Así que entonces nos encontrábamos disfrutando de un buen café, ahí mismo en la enorme cocina de la casona que Clara presumía de herencia. Era bonita. La cocina era bonita, estaba repleta de azulejos, y a pesar de que estuvieran llenos de granitos negros en todas las hendiduras, se veía bonito.
¿Qué es ese ruido? Pregunté.
Clara me miró como cosiéndome la boca con agujas calientes. Independientemente de que no quisiera que dijera algo, por un demonio yo quería saber qué era ese ruido, ¿hay algo de prohibido en eso?
¡Con un demonio quiero saber! – rezongué.-
Clara soltó una carcajada que hasta pude ver las hondas sonoras chocando por las paredes del azulejo hecho moho. La cocina tenía como un halo rosado, el ambiente estaba como chillante, lleno de tensión; parecía como si una manada de locos hubiera estado corriendo adentro de la cocina toda la noche, porque había una especie de polvito en el aire, y olía a barro.
¡O con unos vente mil! – gritaba Clara entre carcajadas.
¿Qué pasa con sus carcajadas? Realmente me estaban preocupando, o quería fingir demencia para hacernos ir de su casa, o por lo menos retirar de su cocina, o en verdad había algo escondido en su manera de reír. Reía como cerdo, se le cortaba la respiración a medias y seguía vociferando con chirridos, cosas que le causaba placer decir, puesto que hasta se le enjugaban los ojos y se tallaba el abdomen con las manos. Se ponía toda morada y luego se tranquilizaba dándonos la espalda, quién sabe que vería mientras no nos daba el frente, pero volteaba una y otra vez con su carita linda y seria, y volvían las convulsiones de risa.
-¿Cómo que con unos veinte mil, veinte mil qué?- repuse.
-¿De qué hablaban?- dijo Karina con una sonrisa menguante.
Pues ya ni sabíamos qué estaba pasando. El café comenzó a asquearme y me levanté del banquillo para ir al fregador, traté de esquivar a Clara mas no pude así que no tuve otro remedio, tuve que tirarle el café en la jeta.
Clara se fue corriendo al baño con la cara hecha un tomate, poco más y le brota la sangre por los ojos, pensé. Pero no, los ojos los traía nadando en café. Tardó poco más de media hora en regresar y mientras yo seguí escuchando ruidos. Karina se puso completamente nerviosa y temblorina a lo cual yo respondía con mucha risa, y no con la intención de molestar.
Clara regresó con la jeta hasta el piso, las cejas levantadas y la boca fruncida. Sé que no pensaba hablarme pero con un demonio, yo quería saber qué eran esos ruidos.
-¿Cuáles veinte mil demonios? – le pregunté a su espalda.
Y su espalda se me quedaba viendo como con cara de chita desentendida, toda llena de pecas. Me dio ternura así que la abracé, pronto me di cuenta que no era una tierna chita, sino la espalda de Clara, entonces recibí un codazo.
- Quiero ver veinte mil demonios, ¿me oíste?, no diecinueve mil novecientos noventa y nueve, quiero ver pinches veinte mil demonios, ¡pero ya!
Clara se agarró el pantalón por las pincillas y me echó un ojo de “sígueme”. Karina no entendía nada así que se fue detrás de mí.
Íbamos subiendo unas escaleras de madera, ¿hace falta decir que también rechinantes?
Llegando al segundo piso sentí frío.
Llegando al tercero tuve que abrir la boca para respirar, el frío me asfixiaba, y también me asfixiaba algo dentro de mí, porque la piel se me ponía chinita como si los músculos quisieran salirse por ella gota a gota por cada uno de los poros.
Ya empecé a sentir vibras, pensé. Karina venía detrás de mí con cara de estreñimiento. Pensé mucho en ella también, quería tomarla de la mano y al mismo tiempo tomarla toda; la sentía como una verdadera tonta desprotegida al servicio de mis comunidades, así actuaba ella siempre, pero esa mañana no quise que le pasara nada, así que la apretujé contra mí.
Me quedé estática viendo hacia una ventana, entraba un poquitín de luz a través de las cortinas espesas, color gris pardo, y se veía cómo estaba suspendido el aire; todo parecía pintar un iceberg, un trozo de hielo transparente a nuestro alrededor, o peor aún, nosotras dentro de él.
Ese nosotras tres, pasó a ser un nosotras yo. Clara ya no estaba delante de mí, y supuse se había sentado en un sillón en frente mío porque vi su silueta. Tampoco sentía los enorme senos de Karina apretujados contra mi espalda.
-¿Clara?
La silueta de clara cambió su posición y otra parte de su sombra parecía decirme que su cabello era muy largo. Eso es curioso, Clara tiene el cabello mucho muy corto; ah bueno, pensé, tal vez es Karina. Entonces la silueta de Karina se puso de pie en el sillón y toda a escena me quiso decir que Karina medía un metro. Eso es ridículo, Karina no es una enana. Enana, enana, enana. Nunca utilizo esa palabra, es muy despectiva.
Parecía que Karina me había escuchado, o su silueta, porque vi que venía hacia mí. Venía hacia mí y juro que medía un metro. El metro entre corría alrededor mío, circulándome, o mejor dicho encerrándome en un círculo de terror, cerré los ojos y metí la mano en mi morral. Saqué mi cajetilla de cigarros y busqué mi encendedor. Hice fuego y la silueta de un metro se alejó de mí berreando. Tanteando la pared caminé unos tres metros y llegué al marco de una puerta abierta. Estaba más oscuro de aquél lado pero podía figurarme otra sala enorme, y muchos libreros empotrados a las paredes.
