Hace unos días quise vencer tu voz, echarla a perder, pudrirla dentro de un armario; pero la loquera me dijo que escribiera de ti Emilio, que te enfrentara. Y yo le he dicho: ¡Pero es que es imposible! ¡No puedo acercarme a preguntar nada ajeno! ¡Me escupirá en la cara con grafitos de su corazón reseco!. Me muero de la vergüenza de pensar en dónde estarás, ¿en tu cama tocando la guitarra? Y de pronto te pararas a abrir la puerta y un señor lampiño y regordete te daría las buenas tardes y extendería su brazo derecho, en el cual un sobre amarillo, blanco, celeste, o negro estaría descansando, con tu nombre en el centro y el mío en la esquina superior izquierda.