá si se llega a enterar mi tía la monjita”. Se reía, cantaba, bailaba. Cantaba en francés... me hablaba despacito en francés y me volvía loco. Algunas veces ni esperaba que las chicas se fueran, las despedía en el vestuario, cerraba la puerta y dale nomás. Las cosas que me decía: “Respirás muy fuerte, soncito, no te quejés así que nos van a oír, no hagás tanto ruido, parecés un caballito” Me decía caballito, mi caballito...
No te voy a negar que también me hubiera gustado cogerme a alguna de las pendejitas, pero... como decía la Vieja: “No hay que quejarse, hay que aprender”. La Adriana Caloni me gustaba mucho, me sigue gustando; otra que me calentaba era esta que ves aquí, la flaca de los pantaloncitos cortos, Judith Melli. Si te digo donde la vi hace poco no me creés. En el álbum de un hotel, de esos que te muestran las minas y vos elegís la que te gusta; está en descenso la pobre, ni siquiera yira en un hotel de cinco estrellas, el lugar ese debe ser de dos estrellas y una media luna. Yo estuve tentado de contratarla para darle una sorpresa, pero me dio no sé qué. Es así hermano, unos al cielo, otros al suelo; la vida es un subibaja...
¿Te sirvo un whisky? ¿Más cerveza? Yo voy a tomar un poquito más de las dos cosas. Total, después de almorzar me tiro a dormir un rato y me despierto como nuevo. Como decía Perón: El que duerme la siesta tiene dos mañanas. Ese también sabía.
“No hay que quejarse, hay que aprender”; así es la vida. Hoy las pibas de mi Instituto de la Moda se me regalan. No tendrán la categoría de las alumnas de la Vieja pero son pichoncitas y las que más me gustan son las que todavía no terminaron de emplumar. A burro viejo pasto tierno. Tomate un wiskisito también, si no te va' hacer nada, el whisky entona y la cerveza refresca. ¿Solo tomás ceveza ? Bueno, hacé la tuya.
Si, ya sé que para vos la vida está difícil, que te casaste y tenés hijos que mantener. Claro que te entiendo, si vivimos en el mismo planeta. Pero decíme, ¿no te cansás de andar contando lo mal que te va? Vos también tenés que entender. ¿Quién necesita saber lo que hay que hacer para andar mal? Yo quiero que cada día me vaya mejor. Escuchame a mí. Yo te voy a contar como hice para tener lo que tengo y a lo mejor te sirve, aunque más no sea para no tener esa cara de culo.
Vamos, hombre, dejate de joder, no podés bajonearte así. ¡Arriba ese ánimo! Mirá esta otra foto con todo el personal rodeando a patrona; aunque no se te ve bien la cara, creo que este con chaleco a rayas de mucamo sos vos; y en el centro la Vieja vestida de largo para ir al Colón. Que elegancia, que distinción, como sonríe, con que categoría deja caer los brazos, mirá, se para como si flotara en el aire. Cada día que pasa parece más joven, y es lógico, si pronto vamos a tener la edad que ella tenía entonces; y dentro de cincuenta años vamos a estar juntos, la Vieja, vos, yo, todos bajo tierra... ¡Arriba ese animo! ¡Juancito carajo! Todavía falta mucho para que nos entierren. Te veo las canas y me parece mentira. Lo que eran esas fiestas, como te gustaba mezclar las bebidas que sobraban... ¡Que cócteles te mandabas Juancito! Que época linda... ¿Te acordás cuando te emborrachaste y se te cayó la bandeja con sanguches? La Vieja casi te hecha. Bueno, ché... No pongas esa cara, me acordé por que me acordé. No lo hice a propósito. No vamos a estar tristes todo el tiempo; hay que saber reírse, si no ¿qué nos queda?.
Viendo las fotos que están sobre el escritorio no viste ni la décima parte. Tengo montones más. Hay una en la que estoy retratado de esmoquin y como fondo se ve la gran puerta de entrada de la Escuela, enorme, con la madera bien lustrada, llena de molduras y herrajes de bronce. El esmoqin era de alquiler, pero no te das una idea de lo orgulloso me sentí cuando me lo puse; era la primera vez que me vestía con ropa de gala, imaginate. Fue una tarde inolvidable, mientras me enseñaba a hacer el moñito no paraba de hablar: "Esta ropa te queda enorme, parecés un payasito, van a creer que esto es un circo”; pero no se burlaba, en sus palabras había cariño. Como era una gran señora sabía reírse sin ofender, y ese día estaba tan juguetona... Me decía : " Quedate quieto Orlandito que así no te puedo hacer el moño" y me hacía cosquillas y me tocaba el bulto, "El saco es grande, y esto también es grande, por favor que las señoras no se den cuenta", era zafada sin dejar de ser femenina, era única. Yo sabía que para conformarla había que estar once puntos sobre diez, así que sus comentarios sobre lo grande que me iba la ropa no me molestaron, al contrario, me reí con ella. Hice hacer una copia de esa foto y se la mandé a mi familia. Quería que vieran mi progreso, que ya no pisaba bosta de vaca como ellos, que supieran que vivía feliz caminando sobre pisos de roble de eslavonia, rodeado de gente fina y en el mejor barrio de Buenos Aires. Hoy, ni estando muerto de hambre me pondría un esmoquin alquilado para hacer de portero, pero en esos días hacer ese trabajo me llenó de orgullo. Que sensación inolvidable; ponerme esa ropa, toda forrada en seda, la camisa almidonada, las solapas con brillo... No hay nada que hacer, un esmoquin es un esmoquin. Ahora tengo dos, uno negro y otro blanco, hechos a medida; el mes pasado les mandé a correr un poquito los botones; los años pasan, si no podés achicar la panza, agrandá la ropa; también les hice hacer solapas nuevas, como se usan ahora, te adaptas a la moda o quedás afuera. En este ambiente tenés que estar al día, si no te comen crudo, y hay cada hambriento andando por la calle.