Tuve que agarrarme fuerte del marco porque un ventarrón desconocido pasaba por la puerta, y me jalaba hacia la sala; desistí y desistí porque el ventarrón venía acompañado de muchas suelas de zapatos tronando contra el piso de madera. El núcleo del viento me arrastró y fui a dar a un sillón. Me quedé sentada y no en mis nalgas sino en mi espalda, y saqué un cigarrillo y me lo aventé a la boca; hice fuego nuevamente y alguien me arrebató todo de las manos. Abrí bien los ojos, no sabía que pensar pero sabía que no debía bajar los párpados. Si voy a morir, voy a saber por qué y cómo... y cuándo, me dije.
¿Pero por qué debía morir?
No era un día especial, y era un invierno hermoso digno de disfrutarse en las calles. ¿Por qué debía morir? ¿Por qué debía sentir miedo?
- ¡no tengo miedo!- grité.
- achis, yo tampoco- me contestó Clara.
Se oyó un estampido contra la pared que teníamos frente, porque Clara estaba sentada junto a mí, mas no me tocaba ni con los vellitos de sus brazos. Después del estampido el cual nos hizo girar la cabeza en su dirección, se escucharon muchísimos gritos. Parecía una manada de seres extraños y ruidosos que chillaban como niña que había perdido su tonta cabeza. Pronto los vimos y se agarraban entre ellos, se sobaban, se tocaban, se veían desnudos y gemían. Los hombres tocaban a las mujeres, y estas lloraban con severa preocupación. Fue horrible, fue tan horrible como imaginarse a la propia madre siendo abusada en un campo de concentración.
¿Por qué pasará esto en otros mundos? ¿Por qué? Algunas mujeres se resistían y los hombres prendían antorchas y les quemaban los senos, ellas se quemaban como el plástico, se escurrían hacia el piso y ellos tenían cuidado de no tocar las gotas hirvientes que saltaban de sus pezones chuecos.
Se hizo un ruido espectacular, hasta escuchaba zumbidos de moscas de enorme tamaño merodeando por la sala, todo se ponía más gris y más ilógico, era como estar dentro de un libro. Comencé a llorar sin ganarme nada, Clara encendió su encendedor y se aproximó a la puerta. Me va a dejar sola pensé, y fue cuando escuché un ruido quebrantoso y se encendió la luz.
Cerré los ojos, no me iba a permitir ver esa escena a plena luz eléctrica, mas el ruido cesó. Abrí un ojo y vi a Clara con una sonrisa pícara, al fondo en la pared monstruosa no había más que montones de maniquíes rotos y malformados, entrelazados entre ellos.
Clara seguía parada mirándome recostada en el sillón con las piernas abiertas. ¿Karina en dónde estaba?
-¿En dónde está Karina, Clara?
Clara se abalanzó hacia mí con los puños cerrados, esperé el golpe pero no sentí nada de eso; Clara se echó encima de mí y comenzó a besarme, su fuerza era demasiada contra la mía, quería quitármela de encima. Su boca me sabía a sustituto de azúcar, me causaba repulsión su cuerpo sudado y moreno, sus manos gordas y largas se me querían meter por todos lados. Me ahogó con su lengua un buen rato y no hice nada porque no podía hacer nada.
¿En tenía que convertirme para exigir un poco de respeto? Ardí de coraje, y literalmente ardí, mi piel estaba toda roja y yo también estaba sudando de todos lados, entonces Clara saltó del sillón y se acurrucó en una esquina, se puso de rodillas y le brotaron enormes gotas de los ojos. Ahí hincada me pedía perdón, me rogaba misericordia; se vino gateando hacia mí con la cabeza agachada y dejando un rastro de lágrimas por su trayecto; se tiró al piso en donde mis pies estaban y se terminó de embarrar de lágrimas. No me tocaba, me tenía miedo.
Imploró perdón:
¡Por el amor que te tienes amado mío!
Yo no sabía si contestar o no, ni siquiera sabía qué había pasado, no podía asimilarlo; además, yo no soy ningún amado mío, en todo caso sería una amada mía.
-¡Por el amor y la misericordia que guardas en tus vientres de fuego! ¡Te imploro me perdones! Aquí esta fiel devota de tu grandeza, y de esas tus alas negras que acabarían con mi suspiro en un segundo. ¡Perdón, que te he tocado! ¡Perdón que te he puesto de un objeto digno de abuso! ¡Las luces estaban apagadas cuando mi olfato percibió ese aroma a sexo! ¡Perdóname y mátame ahora! ¡Mátame ahora que he violado el límite, y traspasado el horizonte del bien y del mal!-
Juro que no entendía, así que me levanté y tuve que pasar mi pié por su cabeza y restregarle los pelos en el suelo de mármol, ahí toda batida de lágrimas y de excusas bizarras. Llegué hasta la puerta y pasé al otro salón, vi las escaleras y corrí hacia ellas. Seguí escuchando sus gritos y sus lamentos por unos momentos, me llamaba: ¡Lucifer! ¡Luzbell! ¡Lucifer! ¿Me has perdonado?.
Con veinte mil demonios quería saber qué había sucedido ahí arriba, y a la vez quería olvidarlo. Salí de la espantosa casa y me encontré a Karina ahí afuera fumándose un cigarrillo.
-¿Qué haces aquí? ¿en dónde estabas Karina?
Me miró sorprendida y me dijo: Con veinte mil y un demonios ¿de qué me hablas?
Mi respiración se aceleró y corrí hacia el parque.
¿Veinte mil y un demonios?
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