LA TIA JAM.
CUENTO
©Héctor Domingo 2004
Octubre 4
La tía murió hace tres días y el ángel no ha venido aún para llevársela. He tenido que cerrar el cuarto para protegerla. Sólo entreabro la puerta un instante por las tardes, esperando encontrarme con una cama vacía, pero no, su cuerpo rosado y rechonchito sigue ahí tendido sobre el pequeño catre de lona y metal.
La verdad ya me cansé de rezar al ángel que no viene y la comida que quedaba en la alacena se la comieron los malditos gatos. ¿Sabe tía?: Las siete cazuelas que dejó usted preparadas sólo alcanzaron para poco más de un día. ¡Estos gatos comen mucho!.
Y ahora se acercan violentos y desesperados cada vez que voy a abrir esa puerta para verla desde lejos, pero no se preocupe, tía, no dejaré que la toquen, Primero me comen a mi que tocarle un solo pelo a usted.
Octubre 6
Los gatos traman algo, lo se. Están molestos porque hoy tuve que comerme a uno de ellos. A falta de pan esto se ha convertido en una guerra sangrienta. Ellos pueden salir a buscar algún otro alimento, pero por alguna razón no lo hacen. Está esa ventanita cerca del techo... ellos fácilmente pasarían por entre los barrotes.
¡Si tan sólo me hubiera usted librado de esta atadura antes de morirse, querida tía!.
(He buscado la llave, o alguna piedra o hierro pesado para trozarla, pero ella siempre tuvo las precauciones necesarias para evitar que escapara. Por eso sólo me dió tres metros de cadena, y ni un eslabón más).
¡Quién iba a decirlo, tía!. La cadena que me aprisiona por el cuello es la misma que me impidió ayudarla cuando con tamaños gritos lo pedía. Pero no se apure usted, soy hombre de honor y le digo que los gatos no se comerán su cuerpo mientras me quede vida.
Octubre 7
Dijo usted al mundo que yo estaba loco, que por eso me tenía encadenado, pero nunca se le ocurrió preguntarme si yo pensaba lo mismo que usted. Y ahora mire lo que resulta. Usted ahí recostada, tentando con sus rosadas carnes a los gatos, mientras espera a su ángel. Pero él no vendrá, ¿y sabe porqué?, porque usted se equivocó, encadenando a su ángel sin saberlo. Aprisionó al único que hubiera podido salvarla cuando sus ojos lo imploraron. Y estiraba su mano gordita y temblorosa, tratando de alcanzar las mías, pero nos faltaron eslabones. Por eso el frío catre le dió el abrazo de despedida en lugar mío.
Pero no se preocupe, tía. Tengo honor y le repito que los gatos no se comerán su cuerpo mientras me quede vida. Aunque se que voy a batallar bastante, porque nunca había conocido animales tan tercos, ni siquiera el miedo a que me los coma los hace huir.
Octubre 15
Han pasado dos semanas y ya no queda nada, ni gatos. El último que hice por comerme saltó huyendo por entre los barrotes de la ventanita alta, hace ya más de dos días. El hambre es ya desesperante, querida tía. No hay ratas ni cucarachas, ¡ni siquiera moscas!. Las únicas carnes que aquí quedan somos usted y yo, con la diferencia que usted sigue rosada y rechonchita, como que los muertos no pasan hambres, mientras que yo soy un esperpento jugogástrico.
Aún así puede estar tranquila, tía. Tal como le prometí, los gatos nunca se la comieron, pero yo...
Tía, ¿escuchó alguna vez acerca de la fuerza de la desesperación?. El hambre, tía, es más poderoso que la locura. ¡Mucho más!. Y esta cadena no resultó tan sólida como usted y yo pensábamos... ¡Si viera usted qué fácil me ha sido romperla!.
Espero me perdone, tía, pero ya entendí el terco afán de los gatos hambrientos por entrar en su cuarto.
©Héctor Domingo 2004. |