Pará viejo, dejá de quejarte, quedamos en que ahora vos me escuchabas a mi. Yo te cuento porque me fue bien y salimos ganando los dos. Al principio tenés que producirte vos mismo, después, si te va bien te producen otros, pero siempre tenés que estar vigilando tu producción. ¿No entendés? Te doy un ejemplo. Yo no me pongo cualquier ropa, me visto para que me vean y digan: “Parece un Señor”. Si no abro la boca se lo creen; si no tenés estudio no podés hacer otra cosa que callarte. Con vos no me voy a fijar como hablo, si me conoces al revés y al derecho. O como decía la Vieja cuando alguna alumna quería aparentar lo que no era: “Bájate de la pasarela que se te ve el hilvanado”. Tenía cada salida. En esta foto con las manos en la cintura, parece que estuviera diciéndole eso a alguien. Las fotos de ella me sirven de mucho, para mí son como los libros de lectura de la escuela. Si te cuento como las conseguí no me creés.
El día que se cumplió un mes de su muerte me sentí triste y fui a pasear por Callao. Estoy pasando por enfrente del petit hotel, mirando la ventanita de la pieza donde yo dormía, y veo que el sobrino de la vieja sale a la vereda. El muy delincuente estaba tirando a la basura todo lo que no podía vender. Vago de mierda. Pensar que se quedó con todo y solo iba a verla cuando necesitaba plata. Hijo de puta. Yo me fui hasta la esquina y me quedé mirando. El tipo terminó de tirar todo y se fue. Ni bien dobló la esquina, crucé la calle y me puse a revolver en la basura como un cartonero; ni pensé en lo que hacía, sentí el impulso y lo hice. Revolviendo las cosas encontré la caja llena de fotografías, la levanté y paré un taxi. Cuando llegué a casa envolví la caja en un mantel de naylon y la puse arriba del ropero... Que me iba a poner a mirar fotografías, me puse a tomar vino.
Pobre Vieja. Como le gustaba contarme sus recuerdos mostrándome las fotos... Miraba una y se reía; después miraba otra y se ponía triste; tomaba un whisky y se volvía a entusiasmar; iba cambiando el animo según lo que miraba. Ojalá la hubiera grabado, con el tiempo se me van borrando los nombres de los lugares por los que anduvo, de la gente importante que conoció...
¿Te acordás del auto de la Vieja? El otro día vi uno igual en la plaza de San Fernando. Que grandioso que era. Ese coche todavía impone respeto. Ella sabía producirse. Eso te quería explicar antes y se me olvidó, lo de producirse. Fijate en los muebles de mi oficina. Este por ejemplo, es superfino, es una antigüedad de época, tiene como cincuenta años. Si no tenés un mobiliario importante la gente cree que no valés nada. ¿Que pensaste cuando abrí este armario laqueado y viste que adentro había una heladera? Seguro que te sorprendí. Para eso tengo ese mueble aquí, para asombrar a la gente y producirme. Los que son menos que yo, cuando abro la puerta del mueble y saco el hielo, me tienen que ver como saliendo de una película de antes, de las de blanco y negro, cuando hasta los chorros usaban traje y corbata, entonces les sirvo un whisky escocés y se terminan de dar cuenta que soy alguien. Y los que entraron a mi casa creyendo que son más que yo, mientras se toman el whisky y hacen sonar el hielo contra el cristal se dan cuenta que estoy a la misma altura que ellos y ojo, más respeto, que conmigo no se juega. ¿Entendés? Producirse es más que ponerse ropa, es como hacer pinta, pero más fino.
Este bargueño antiguo, lleno de cajones chiquitos, a vos te puede parecer que no sirve para nada, pero me sirve de mucho, es el que me hace más producción de todos porque se nota que es fino; en los cajoncitos guardo las fotos de la Vieja, debo tener la colección completa. Cada tanto las saco del cajón y las limpio. Las tengo ordenadas por edad... Tenés que ver lo hermosa que era de joven. En casa tengo un retrato artístico de cuando tenía veinte años, lo coloqué en un marco de plata y cada tanto le pongo unas flores. Que linda que era. Tengo retratos de cuando iba a la escuela, de la primera comunión, de bailarina clásica con pollerita de tul, de la fiesta de quince años, de cuando era modelo... De chica debió de ser una delicia. Como me hubiera gustado ser su primer novio, haberla seguido por la calle y conseguir que se pare a conversar conmigo y decirle cosas que nunca le dije a ninguna chica... Yo miro todos sus retratos y la escucho como si me hablara de verdad...
No me mirés así, ¿ qué te creés? ¿qué estoy loco y me la paso imaginando disparates?...
Lo que pasa es que mientras te iba contando me acordé que una vez le mostré una foto mía, de cuando me puse los pantalones largos y me dijo que le hubiera gustado ser la primera mujer que se acostó conmigo, por eso se me ocurrió pensar estas cosas... si no... ni se me ocurre...
Y que ágil que era, ¿te acordás?... Aunque se hubiera acostado tarde, a la mañana temprano siempre estaba haciendo gimnasia en la barra. Pobrecita, tanta voluntad y morirse así. Para nosotros que éramos unos mocosos era vieja, pero para la muerte era joven...
Que querés que te diga, irse de ese modo es lo mejor, un golpe al corazón y chau. Si la salvaban a lo mejor quedaba paralítica. No me la imagino en silla de ruedas.
Que época aquella, que época. De todo lo que sé, más de la mitad lo aprendí esos días. Además, querés que te diga una cosa, la Vieja fue la mujer que más me hizo disfrutar. Siempre estaba con ganas. Cosas que a otras tenés que pedirles dando un montón de vueltas, ella te las ofrecía. Querés que te diga más todavía, a veces me acuerdo como me miraba y me acariciaba la cabeza y no sé, que sé yo... Hablemos de otra cosa.
Está bien, está bien, no pongás cara de asombro. Que te pensás, yo también me pongo triste a veces; y una vez estuve tan mal que pensé que el mundo se me venía encima. Cuando estás así es terrible, si los demás te leen la cara sonaste; primero te mastican y después te cagan.
Con la Vieja viva yo sentía que estaba viviendo adentro de una película alegre, cuando murió empecé a ver caras de Drácula por todas partes. No te das ni idea lo desesperado que estuve el día que me encontré sin un peso, solo, sin respaldo. Fue un 14 de agosto, una semana antes de cumplir veinticinco años. Que frío que hacia hermano. El bulín de la calle Brasil parecía el Polo Norte, se te congelaban los huevos.
¿Te acordás de mi bulín de la Calle Brasil? Cuándo alquilé ahí, vos me dijiste: "¿Para qué gastar dinero en alquilar una pieza si en la Escuela vivimos gratis?" Veo que te acordás. Esa vuelta no me entendiste. Aunque sea los fines de semana yo necesitaba mandarme solo, ser dueño de algo. Siempre pensé que la pieza de un conventillo rasposo, si es mía, es más cómoda que la mejor habitación de servicio de Callao y Quintana. Ella sí que me entendió, era bruja, veía bajo el agua. Cuando se enteró que alquilé un bulín me dijo: "Subí al altillo y llevate lo que te sirva".
Porque alquilar esa pieza fue de lo mejor que hice en mi vida. Después, cuando el viejito de la pieza de al lado se murió, y le conté que también quería alquilar ese lugar, ella me prestó la guita. Vos, en cambio, me diste a entender que estaba loco. “Una pieza, vaya y pase, pero ¿ para qué querés dos piezas si ahí solo vas a dormir los fines de semana?”. Algo así me dijiste. Yo hice la mía. Contraté un albañil, en el rincón de la primer pieza hice hacer un bañito, y en un rincón de la otra una cocina, y al balcón que daba a la calle lo convertí en puerta de entrada. No era un departamento de lujo como el que tengo ahora, pero era mas que dos piezas.
No sabés lo que significó para mí el primer día que estuvo terminada la salida a la calle. Fue un sábado a la tarde. Me quedé apoyado contra el marco de mi nueva puerta, mirando la gente que entraba al conventillo por el viejo zaguán. Lo tengo que festejar, pensé. El lunes ni bien llegué a la Escuela anuncié: "El sábado doy una fiesta y está invitado todo el mundo". Bueno, si, tenés razón, tantos no eran; el mundo de mis conocidos, vos, los otros compañeros de trabajo, las modistas y dos o tres tipos de mi pueblo. Me pasé toda la semana esperando el sábado y el viernes a la noche le dio el infarto. Creo que a esa fiesta no vino nadie. ¿Vos tampoco? No, que te voy a reprochar. Viniste a verme hoy. Tiempo más, tiempo menos. Además, si hubieras venido yo no estaba, me la pasé en el sanatorio casi toda la noche y a la mañana cuando volví a preguntar ya se había muerto. Para que te voy a contar lo que sentí cuando me dieron la noticia.
Cuando los parientes cerraron la Escuela me fui a vivir a la calle Brasil y no supe más nada de la gente de esa época, por ahí me encuentro con alguno, pero de casualidad, de vos no supe nada hasta que viniste hoy.
No vayas a creer que yo me derrumbé cuando murió ella. Fue algo después. En un primer tiempo yo me acordaba de su frase favorita y eso me daba fuerza. "No hay que quejarse, hay que aprender". Traté de hacer mi balance. La muerte de la Vieja me perjudicaba porque me había quedado sin protección y sin trabajo; la muerte del viejito de al lado me favorecía, porque ahora tenía mi propio departamento. La vida es así, te acaricia y te pega con la misma mano.
Como te iba contando, unos días antes de cumplir los veinticinco años sentí que el mundo se me venía encima. Te puedo decir la hora, las diez y media de la mañana; como estaba el cielo, nublado con nubes negras; la temperatura, un frío de cagarse; la humedad que chorreaba por las paredes, ciento ochenta por ciento.
Yo estaba contento, remoloneando en la cama, bien abrigadito, pensando en la fiesta que iba a hacer para mi cumpleaños, y ¡riiiín! sonó el timbre; abrí la puerta y ahí estaban los del corralón de materiales, amenazando con llevarse hasta el inodoro si no les pagaba. "Está todo pago. Ahora les muestro los recibos que me dio el albañil", les dije. Ni me escucharon. Se turnaban para acusarme de estar de acuerdo con el boliviano. No sabés como estaban de rabiosos, todo el tiempo dele mostrar los dientes, parecía que me querían comer. Ese indio hijo de puta del boliviano me había dado unos recibos falsos y se había quedado con la plata. "Vamos a buscarlo a la casa ", dije. " Ya fuimos, el tipo no aparece, se volvió a Bolivia", me dijeron refregandomé por la cara las boletas que firmé cuando retiramos los materiales. "Ud. firmó aquí y tiene que pagar. Si no, nos llevamos todo". Que momento, mi viejo, que momento. Tuve que entregarles casi todo lo que tenia ahorrado y encima quedé debiendo. Desesperado, pensando que me había quedado sin plata para hacer la fiesta, levanté lo que me pareció más vendible y salí a recorrer casas de compra y venta. Me topé con cada hijo de puta, uno peor que el otro. En el primer lugar que entré me ofrecieron una miseria; salí de ahí y seguí caminando, busqué y busqué y en cada lugar que entraba me ofrecían más o menos lo mismo. Al final caí en lo de un tipo al que le vi cara de bueno y pensé que me iba a ofrecer una cantidad respetable. El tipo me miró, puso una mano en el teléfono y haciéndose el inocente me preguntó: "¿Cómo sé que estas cosas son suyas? ¿ Dónde están los comprobantes que demuestran que no las robó?" Yo pensé que el tipo iba a llamar a la cana y casi escupo el corazón. Esos tipos te leen el cerebro. Las cosas me las había dado ella, pero no lo podía demostrar. Salí corriendo y llegué a mi casa desinflado. Puse arriba de la mesa las cosas que creí que me iban a salvar, el traba corbata y los gemelos de plata, la máquina de fotos, la filmadora y el equipo de luces. Para darme ánimo me puse a hacer el inventario de todo lo que le daba un aire fino a mi bulín: la alfombra roja que poníamos en la entrada de la Escuela cuando llovía, las sillas forradas en terciopelo azul, las cortinas de seda color crema, la mesita ratona... Pero no había caso, la desmoralización era más fuerte que yo. A las sillas solo les vi los bordes gastados por el uso; a las cortinas el amarillo del tiempo y las hilachas; y a la mesita ratona le pegué una patada que todavía me duele el pié. Me parecía que todo era una mierda, que todo lo que estaba en mi bulín no valía nada. Pero lo que más me desmoralizaba era pensar que me había dejado cagar por un albañil boliviano. Que situación hermano, me desesperaba pensando: "Dentro de unos días van a llegar los invitados y no tengo ni para facturas con mate". Me moría de vergüenza. Claro, ya sé, vos no te hubieras hecho mala sangre, pero yo sí. Cada cual reacciona como puede. Para no ver a nadie, esa misma tarde me fui a pasear a mi pueblo.
¿Tenés hambre? Mientras corto salame y queso te sigo contando.
En mi pueblo no aguanté más que tres días. Me tomé el tren de vuelta jurando no volver a verle la cara ninguno de sus habitantes en la puta vida. Pero cuando abrí la puerta de mi casa me sentí perdido. ¿Que hago ahora, adonde voy?, me pregunté. Había salido contento de Capitán Procusto García, como quién sale de un pozo sin luz y sin aire, y después, de regreso Buenos Aires, estaba igual que antes. Todo me daba asco, las moscas revoloteando como si fueran las dueñas de casa, la pared chorreando humedad, el piso lleno de polvo, ropa usada tirada por todas partes, los platos sin lavar llenos de cucarachas... Hasta que ya no quise mirar nada. Sentí que tenía que rajar de la mufa que flotaba en el aire viciado de la pieza. Orlando Ludovico Bertini, si seguís encerrado mirando el vuelo de las moscas te vas a volver loco, me dije. Salí a respirar el aire libre de la calle, caminá por ahí como uno de esos tipos de las series de televisión, que viven dando vueltas por países raros y nunca se calientan por nada, divertite, pasea sin apuro, aprovechá que sos rubio y reíte viendo como la gente te confunde con un turista extranjero, mirá la ciudad con ojos sorprendidos, como si nunca la hubieras visto, pensá que hoy estás en Buenos Aires, mañana en una pista de sky en el sur, dentro de tres o cuatro días en una playa de Brasil llena mulatas y palmeras...
Me colgué la máquina de fotos al cuello, la filmadora al hombro y salí a la calle. Elegí el rumbo esquivando las calles con sombras. Caminando contento por las veredas que calentaba el sol fui a parar a Plaza Constitución. La plaza me pareció horrible. Y que me iban a confundir con un turista. Si ni te miran. Todo el mundo apurado. Algunos parece que andan persiguiendo gente para comerselá y otros que escapan para que no se los coman... Pero, escuchá lo que te digo, y aprendé la lección, salir a caminar por ahí fue lo más grande que hice en mi vida. Nunca hay que quedarse encerrado, siempre hay que salir a pasear aunque no sepas dónde vas a ir a parar. ¿Por qué? Ni te imaginás. No sabés lo que me pasó dando vueltas por la plaza.
Esa tarde en Constitución alguien me tiró de la manga del sobretodo. "¿Cómo le va? ¿Que hace por aquí ? Este no es su barrio". Era un putito, pobrecito, buen pibe, tenía una cara de indio bárbara, Fernando Mamani, me acordaba del nombre porque había presentado como mil solicitudes para entrar a la Escuela de Modelos de la Vieja. Los indios lo pateaban por puto y los putos por indio, yo lo llamaba Orsai. Cada vez que se publicaban los avisos de inscripción venía a anotarse, le decíamos que no había más lugar, pero no se daba por vencido, volvía todos los meses y preguntaba: "¿No se borró nadie, no hay un lugarcito para mí?" Pobrecito, daba lástima verlo. Y mirá que en esos días de inscripción desfilaba gente rara por la escuela, ¿te acordás? La vieja les tenía lástima: “Nunca le cerrés la puerta con maldad a nadie, por más asqueroso que sea - me enseñó - nunca se sabe, algún día podés llegar a necesitarlos. A la gente linda hacela pasar al escritorio; a los otros espantalos, pero con clase: Vuelva mas adelante, por ahora tenemos todos los lugares cubiertos. Usá buenos modales y nunca pronunciés un no rotundo".
Jamás me había preguntado a donde iba esa gente cuando yo les decía que no teníamos lugar. ¿Renunciaban a sus sueños imposibles, golpeaban otras puertas? Delante mío tenía la respuesta, insistían en otro lado. "Si vos querés me podés enseñar. Algo habrás aprendido en la Escuela Superior de Modelos Olga Romanova, tantos años que estuviste ahí", insistía el infeliz sin soltar la manga de mi sobretodo. Entonces, en ese momento, mirando al pobre puto recordé a toda la gente que la Vieja dejaba a un lado por cabecitas negras, feos, sin gracia, pobres, locos, estúpidos,... los vi y se me iluminó el cerebro: "Tengo que poner una academia para enseñarles algo. Que importa si no puedo cobrar mucho, si son diez veces más que los que tomábamos como alumnos en la Escuela de la Vieja. Enseñando cualquier cosa puedo vivir como un señor". Y así fue. Mirando a ese pobre Cristo que esperaba mi respuesta, encontré el filón.
Mirá si en lugar de ir a Constitución me quedo encerrado quejandomé de la vida. Yo miré los rasgos indios en las jetas del puto y las minas que lo acompañaban y pensé: "Son parientes del albañil boliviano, cobrate". Fijate vos, hasta ser cagado por uno de esos tipos, que son lo más bajo y pelotudo de la tierra, lo aproveché para hacer negocio. Dejá de quejarte y aprendé de mi experiencia. Yo sé que el mundo está duro. Pero no hay que quejarse, hay que aprender. Todo lo que hacés se puede aprovechar; lo que dejás de hacer siempre se te vuelve en contra.
Inventá algo para salir del pozo, como yo inventé esa tarde. Si te movés para adelante siempre aparece algo que te ayuda a seguir, yo estaba pensando: Tengo que venderle algo a estos infelices y escuché la voz de la Vieja diciendo: “Trasmití las ordenes que yo daba a mis alumnas, sí de tanto escucharlas te las sabés de memoria. Acordate que ya estabas aprendiendo a desfilar; comportate como si ya supieras todo, ¿no te das cuenta que estos saben menos que vos?”. Sí Juancito, creéme, escuché la voz y la vi como si estuviera al lado mío, bajando desde el mas allá para ayudarme, sentada en el sillón de respaldo alto, media pasadita de whisky, con el espejo de marco dorado detrás y la pared tapizada de seda al fondo. La vi, la escuché y le hice caso. Porque sería medio loca y caprichosa, pero sabía; por eso le aguantaban todo y podía cobrar lo que quería; sabía mucho y cada día que pasa sabe más.....
Me acuerdo de la vieja y me voy del tema. ¿Por donde iba? Sí, sí, ya me acuerdo, el putito que insiste para que le enseñe a desfilar como modelo.
" Vos conseguime cuatro o cinco chicas que quieran aprender y a vos no te cobro", le dije dandolé mi dirección. Y el muy guacho esa misma noche cayó por el bulín de la calle Brasil con unas tipas. " Aquí te traigo a estas divinas, me anunció. Vos les vas a enseñar a desfilar y a comportarse como modelos de la calle Callao. Van a ver chicas, van a ver. Tela plateada, tienen que conseguir tela plateada y combinarla con encaje negro en la ropa interior, no se imaginan como se van a poner los hombres cuando las vean mover el culo como las modelos".
Al día siguiente me levanté, saqué la puerta del ropero que tenía espejo y le pinté la madera de dorado como si fuera un marco. Después fui hasta el fondo del conventillo y traje las tablas de pino tea que sobraron de cuando hice cambiar los pisos. Sobre unos ladrillos y tirantes coloqué las tablas y encima extendí la vieja alfombra roja que en la Escuela usábamos los días de lluvia. En medio de la pieza quedó algo parecido a una pasarela. Para que las chicas aprendieran a caminar con el libro en la cabeza salí a pedir ayuda a los vecinos que tenían chicos en edad escolar y esos piojosos me ofrecieron manuales del colegio usados, todos rotos, los nuevos no me los quisieron prestar ni por un día; me salvó un borracho que vivía en la casilla del fondo y en un tiempo había sido evangelista, él me prestó unas Biblias y algunos folletos religiosos. Me arreglé con lo que tenía a mano, lo único que compré fue un talonario de recibos. Cuando mis primeras alumnas se subieron a la pasarela con las Biblias en la cabeza, las tablas empezaron a crujir y los libros a caérseles haciendo un ruido que ni te cuento. Todo el andamiaje se empezó a venir abajo. Te juro que me quedé parado sin saber que hacer, creí que todos mis planes se iban al carajo y se me arrugó el bolsillo pensando que tenía que devolver la plata que había cobrado como anticipo. Pero el putito y las amigas tenían tanto entusiasmo por aprender que sin que yo les diga nada se pusieron a desarmar las tablas. La pasarela quedó a ras del piso y no les importó, empezaron a caminar y tenés que ver lo contentas que se pusieron después de una hora de desfilar encima de la alfombra roja. "Me siento Carolina de Mónaco", dijo el puto, "Y yo Sisí emperatriz", contestó una loca y todas se largaron a reír. Es increíble lo que la gente puede pagar por cualquier cosa que les haga volar con la imaginación. La vieja alfombra roja de los días de lluvia, que a mí me deprimía de lo ajada que estaba, a las pobres les parecía un camino presidencial, la alfombra mágica, el vehículo de los sueños...
Apenas aprendieron a desfilar sin hacer el ridículo quisieron hacer un desfile con público. Así fue que hice el primer evento en una panadería de la calle Montes de Oca. Un primo mío que trabajaba allí consiguió que me alquilaran el salón de fiesta.
Dejate de joder con que no tenés parientes. Vos también tenés que tener algo parecido a un primo. Hay que saber pedir, pedir y pedir. Vos que te creés, a mí también me da vergüenza. Yo subí y estoy donde estoy porque estuve alerta, no porque me ayudaran los parientes. Si me hubiera quedado mirando para abajo como vos, la suerte hubiera pasado de largo y hoy no tendría nada. Además, para lo que me sirvió la ayuda de mi primo, si el primer desfile fue un fracaso, no gané un peso. Mirá si voy a estar donde estoy por la ayuda de un tarado que se está por jubilar y todavía sigue trabajando en la misma panadería.
La verdad del asunto está en aprovechar lo que la vida te pone en el camino. Te lo repito mil veces. No hay que quejarse, hay que aprender. Y seguir para adelante. Yo en el primer evento perdí todo lo que había ganado en los primeros meses, pero me di cuenta que si quería conseguir alumnas tenía que hacer desfiles.
Las chicas estaban desesperadas por volver a desfilar y de ser posible en un lugar más fino. El segundo desfile lo hice en la Confitería Los Dos Leones, también de Constitución. Ni gané ni perdí, salí hecho, pero vinieron muchos parientes y vecinos de las chicas, se anotaron alumnas nuevas, hice a un lado a las putas y empecé a hacer la cadena con gente algo mejor. En cuanto al lugar acerté. Entendí que no debía conformarme con menos, ni tampoco ir a más. Para esa gente, una confitería fina en Constitución era el cielo. Mas arriba hubieran tenido miedo de caerse.
Todos tenemos nuestro cielo. ¿Quién no lo tiene? Todos somos giles; todos, por sentirnos un ratito en el cielo hacemos cualquier cosa y pagamos cualquier cosa, aunque después tengamos que vivir día y noche en el infierno. Escuchá bien lo que te digo: Tenés que saber cual es el cielo de los demás y venderles algo parecido, eso lo aprendí con la Vieja. Vos también estabas allí, pero debés haber aprendido otras cosas.
No me mirés así, en mi academia no todas salen perdiendo, ¿qué te creés, que yo no sé que imposible que lleguen a ser modelos?, eso no tiene importancia; aprender a caminar una pasarela, aunque sea trucha, para algo les sirve, aunque mas no sea para encontrar un tipo que se case y las mantenga. No hay que quejarse, hay que aprender, no importa como, hay que estar preparado. Esta es una época de mucha tecnología y si no sabés algo estás jodido. Algo, cualquier cosa, no sé qué; algo a lo que podás sacarle el jugo sin que te puedan meter preso.
Están los que aprenden, los que no aprenden aunque quieran y los que no quieren aprender, esto que parece fácil no es tan sencillo. Pero toda la verdad para vivir está ahí, en ser de los que aprenden. Nunca nadie te enseña la precisa, pero si vas sumando y restando captás algo aquí, algo allá; esto sí, esto no; esto sirve, esto no va más; y así te vas haciendo un capital de experiencia; sabio no soy, y además, ni el más sabio se las sabe todas; yo trato de ser menos burro y no despreciar nada, ni gente ni cosas; porque aprendí que muchos idiotas, aunque tengan que pagar peaje, creen que pueden llegar a un cielo de fantasía y encontrar las cosas hechas; y vos, si fabricas algo parecido a una nube y sabés cobrar la entrada, estás salvado. Te tienen que ver como a San Pedro, pero aquí en la tierra.
¿Reproches? No, nunca nadie me echó en cara nada. ¿Porque me van a hacer algún reproche? Cuando se dan cuenta que no sirven se dedican a otra cosa y chau, muchas se ponen a estudiar de modista o peluquera y lo poco que aprendieron conmigo les sirve. No te dás una idea como me quieren, que me van a reprochar si casi todas me traen más gente, y me dicen que los días que estudiaron conmigo fueron los más felices de su vida. Tengo dos ex alumnas que me trajeron a sus hijas. Como no van a estar agradecidas, si por unos pocos pesos les hago creer que pueden tener una vida distinta a la de todos los días. ¿Que más pueden pretender de la vida? Si conocés algo que sea mas lindo que soñar, avisame que lo empaqueto y salimos a venderlo.
Escuchame bien que no me equivoco: no hace falta ser muy vivo, solo hay que darse cuenta de lo sonsa que es alguna gente y no ser como ellos. Hay que avivarse. No sabés lo que decís, que te creés, las que quieren aprender, algo aprenden, ¿de donde sacás que yo no enseño nada?, varias alumnas usaron mi pasarela como plataforma para volar más alto y les va bien, algunas venden ropa a crédito por las oficinas públicas, otras tienen su propia peluquería en la casa... No te das una idea de los rebusques que inventa la gente. Y hay algunas que no sabés como subieron. Te doy un solo ejemplo: la Ornela Grossi, la de la tele. Esa empezó en mi academia. Claro, vos no sabés quién es. Vos conoces los nombres de las caritas que salen por la pantalla, como todo el mundo. Las caritas van y vienen; hoy sí, mañana no; pero los que manejan la cosa desde atrás, esos están siempre. Y la Ornela está y va' seguir estando arriba. Es la que maneja la gilada de la bailanta tropical en la tele. Era pelotuda, no sabés lo pelotuda que era, pero entendió rápido. No te digo que todo lo que sabe lo aprendió conmigo, pero algo le enseñé.
No hacía un mes que había ingresado en mi Escuela y ya quería desfilar. "No te apurés, vení a ver, pero para desfilar te falta", le dije, pero ella insistió y se salió con la suya. Hoy se hace llamar Ornela Grossi, pero se llama Margarita Silva. La tendrías que haber visto, una negrita teñida de rubio, estupenda bailarina pero feúcha, cuadrada, sin cintura, aduladora, mentirosa como ella sola pero ni un pelo de sonsa; lindo culito, pero feas tetas. Bueno, la cosa es que la pobre quería desfilar con el vestido de novia. Yo fui sincero. "No puedo nena, me arruinas el desfile, el velo tapándote la cara es lo único que te queda bien". Le dije la verdad, no le mentí, pero ella siguió rompiendo las pelotas. Estaba por empezar el desfile y no se quería convencer de que todavía no estaba preparada.
Hasta que empieza cada desfile, yo me pongo como loco. Es que si algo me falla se corta la cadena y chau, no hay más desfiles, no se anotan alumnas nuevas y se va todo a la mierda. Me pongo tan nervioso que tengo que tomar un trago de alguna bebida fuerte y aspirar un poquito de pichicata para estar bien arriba, y también tengo armado un rinconcito detrás del escenario donde casi siempre me cojo alguna pendeja, porque para descargar los nervios lo mejor es culear. En ese desfile me había calentado como loco con una mocosa de trece años divina, pero cuando la estaba llevando para el fondo apareció la madre y no le pude hacer nada y como te iba contando, vi que al lado mío estaba la Ornela insistiendo que quería desfilar y me la agarré con ella. Como sería de boluda que le empiezo a tocar el culo y me confiesa que es virgen; la sigo tocando y me dice "Tocame, pero no me hagás nada". Me pide por favor que la respete... Que boluda que era, pero que le iba 'hacer; yo estaba muy caliente y la que estaba más cerca era ella, así que mientras la acariciaba le ofrecí: " No seas sonsita, no tenés que dejar de ser virgen. Si me dejas jugar un poco por atrás te hago desfilar". Me decía: "No, no, no"; pero se quedaba quieta. Así que me la fui llevando para el rincón de la doma, le aumenté los mimos y redoblé la apuesta: "Te visto con el vestido de novia y cerrás el desfile con la marcha nupcial y solo te pongo un poquito nada mas, la puntita en el culito y seguís siendo virgen por la conchita". Me siguió diciendo que no. Hasta que le puse el vestido de novia en la mano. Se lo colocó así nomás por encima y se miró en el espejo. Cuando se imaginó toda de blanco, de largo y con puntillas, aflojó. Le puse crema de quitar el maquillaje en el orto y la hice afirmar contra una silla, le refregué un poco el clítoris con el dedo y le empecé a jugar con el pedazo en la puerta del culo. Algo le debió doler cuando se la metí porque empezó a quejarse como una loca y como a mí, si las minas se quejan me gusta más, me calenté y se la enterré hasta el tronco. Pobrecita, no sabés como se quejaba, y encima yo no terminaba nunca, por la pichicata, viste, la coca te la pone dura como un fierro pero tardás en acabar.
No te das una idea lo que tardó en empezar ese desfile, mientras me la estaba cogiendo me vinieron a llamar como cuatro veces. Al final, después que le hice el orto cuando la miré me asusté. No sabés la cara que tenía, impresionaba pobrecita. Pero ella ni un reproche, fue al baño, volvió, y me contó que le dolía como si me contara algo que pasó en otro lado, como si se la hubiera cogido el viento. "No puedo caminar", me dijo haciendo con los labios una trompita de bebita que se cayó de culo y le duelen las nalguitas. ¿Y yo que iba' hacer?, hice la lógica, le di unos besitos y la consolé como si el culpable fuera el vecino. Quise aprovechar que ni podía caminar para apartarla del desfile y le dije que se quedara, que descansara un rato. Pero ella demostró que tenía carácter, se tomó un vaso de agua y salió a desfilar.
Llegó a la pasarela, se bajó el velo de novia y dando pasitos cortos empezó a caminar hacia el público. Cada tanto se detenía un momento, parecía una virgen adolescente y enamorada que de tanta emoción apenas puede caminar hasta el altar de sus sueños. Sonó la marcha nupcial y aprovechó para llorar un poquito. Querés creer que fue la más felicitada de la noche, tenés que ver como la aplaudieron. Tuvimos un éxito increíble. Los parientes de las otras alumnas venían a saludarla y la felicitaban como si se hubiera casado de verdad. Esa gente es así, les pintás un árbol en una sábana vieja y se sientan a tomar mate a la sombra.
Ni bien terminó el desfile, empezó a repartir tarjetas de la academia de baile del padre. Se ve que ya venía con la intención. Por ahí en uno de estos cajones debo tener la tarjeta, si venís otro día te la muestro, me acuerdo que decía “DANZAS NATIVAS EL FOGÓN MATRERO”. Si hubiera sido tan tonta como parecía se hubiera quedado quejandosé de que el folklore pasó de moda, que la tarjeta no servia, que esto y lo otro. Pero ella no se achicó, lo que no estaba impreso en la tarjeta lo arregló hablando: "Está es mi dirección, mi papá enseña folklore, pero en el mismo lugar yo doy clases de baile moderno, danza jazz, cumbia, salsa; el sábado que viene doy una demostración, no me fallés, mirá que te espero". Se puso al día como pudo. El asunto es ese, producirse y ponerse al día como sea, estar con la onda de hoy pase lo que pase. La ocasión era única y la aprovechó; para ella ser la más aplaudida de la noche fue lo de menos; sacarle el jugo a cada aplauso, eso sí que le importó. Así empezó, dando clase de baile en la Sociedad de Fomento donde el padre tenía la academia.
Yo la hice caer del nido y aprendió a volar sola. La suya no es una Academia de baile cualquiera, a sus alumnas les enseña a soltarse, a vestirse un poco mejor, a maquillarse; a las más ambiciosas, cuando ya no les pude sacar más jugo, me las manda a mí. Nos intercambiamos lo que podemos, sabés. Yo, a las pibas de mi Instituto, cuando son algo duras para moverse les recomiendo que vayan a estudiar baile con ella. Es así viejito, si todos se dieran una mano el mundo sería otra cosa.
Fue progresando, hoy es la que selecciona a todos los que bailan en la Bailanta Tropical de los Sábados en Canal 2 y como es lógico, solo salen por la pantalla los que estudian con ella, los que no pasan por su caja registradora se cagan de infelices esperando, aunque sean mejores que Ginger Rogers y Fred Astaire . Y cobrandolé algo a las alumnas por salir en la tele y otro poco al Canal por cada pareja de bailarines, todos los sábados se junta una parva de billetes. Además, cada vez que en el ambiente se necesitan mujeres para alguna fiestita de cosas raras ¿a quién le encargan la mercadería?, a ella. Pero no te vayas a creer que tiene una academia de yirantas. No. Como tiene alumnas a montones te consigue cualquier cosa, bailarinas para la bailanta de la tele, chicas para eventos y exposiciones, extras para filmaciones, peluqueras, cocineras, putitas, tiene de todo. A su hermana le puso una tienda para vender ropa y con la prima tienen una agencia para colocar sirvientas. ¿Qué me contás? Mirala vos a la pavota, como se fue para arriba. Si está en lo alto es por algo, nadie le regaló nada. Yo siempre la pongo de ejemplo. Los que quieren aprender siempre llegan.
Pero..., ahora que te hablo de Ornela, estoy pensando que como sos un amigo de tantos años te la puedo presentar. Pero ojo, no pensés mal, para buscar trabajo. Si te acercás a ella y le hablás te puede dar algo para hacer, como vive abriendo sucursales por todos lados, siempre está necesitando gente que le consiga alumnos. En tu barrio debe haber un montón de gente que quiere ser vista bailando en la televisión, conseguí un lugar cerca de tu casa donde ella pueda enseñar, te podés asociar con ella y ganar un porcentaje por alumno. O quién te dice, a lo mejor necesita un portero o alguien que le haga la limpieza. También podés hacer las dos cosas; que sé yo, a veces para vivir hay que hacer de todo un poco. ¿Por qué no la vas a ver?
Lo primero que tenés que hacer es cambiar de ropa; tus vecinos te tienen que ver subir y creer que si se arriman a vos pueden progresar. Y lo de la ropa es fácil, yo tengo mucha que me quedó chica, la podés hacer arreglar; pero creo que no necesitás mandar a retocar nada, vos seguís siendo flaco y seguro que lo que yo te voy a dar te queda bien. Hoy mismo, ni bien llego a casa me pongo a revolver todo lo que no uso, creo que hay un traje oscuro que te va a quedar como mandado a hacer a medida. Aunque ahora que lo pienso no sé, tengo un lío en esos baúles; cuando venga la mujer que me hace la limpieza le voy decir que aparte todo lo que todavía se pueda usar. Vení dentro de dos o tres días o una semana, vení cuando puedas; eso sí, llamá por teléfono antes porque en una de esas venís y no estoy. Te voy a conseguir una ropa de lo mejor. Cuando te la vean puesta van a creer que te sacaste la lotería ¡Las vecinas te van a perseguir Juancito!
Empezá a hacerte propaganda ya, recorré el barrio, decí que estás conectado con gente de la tele. A las que te digan que quieren estudiar baile y aparecer en televisión les vas tomando la dirección y el teléfono. Vos decí que sos amigo de un amigo íntimo de Ornela Grossi, la señora que selecciona a la gente que baila por Canal 2 todos los sábados. Esperá un minuto que ya mismo la llamo... Aunque no, para que vamos a perder tiempo si es seguro que ahora no está en la casa, hoy atiende directamente en el Canal y los teléfonos de ahí están siempre ocupados, mejor andá personalmente hasta allá. ¿Tenés tiempo? Como no vas a tener... tiempo es lo que te sobra. Podés ir caminando. No deben ser más de quince cuadras. Preguntá por Ornela Grossi. Esperá que te anoto la dirección y el teléfono en esta tarjeta mía. Pero no, a ver si alguien te confunde conmigo. No pongás esa cara, te lo digo por tu bien. Mirá si te preguntan algo de mi Instituto y no sabés que contestar; terminás quedando mal y resulta peor el remedio que la enfermedad. Mejor te escribo los datos en un papel cualquiera. Aquí hay un papelito. Tomá, aquí tenés una lapicera, escribí; siempre vas a entender más tu letra que la mía.
Anotá, anotá y que nadie diga que yo no ayudo a los amigos. Si, ya sé que vos no vas a decir eso, pero uno nunca sabe, no todo el mundo es agradecido. Escribí: Ornela Grossi, el apellido va con doble ese, Rincón Tropical de los Sábados, Canal 2, calle Fitz Roy entre Gorriti y Honduras. Preguntá en la puerta, creo que atienden todos los días. Acordate bien del nombre, si te dicen que no está, preguntá por el ayudante: Fernando Mamani. Decí que vas de parte mía. ¿ Antes de irte no querés tomar otro vasito de cerveza?
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